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Columna
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Ficción

El escándalo a propósito de las falsas informaciones publicadas por un redactor joven de The New York Times es también un falso escándalo. Pero viejo. En muy poco tiempo, dentro del nuevo capitalismo de ficción, la falacia ha desempeñado un papel central ya sea en el periodismo, en la política, en los negocios, en la medicina o en la religión. Ni los curas resultaron ser los pastores que parecían alrededor de los niños ni Enron o Xerox, entre otras compañías, llevaban las cuentas de lo real. Más bien el mundo, en general, continúa gracias a su ficción, y en el entendimiento de que ahí se halla el mejor lugar donde fijar el valor de la vida. ¿Christie's? ¿Sotheby's? Estos imperios de la probidad elegante fueron también descubiertos manipulando el precio de las piezas. De piezas que después, inexorablemente, podían ser falsas. ¿La garantía? En China son especialistas en falsificar no ya Kellog's para el desayuno, Chanel número 5 o Pattek Philipe, sino los estuches, los frascos o los folletos donde se estampa la autenticidad de la mercancía. Como se ha visto, Arthur Andersen y otras auditoras no escuchan ya el sonido real de las contabilidades que deben sellar, sino que se dejan orientar por cantos de sirenas, sones imaginados que le reportan más provecho que la verdad. La vida, en sentido estricto, se encuentra copiada y repuesta en valor mediante las clonaciones y hasta la Dama de Elche, una vez reproducida en su misma piedra calcárea, es ahora indistinguible del original. ¿La verdad? ¿Qué papel desempeña la verdad una vez que su base es ficticia? Pero, en todo caso, ¿por qué habría de ser denegada la mentira? La historia, antes de la guerra de Irak, ya siguió un largo camino donde se trucaron los sentidos y los fines. Ahora sabemos que la guerra contra Irak fue una guerra nacida de una invención, trufada de mentiras y decisoria de un nuevo escenario para la siguiente representación. ¿Creíamos que los políticos, los comerciantes, los psicólogos, los directores de marketing, las empresas de entretemiento y de comunicación no decían mentiras? Claro que no. ¿Como crecería la talla de la realidad si no se cebara de esta nutrición activa? O, lo más decisivo: ¿qué sería de nosotros, sólo verdades a medias, si no nos mintiéramos?

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