Ozono en Majadahonda

Hace un par de meses se nos presentó un espectáculo preelectoral a toda regla: una choza montada en medio de la Gran Vía donde se han desarrollado recreaciones de las maravillas de una Majadahonda deseada, con predicadores y todo esto. Reconfortante de verdad; uno podría salir encretinizado por la ausencia de cualquier argumento contradictorio o disonante con sus deseos. Y feliz. Y teniendo bien claro a quién debemos nuestras ilusiones.

Es fácil responsabilizarse de gestionar las ilusiones. Mucho más difícil dar cara por la realidad. Resulta que el paso de Romero de Tejada por ese pueblo dejó las huellas imborrables. Lo de menos es un poste situado en medio de la calle peatonal que, además de conmemorar sus hazañas, obstaculiza el paso. Con lo que tenemos que toparnos en cada momento es la herencia de una salvaje política urbanizadora con uno de sus efectos más alarmantes, que es el aumento de tráfico.

Vivimos en condiciones ambientales de insalubridad. Aunque esta vez no me refiero a las calles que apestan por la basura acumulada alrededor de unos contenedores inadecuados. La cosa no es ni palpable ni maloliente. Es, simplemente, ozono.

Nosotros nos enteramos al día siguiente, a través de la prensa nacional, de que deberíamos tomar precauciones desde hace una semana, y los responsables de avisarnos, evidentemente, no se responsabilizan de que permanezcamos ignorantes.

Constitución Española, artículo 43.1. Se reconoce el derecho a la protección de la salud. 2. Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud a través de las medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios.

¿Podemos considerar que perpetuar la ignorancia ciudadana cae dentro de las llamadas medidas preventivas? ¿No sería más conmemorativo que en lugar de las placas que reflejan la autocomplacencia de los gestores públicos tengamos los indicadores de su gestión accesible a todos los vecinos para que podamos verificarla personalmente? Me refiero a un dispositivo para medir los niveles de lo que nos perjudica y no de lo que nos reconforta.

O quizá preferimos depender de lo que nos digan los expertos que, además de gestionar nuestro dinero, también se adjudican el derecho de hacerlo con nuestra conciencia.