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Columna
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Mudanzas

La distancia entre la Puerta del Sol y la plaza de la Villa es tan breve como histórica y simbólica. Entre el caserón neoclásico de la primera y el palacio barroco de la segunda apenas median unos metros de calle Mayor, un trayecto que en pocos días recorrerá en feliz, contradictoria y, según los augures, efímera mudanza, Alberto Ruiz-Gallardón, sin bajarse del coche oficial, pero sin protocolos ni procesiones como corresponde a su talante neoliberal y posmoderno.

Será feliz la mudanza del ungido por las urnas precisamente por lo que tiene de histórica la alcaldía madrileña y de simbólico el puesto de primer edil de la capital, y contradictoria, al menos en apariencia, porque en cuanto a jerarquía se refiere, el Ayuntamiento queda un peldaño por debajo de la Comunidad, un peldaño que, según los citados augures, le servirá a Gallardón para tomar impulso en su inminente salto al delfinato de La Moncloa y luego a la presidencia del Gobierno. Los futurólogos van más allá, y en sus nefastas previsiones anuncian que si el salto llega a producirse, si Alberto se confirma como sucesor de Aznar, la cónyuge de Aznar se confirmaría como sucesora de Alberto en la alcaldía, jugada a tres bandas, triángulo equilátero en el que doña Ana jugará de hipotenusa gracias a la suma de voluntades de su dos catetos al cuadrado, cuadratura de un círculo vicioso y endogámico.

En el mundo real, el ex presidente alcalde que comenzó su carrera política como concejal en la Casa de la Villa no parece muy conforme con su nueva sede, ubicada en una plaza de noble y severo porte, pero olvidada y marginada por el desmesurado crecimiento de la ciudad que le brotó alrededor. Una plaza que no es ni la primera, ni la segunda, ni aun la tercera o la cuarta, entre las más nombradas de la villa, acomplejada además por la proximidad de la soberbia plaza Mayor, de la majestuosa plaza de Oriente y de la populosa y emblemática Puerta del Sol. La plaza de la Villa es, como sugiere su nombre, una hermosa plaza de pueblo, plaza mayor de una de esas linajudas villas castellanas de casas solariegas y blasonadas, una plaza de modestas dimensiones y rancio abolengo a la que no le falta ni la estatua de un héroe que la defienda, ni la mansión palaciega ni el castillo de leyenda. En la torre de los Lujanes estuvo preso y rehén el rey francés Francisco I cautivado por Felipe II, y contaban los guías que la puerta por la que había entrado un día el infeliz monarca nunca había vuelto a abrirse desde entonces, dando a entender que o bien le habían sacado de su encierro por la ventana, o de forma más discreta por la puerta de servicio. Eso contaban los guías hasta que un día se toparon junto al arco de la torre un cartel con un horario de oficinas municipales a las que se accedería a través del legendario paso.

La estatua del héroe, naval para más paradoja, don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, es obra de mérito de don Mariano Benlliure, escultor muy valorado por los madrileños, y en su pedestal lleva unos versos del más excelso poeta local, don Félix Lope de Vega y Carpio, el Fénix de los Ingenios, que decía un castizo.

Demasiado casticismo y demasiadas historias en esta plaza recoleta del viejo barrio de los Austrias. El alcalde electo ha desvelado sus deseos de abandonar a su destino histórico la casa consistorial oscura y barroca de la plaza de la Villa y trasladarse, con la corporación a cuestas, a espaldas de la Cibeles, al catedralicio inmueble del Palacio de Comunicaciones, obra de Antonio Palacios, un edificio al que una guía contemporánea define como "una especie de colosal templo laico a la mayor gloria del progreso". Una simbología menos obsoleta y más acorde con el estilo del nuevo regidor, un marco en el que no cuadran los maceros empelucados, ni ese regio y pesado collar ceremonial que le fue haciendo chepa a su predecesor.

La ubicación del nuevo Ayuntamiento acumula más símbolos, porque el Consistorio abandonaría el viejo casco histórico de la ciudad para situarse en la orilla derecha del gran río virtual de la Castellana, en los límites entre los prósperos barrios burgueses de El Retiro y de Salamanca, en el eje crucial del Prado y Recoletos, por donde pasan más manifestaciones que procesiones y celebran sus triunfos los hinchas del Madrid.

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