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Reportaje:VIAJE DE AUTOR

La costa de los fantasmas

De Mogador hacia el sur por el litoral atlántico marroquí

El ruido de los motores disolvía una escena apacible en un revuelo nervioso. La escena es la misma que se puede contemplar hoy siguiendo la interminable cinta costera donde bajan a recobrar el aliento garzas, cormoranes, flamencos rosas, águilas pescadoras, además de una larga lista de aves autóctonas, sólo que ya no se inmutan por el estruendo de aviones volando casi a ras de suelo, porque éstos sólo son un recuerdo. En la época del escritor y aviador Antoine de Saint-Exupéry aún era posible contemplar el mundo a vista de pájaro y el litoral atlántico se veía "bajo un sol en lo alto que parece inmóvil y la arena amarilla del Sáhara muriendo sobre un mar azul como un pasillo interminable". El recuerdo de Saint-Exupéry sobrevuela esta larga costa poblada de olvidos. En Cabo Juby, hoy Tarfaya, se levantó un memorial, una escultura que dibuja el contorno de un biplano Brèguet 14 como los que poseía la compañía Latécoère que distribuía el correo entre Toulouse y Dakar. Éste fue el primer trabajo importante del escritor francés. Aquí llegó en 1927 como responsable de esta base que operaba bajo protección española en el fuerte La Casa del Mar, y según Didier Daurat, su jefe, "ése fue el escenario de sus meditaciones, de allí surgió el escritor".

Soledad y vida mineral, ésa es la materia del desierto que se disuelve en el océano. No siempre lo hace delicadamente, en forma de polvo de arena, también es el mar el que muerde a bocados las rocas de la costa esculpiendo acantilados desafiantes. Se entiende que el autor de El principito y Tierra de hombres buscase en estos escenarios una forma de comprometerse con la literatura. De los 18 meses que pasó en su pequeña barraca frente al mar observando el cielo nació Correo del Sur, su primer libro, donde cuenta a través de una historia de amor sus experiencias en lo que entonces era el protectorado español de Río de Oro en el Sáhara Occidental, territorios que hoy todavía aguardan una solución. Al igual que en tiempos del escritor francés, la sensación de provisionalidad impregna la escasa actividad que hay a lo largo de esta costa, una ruta singular para atravesar el Sáhara hasta Dakar, en Senegal.

El tramo más asequible, y seguramente el más interesante, es el que va de Esauira a El Aaiún, a través de la carretera por la que suben y bajan los camiones frigoríficos de pesca y que Marruecos evita promocionar hasta que no haya una solución política para el territorio que empieza a las puertas de Guelmin, es decir, el antiguo Sáhara español. Aun así, recorrer este litoral es una experiencia estimulante para quien no le asuste la soledad imponente de estos parajes deshabitados, algunos, como Sidi Ifni y Tarfaya, perdidos en los recovecos de la memoria histórica; otros, como las reservas ecológicas de Sous Massa y Naïra, escenarios impolutos sin domesticar que sólo pertenecen a las aves de paso, o sirven de cementerios marinos a una enorme cantidad de pecios desollados por la erosión que podrían competir en número con la famosa costa de los esqueletos en Namibia. Hay algo fantasmal en esta sucesión de vida natural; ciudades abandonadas por la historia, cadáveres de barcos y soledades de arena a merced del sofocante siroco que llega del sur.

Castillos en la arena

Esauira es un buen comienzo. Por más que crece no pierde su personalidad. En los últimos años muchos hotelitos nuevos y pequeños restaurantes compiten en encanto, pero siguen siendo recoletos, abarcables. No le molestarían a Orson Welles y mucho menos a otro grupo de veteranos entusiastas: Cat Stevens, Frank Zappa o Leonard Cohen, que levantaron la voz sobre esta ciudad que está hecha de arte. Escuchamos Castillos en la arena para pasar por Yabat, casi como un saludo a Jimi Hendrix, que creyó por un momento que había encontrado su paraíso en este pueblecito donde se retiró durante cinco años. Hay que bajar de una tacada hasta Agadir aprovechando el excelente estado de la carretera; pero Agadir es desmesurado, es mejor dejarlo a un lado antes de que contamine tanto silencio, porque este viaje al sur es un viaje de silencios y susurros. A 65 kilómetros de esta rebosante ciudad turística está la reserva de Sous Massa, que, cuando llegue el momento y si se hacen las inversiones prometidas, será un destino imprescindible para los amantes de la naturaleza. Hoy juega al escondite con el visitante. Pero con paciencia se llega. Basta tomar el desvío a la derecha, desde el pueblecito de Had-Belfa, y seguir en dirección al mar por M'Rbat Plage para dejar el vehículo y bajar andando a la desembocadura.

