Calas en forma de trébol

Es posible imaginar cómo era Cala d'Or antes de que irrumpiera el urbanismo insostenible que hoy preside grandes zonas del levante de Mallorca? Sí, porque la isla balear guarda una copia apenas alterada del original en el delicioso parque natural de Mondragó. Allí el viajero queda, pese a la abundancia de público, fagocitado por el duende y el encanto.

El Mediterráneo se diluye en azules encalmados, restallantes de luz en esta irregular ensenada con figura de trébol, compuesta por tres manchas de arena que casi se dan la espalda entre sí, cual enemigos sin causa, coincidentes con las desembocaduras de pequeños barrancos y sendas albuferas.

A la cala de Ses Fonts de n'Alís, de 145 metros, la principal del parque y conocida genéricamente por cala Mondragó, se accede desde las localidades de Portopetro y S'Alqueria Blanca, ambas pertenecientes al Ayuntamiento de Santanyí. Tras Ses Fonts se levantan los dos hostales de Mondragó y los chalés que se ocultan tras la vegetación de pinos y garriga, compuesta por acebuches, algarrobos y pinos blancos.

Torres de defensa

Y sobre la arena blanca, los bañistas asardinados -"grado de ocupación alto", en jerga administrativa-. Cabe unirse a ellos o quizá dirigirse al centro de visitantes y más tarde al antiguo nido de ametralladoras para contemplar una exposición sobre construcciones defensivas del litoral mallorquín.

Siguiendo a pie entre los pinos por un sendero señalizado aparece el coqueto Caló des Burgit, minimalista, carente de servicios turísticos. En la arena los niños juegan a placer. Y Josep Pla muy verosímilmente la hubiera adjetivado como quintaesencia de cala mallorquina.

Un precioso paseo de 15 minutos por la roca separa Ses Fonts de n'Alís de la otra cala de cierta envergadura: S'Amarador. Son cerca de 300 metros por la costa, pero que en automóvil se multiplican hasta alcanzar ¡13 kilómetros! Merece el esfuerzo. S'Amarador reina por derecho. Es virgen, intocada salvo por los escars (varaderos tradicionales) incrustados en la roca, que realzan y dan color etnográfico. Guarda, además, uno de los dos humedales del parque, con la particularidad de que no se seca durante el estío, al contrario de la que respalda Ses Fonts de n'Alís. Fochas, gaviotas, pollas de agua y tortugas de tierra habitan este enclave, y en algún caso puede verse a los cormoranes nadar a corta distancia de los bañistas. Pese a que el oleaje es pacífico, los días de marejada las olas golpean con virulencia en S'Amarador.

La exposición abierta junto al aparcamiento de ésta aprovecha una típica barraca de piedra construida en seco (sin mortero), en la que se repasa las construcciones tradicionales en el medio rural balear. En algunas paredes de mampostería se conservan las oquedades donde se guardaban los secrets de contraban (alijos de contrabando): otrora, importante fuente económica de la zona.

El lento desplome de la tarde corresponde con la coreografía de turistas noreuropeos encaminándose a los hoteles en pos de la pensión completa. Es el momento de pasear a gusto, de alternar con los vecinos del lugar, al tiempo que el viajero se da el último chapuzón en las tibias aguas.

Nos encontramos rodeados de núcleos turísticos. Y ello se traduce en vehículos con apariencia de tren, trenets, procedentes de cala Figuera y Portopetro. A ellos se suman las golondrinas que recogen clientes en los hoteles de las calas adyacentes, y las rutas a caballo desde Portopetro, todos buscando disfrutar las perspectivas magníficas de aguas turquesas salpicando tal o cual recodo.