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Columna
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Transversal

Después de intentar superar varias veces a base de convicción el muro que impide el acceso a la representación parlamentaria, es evidente que el Bloc Nacionalista Valencià tendrá que buscar una puerta para sortearlo. También es evidente que el resto de la oposición (el PSPV y Esquerra Unida, fundamentalmente) habrá de reconocer su implantación, sus 113.000 votos y sus cerca de 300 concejales, como algo no coyuntural, aunque sea bastante insólito. De ese doble movimiento debería salir una política de colaboración y una cultura de pactos que descartase algunos sectarismos. Lo indica la lógica más elemental, que no siempre es la que aplican los partidos. Para ello, el Bloc necesita disipar alguna fantasía. Es legítimo, por ejemplo, que pretenda ocupar un espacio de centro-izquierda en el mapa político valenciano, pero resulta absurdo que quiera tener un pie en el otro lado del espectro, el de la derecha, para pescar también en esos caladeros (se ha puesto de moda últimamente hablar de los electores como si fuesen besugos). En la derecha pescaba Unión Valenciana y el gigante popular acaba de merendarse sus despojos. Ese gigante que no ha perdido un voto hacia el Bloc tensa cada día más la verticalidad de su discurso, con todo tipo de anatemas hacia la biodiversidad ideológica y política, lo que afecta a formaciones pequeñas como la de los nacionalistas en su misma esencia. Pasaron los tiempos en que el PP pactaba con Unión Valenciana en la Generalitat y con Convergència y Unió en el Congreso de los Diputados. José María Aznar se lo juega todo a la mayoría absoluta y simplifica peligrosamente la textura política de España, caracterizada por la pluralidad estructural en buena parte de sus territorios. Acusa Aznar al PSOE de ser un peligro porque pacta con Izquierda Unida, se mete con el "barullo" de las fuerzas progresistas, presume de la solidez granítica de su partido y descalifica todo aquello que no se alinea disciplinadamente. Contra esa verticalidad se mueve y bulle una izquierda a la búsqueda de fórmulas nuevas, pero sobre todo una sociedad cuyo flujo cotidiano tiende al diálogo y la transversalidad. Ahí radica el pulso del futuro.

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