La traición
¡Por fin, esta semana, una noticia política de auténtico interés! No cabe duda de que para los socialistas del aparato la traición de dos de sus correligionarios ha caído como una bomba, pero justamente la explosión ha otorgado al sistema una importancia incalculable: ha potenciado el peso de la política y su olvidado movimiento de aventura, ha vigorizado su enérgico quehacer frente al tedio de los pactos, ha elevado la curiosidad frente a la rutina de los programas inspirados en sondeos previos y promesas homologadas.
En primer lugar, el llamado "diputado traidor", señor Tamayo, ha rendido honor a su apellido montando la escena y alterando, de un golpe, las reglas de la representación convencional. Consecuentemente, la clave estos días no fue la representación electoral, sino la representación total: la representación de la rebeldía feroz, de la deslealtad ominosa, del delirio extravangante o del desmedido amor al dinero. Un partido político, una coalición, una Asamblea, la supercomunidad de Madrid frente a un individuo y su pareja. He aquí la situación óptima para la épica, el escándalo vistoso y el arrobo del espectador. Muy pronto, la política recurrirá deliberadamente a estos formatos con el apremiante objetivo de ganar audiencias. Gracias a la incorporación de las reglas de la dramaturgia, la política será entonces mejor representable y apta, sobre todo para lograr la categoría mediática necesaria hoy a cualquier actividad para obtener visibilidad, viabilidad o existencia verdaderas. Hasta el martes pasado, el proceso constitutivo de la Comunidad madrileña era sólo formalismo, acontecer de bajo nivel. Pero, después, tras la irrupción de la pareja Tamayo-Sáez, el desmayado argumento se fue encarnando y encarnizando. La vida política sin otro guión que su pautado devenir interno no merecía más atención que la de los corresponsales especializados, pero la intervención escénica de Tamayo y compañía ha hecho vibrar a toda la profesión, al público indolente y a la casi totalidad de los espacios de noticias. Significativamente, la política, gracias al hecho "increíble", ha abandonado su carácter de ficción. O viceversa: ha logrado su punto de máxima realidad gracias a trasvestirse como espectáculo.
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