La carretera se desvía durante un tramo para llegar a Tiznit, una medina amurallada de colores rosáceos abrazando el Meshuar, su plaza principal, en la que convive la estación de autobuses con pequeños cafés y tiendas. Por un momento, al contemplar su mezquita principal, se tiene la sensación de sufrir un espejismo, pues las varas de madera que sobresalen de su minarete son las típicas de la arquitectura de adobe maliense y mauritana. A Tiznit también llegan autobuses de turistas para comprar joyas de inspiración bereber, y su playa, Aglou, es invadida todos los fines de semana por los nostálgicos habitantes de Agadir en busca de un poco de tranquilidad. Quizá Tiznit abre la ruta del sosiego prometido, la ruta de las peligrosas y espectaculares playas escondidas tras murallas de acantilados como las de Gurizim o Mirleft, y, sobre todo, la de Sidi Ifni, ocupada por España hasta 1969 y ahora castigada con el abandono.

Hotel Suerte Loca

La ciudad ya no es la ciudad de los jardines, como se conocía hace 30 años; es la ciudad del olvido, donde casi nada queda en pie salvo la memoria de algún personaje como María, una española que se resistió a abandonar esta ciudad blanca y que Jesús Torbado rescató en su libro El imperio de arena. En la plaza de Hassan II, antes plaza de España, el edificio del Gobierno Civil se cae a pedazos, pero aún lleva prendido en su fachada el antiguo escudo con el yugo y las flechas. No hay turistas, salvo pequeños grupos de franceses y alemanes que toman un refresco en la terraza elevada del hotel Suerte Loca, un nombre que le va bien al museo del tiempo en que se ha convertido Sidi Ifni. La Tarfaya de Saint-Exupéry aún muestra un estado más lamentable. Sólo su puerto emite latidos de vida porque la ciudad permanece a merced de sus fantasmas. Las dunas han tomado posiciones en las calles y sirven de asiento a sus desmoralizados habitantes, que el tiempo y la penuria han transformado en supervivientes.

En contraste, también hay quien ha sabido sacar partido a la desolación. Guy y Evy Dreumont son una entusiasta pareja de franceses que han levantado un pequeño emirato con muchas ganas y mejor humor en un antiguo fuerte de la legión: Fort Bou Jerid, un oasis de refinamiento en medio de la nada donde se puede acampar y descansar saboreando un riquísimo tajine de dromedario en su acogedor restaurante. Bou Jerid se encuentra escondido a unos kilómetros al interior de Playa Blanca, un larguísimo arenal salvaje donde el Atlántico se expresa con toda su furia. A partir de aquí, y dejando a un lado las poblaciones de Guelmin y Tan Tan, que hacen de puestos fronterizos hacia los territorios en litigio del Sáhara Occidental, el litoral baja hasta El Aaiún interrumpido por deltas como el del río Mafatma o El Uaar. Estos deltas y las lagunas marinas, junto a la reserva espectacular de Naïra, son aún tranquilos escondites para la fauna marina que va y viene en sus vuelos migratorios, brotes rebeldes en el árido paisaje que hace tiempo se desembarazó de la vida. Parece que vienen aquí para contaminarse de la viveza que contiene esta porción de océano rico en abundantes caladeros de pesca. Muchos viajeros en ruta hacia Senegal bajan por esta carretera sin mirar a los lados, apresuradamente, y, en cierta manera, todo lo que hay que ver parece jugar al escondite. El sentimiento de abandono y provisionalidad hacen el resto.

Orson Welles, Cat Stevens, Frank Zappa o Leonard Cohen pasaron por Mogador (Esauira), la ciudad blanca de la costa atlántica marroquí.
Orson Welles, Cat Stevens, Frank Zappa o Leonard Cohen pasaron por Mogador (Esauira), la ciudad blanca de la costa atlántica marroquí.BRUNO BARBEY

GUÍA PRÁCTICA

Cómo ir
- Air Maroc (902 210 010), hasta el 15 de junio, a Marraquech desde Madrid, 245, y desde Barcelona, 275 euros; hay que sumar las tasas.
- De allí, en coche de alquiler. Otra posibilidad, si se dispone de tiempo, es viajar en autobuses locales.

Dormir
- Gallia (04 444 5913). Marraquech. Un pequeño riad céntrico decorado con encanto. La doble, 60 euros.
- Maison du Sud (04 447 41). En Mogador. En el centro, nuevo y con decoración muy cuidada. 60 euros.
- Hotel de Tiznit (04 886 24 11). En Tiznit. La mejor oferta de la ciudad. Tiene piscina y comodidades razonables. La doble, 60 euros.
- Fort Bou Jerid (fax: 04 887 30 39). En Guelmim. Se puede aparcar la caravana, dormir en jaimas o en su pequeño hotel. No tiene teléfono.
- Hotel Sable d'Or (04 887 80 69). En Tan Tan. Limpio y agradable. Es el mejor hotel de la ciudad. Doble, 45.
- Hotel Parador (04 889 45 00). En El Aaiún. La doble, 90 euros.

Información
- Oficina de turismo de Marruecos en Madrid (915 41 29 95).
- www.turismomarruecos.com.
- www.essaouira.com.

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