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Crítica:TEATRO | 'Tu mano en la mía'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Piccoli se convierte en Chéjov

Un fastuoso programa de mano a todo color con textos más o menos afortunados de algunos responsables políticos locales, y con la inestimable colaboración de Irene Papas, arropó con su entusiasmo el estreno en la noche del miércoles en el teatro Micalet, de Valencia, de Ta main dans la mienne (Tu mano en la mía), un montaje de Peter Brook basado en la correspondencia de seis años entre Antón Chéjov y la actriz Olga Knipper en el tránsito del siglo XIX al XX, sobre un texto de Carol Rocamora. El espectáculo, interpretado por Michel Piccoli y Natasha Parry, en una coproducción entre Théatre des Bouffes du Nord y la Fundación Ciudad de las Artes Escénicas de la Generalitat Valenciana, lo fía casi todo a los intervalos de silencios que median entre las palabras donde se expresa la vida y no parece requerir, en su humildad deliberada, de una presentación repleta de hipérboles dignas de la más osada autopromoción.

La intimidad del actor le viene como anillo al dedo a una obra que casi es un susurro

Michel Piccoli, actor de películas tan inolvidables como Diario de una camarera, con Luis Buñuel, o Tamaño natural, con Berlanga, lo tenía claro desde el principio, ya que su "pasión por Chéjov es inabarcable". "Aunque apenas si conocía un puñado de las 400 cartas en las que se basa la obra de Carol Rocamora", ha explicado el intérprete, "en cuanto Brook me preguntó si quería hacer de Chéjov en un escenario no tuve que pensármelo dos veces. La verdad es que habría trabajado con él en lo que me hubiera propuesto, porque es un maestro en todo lo que se propone". Peter Brook, que no se considera un creador sino un mediador entre los personajes de una obra y su presencia física sobre el escenario, cree que Chéjov podría haber sido un cineasta perfecto, porque "en lugar de pasar de una imagen a otra, o quizá de un sitio a otro, pasa de una emoción a otra antes de que se haga pesada", con una facilidad narrativa que también está presente en su correspondencia con Olga Knipper. Se trata de "varios centenares de cartas llenas de pasión, pequeños detalles y grandes desventuras, que son un canto a la vida y que, además, están admirablemente escritas".

Ante un público expectante en una sala repleta de invitados, la aparición sobre un escenario casi minimalista de Michel Piccoli y Natasha Parry suscitó ese silencio reverencial que precede a los grandes acontecimientos. Con el libreto en la mano, simulando que lo que estamos viendo bien podría ser un ensayo general del que los actores todavía no dominan del todo sus papeles, pero sólo se trata de una argucia más de Peter Brook, comienza un recitado -a veces a dos voces- de una colección de cartas que los amantes se escribieron a lo largo de seis años, y que van desgranando tormentos y alegrías de unos encuentros dificultosos que arrancan poco después de conocerse en Moscú y que alcanzan hasta la muerte de Chéjov, donde Brook dibuja una de las escenas más perfectas y tiernas que se han visto en teatro desde hace mucho tiempo.

Peter Brook se las sabe todas, es un viejo zorro de la escena, y su renuncia a los grandes formatos a favor de la intimidad del actor con el público le viene como anillo al dedo a una obra que casi es un susurro, donde los silencios tienen un sentido musical de mucho calibre. Así que dentro de un minimalismo escénico que consigue una limpieza de transmisión bastante notable, con el apoyo de una espléndida iluminación de Philippe Vialatte, Brook juega sus cartas moviendo a sus dos únicos personajes al hilo de unos recitativos que en ocasiones son representados en vivo y en otras apenas rememorados por los protagonistas, en un leve juego de espejos donde el desgaste de la relación va tomando cuerpo de una manera casi imperceptible a lo largo de la representación, sin que el previsible desenlace empañe la tranquila luminosidad de los recuerdos compartidos por el dramaturgo y la actriz.

Un trabajo tan íntimo, y tan sereno, con un Piccoli que parece no hacer nada cuando lo hace todo, y una Natasha Parry siempre radiante en nombre de su amor interminable, fue seguido con la atención merecida por el público, que manifestó su entusiasmo sin esperar al oscuro final. No en vano había dicho Peter Brook que "la historia que sale de estas cartas, trágica y cómica, es como el argumento de una nueva obra de Chéjov". Así pareció en la noche de su estreno.

Michel Piccoli y Natasha Parry, en el montaje de Peter Brook <i>Tu mano en la mía,</i> en el teatro Micalet, de Valencia.
Michel Piccoli y Natasha Parry, en el montaje de Peter Brook Tu mano en la mía, en el teatro Micalet, de Valencia.SANTIAGO CARREGUÍ
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