Política cultural, videojuegos y 'Moby Dick'
Una de las tesis más extendidas en la primavera de año 1995 era que una victoria del PP de Zaplana supondría una debacle apocalíptica para los incipientes agentes, sectores y recursos culturales convirtiendo a este territorio en un erial y a la política cultural en un limitado instrumento de gestión de los espacios de la banalidad o de los elementos más folclorizantes. A pesar de que los miedos eran fundados, los años han demostrado que no fue así. Después de algunos titubeo inicial como los amagos de valencianizar el IVAM, arruinar (en sentido literal) el Teatro Romano de Sagunto, la gestión de Conejero en Teatres de la Generalitat o el acoso y derribo de la IVEI, resulta sorprendente comprobar que probablemente la política cultural ha sido una de las políticas públicas más continuistas en el cambio del ciclo político entre socialdemócratas y conservadores. Y esta continuidad resulta más paradójica en un entorno donde la cultura ha supuesto una de las causas belli más frecuente y arrojadiza entre derecha e izquierda.
La lluvia de proyectos, contenedores y equipamientos nos ubica en una insólita incontinencia cultural
Para explicar esta extraña continuidad cabría entender que es especialmente en el ámbito de la cultura donde la aventura de Zaplana hacía mayores aguas. Su extrañamiento territorial, sus propias limitaciones culturales, y su enfrentamiento "estructural" a los agentes culturales convierten al espacio cultural en un elemento que acompleja al proyecto político. Así se dota desde el punto de vista de la jerarquía política de una rara autonomía a la política cultural (quizás había poco que ganar y por tanto también poco que perder), lo que finalmente ha provocado incluso cierta sobreactuación. Los estudios recientes sobre el gasto público en cultura de las autonomías parecen demostrar que la Comunidad Valenciana es una de las que muestran mayores tasas de crecimiento en los últimos años. También la lluvia de proyectos, contenedores y equipamientos nos ubica en una insólita incontinencia cultural.
A pesar de estos excesos, a grandes rasgos, entre la etapa del PSOE y la del PP no se puede encontrar excesivas variaciones sustanciales en la definición de los objetivos de la política cultural o en la articulación de sus instrumentos de intervención. Incluso se repiten algunos tics muy similares: a) muy poco interés por evaluar las políticas (a excepción de la última etapa de Pedraza), b) una querencia especial por las artes plásticas, c) el mismo desinterés por las Sociedades Musicales (si descontamos el exitoso pero limitado programa Música 92 y a pesar de la Ley de la Música), d) el recurso a personajes providenciales para la gestión y orientación de la política como los Morera, Llorens, Sirera, Muñoz Suay, Alborch en la etapa del PSOE, y los Berlanga, Papas, Settembrini en la del PP. e) la escasa participación y el limitado debate ciudadano en el desarrollo de proyectos y f) la fascinación por las obras emblemáticas. Estas dos últimas características se han exacerbado especialmente en la última legislatura del PP.
Como señalamos en otros artículos, la mayor maduración del sector cultural exigía también una mayor profesionalización de las políticas culturales, no sólo en sus aspectos técnicos y de recursos humanos (como así ha ocurrido) sino y principalmente en la elaboración de los objetivos y la evaluación de la eficiencia de sus instrumentos. Si pensamos que la política cultural se inventa con la llegada del PSOE y le otorgamos una década para su "construcción", podemos considerar que en el 2003 prácticamente contamos con los mismos sistemas de información sobre el funcionamiento de los sistemas culturales que en 1993, el mismo desconocimiento sobre las relaciones entre causas y efectos y los mismos estilos de decisión y construcción de las políticas culturales... Quizás hasta una década perdida en las posibilidades de afectar realmente al entramado que configura nuestro sistema de producción simbólica.
En estos momentos cualquier intervención inteligente en el ámbito de la cultura pasa por configurar previamente un sistema estable y continuado de información, estadísticas e indicadores culturales que sirva a los agentes -tanto públicos como privados- para tomar decisiones y contar con herramientas que permitan su evaluación. Y que permita a los ciudadanos participar en el debate sobre las políticas a un nivel que vaya más allá de las retóricas grandilocuentes que rodean el discurso sobre la cultura. Esta opción, que ya tomaron catalanes y vascos y que empiezan a tomar los gallegos mediante su Conselho Galego da Cultura es la única posible vía de profundización del calado democrático de una política cultural cada vez más compleja y multidimensional.
Estamos hablando de una política cultural proyectiva que puede vehiculizar a través de su articulación las posibilidades de desarrollo en aspectos tan relevantes como la vertebración simbólica del territorio, el impacto económico de un sector con tasas de crecimiento muy superiores a la media del resto de los sectores económicos y -lo que es más importante- la dimensión de la calidad de vida de los ciudadanos en aspectos tan vitales como sus posibilidades de desarrollo integral personal a través de las capacidades expresivas o estéticas de la práctica o el consumo cultural. Compartimos la idea de que nos adentramos en el capitalismo cultural donde la competitividad de los territorios se va a fundamentar en la cantidad, potencia, versatilidad y transferibilidad de sus contenidos simbólicos. Por tanto hablar de política cultural no es sólo el modo de gestión de aquellos elementos ornamentales y marginales al hecho social, sino que estamos hablando de dimensiones estratégicas del cogollo que dibuja la frontera de posibilidades de una sociedad.
Dentro de 4 años, como ciudadano y desde una perspectiva ideológica crítica, me gustaría poder evaluar la etapa de Esteban González con menos análisis inspirados en impresiones y más en datos. Y dentro de dos años me gustaría que él pudiera tomar decisiones menos provocadas por percepciones y más por información solvente. Y eso compartiendo su afirmación de que puede haber tanta literatura en un videojuego como en Moby Dick.
Pau Rausell Köster. Area de Investigación en Economía Aplicada a la Cultura de la Universitat de València.
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