El escudo rojiblanco
Torres, que apela a la "ilusión" para ganar, se convierte en el último símbolo del Atlético
"Seremos mejores en ganas y en ilusión. Ellos serán mejores en lo demás, porque tienen mejor plantilla". Fernando Torres Sanz, el Niño del Atlético, ha vuelto a dejar que el pelo pajizo le cubra la frente y sonríe con cara de eso, de niño, cuando cuenta el secreto del Atlético para vencer al Madrid. También reconoce que los astros siderales viajan en el autocar de los contrarios. Sin embargo, si hay alguien en el club rojiblanco que tenga ese lado circense de estrella que tanto se estila en la acera vecina, la de Chamartín, es Fernando Torres, un chaval de Fuenlabrada de 19 años. Él es el que más goles mete, 13, el que más partidos ha jugado de titular, 26, el que más autógrafos firma, el que más camisetas vende, el que más entrevistas a los medios más extraños del planeta concede y deniega, según el momento, y el que más dinero genera de toda la plantilla rojiblanca. Torres es el activo principal del club, su aval de supervivencia. Y parece que lo carga todo en sus hombros, cada vez más anchos.
Torres emergió en pleno terremoto de Segunda División, hace dos años, como una maniobra de distracción para que la afición no devorase a Jesús Gil, y se tiró toda la temporada pasada, allá en el infierno, sin haber cumplido la mayoría de edad, con el histórico número nueve en la camiseta y el aliento enfurruñado de su técnico, Luis Aragonés, en la espalda. Marcó sólo seis goles y se llevó todas las broncas del mundo. Pero aprendió, dicen, porque tiene una característica especial: "Un cerebro privilegiado". Y lo dicen los que más le tratan. "Tiene una cabeza impresionante para su edad. La ha tenido desde pequeño". Eso lo dice Abraham García Aliaga, uno de los técnicos de la casa que disfrutó del ariete en su equipo.
Esta temporada no han acabado los problemas. Ha padecido el que su nombre saliese ligado a la continuidad o no del club en el mundo de los vivos: "O se lleva a cabo la ampliación de capital, o se vende a Torres o la entidad desaparece", subrayaba en tono apocalíptico el director general, Miguel Ángel Gil Marín. Y todo eso mientras a él y a todos sus compañeros se les llegaba a adeudar cinco meses de sueldo y dinero de otros conceptos.
"No creo que venderme sea lo mejor, ya encontrarán otras fórmulas que nos sean eso", decía Torres con sencillez, como el que suma dos y dos.
Y lo cierto es que el delantero criado en los campos de arena y amamantado en la cantera rojiblanca desde los 12 años no se quiere marchar del Calderón, aunque alguna vez haya levantado la voz. Allí, en el Manzanares, tiene a sus amigos. En el campo y en la grada.
Precisamente, ahora se acuerda de esos amigos de la grada: "Para la gente es especial ganar al Madrid", aseguraba como quien le dice una obviedad a un niño. Y para él también. "De pequeño era antimadridista y pensaba que estos partidos valían por toda la temporada", confesó en el encuentro de la primera vuelta. Aunque ahora no quiera reconocerlo, jugar contra el rival de la ciudad sigue siendo especial para Torres. "Ganar al Madrid le gusta a todo el mundo porque es el mejor equipo", explicó. Pero Torres tiene una espina clavada del partido en el Bernabéu. Allí no hizo otra cosa que pelearse con Roberto Carlos y deambular perdido entre camisetas blancas. Y el delantero rojiblanco no necesita de muchas clases para aprender la lección.
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