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Columna
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La gran noche

No recuerdo una noche electoral tan larga. Ni en las primeras elecciones democráticas hubo un escrutinio tan lento y aparentemente sospechoso como el de la noche del 25 de mayo. Sospechas que por fortuna conjura un sistema electoral cuyas garantías de fiabilidad desalientan ya cualquier intento de que voten los muertos. Nadie en su sano juicio trataría de alterar de forma mínimamente significativa el veredicto de las urnas, pero sí es posible manipular a conveniencia la trascendencia mediática del triunfo o de la derrota.

Algo de eso sí permiten imaginar los extraños acontecimientos acaecidos el pasado domingo concretamente en relación con el escrutinio de los votos para elegir el Parlamento autonómico. Aquella noche, el Partido Popular arrolló literalmente en el Ayuntamiento de Madrid y Alberto Ruiz-Gallardón mereció, como lo tuvo, su momento de gloria, incluyendo el ejemplar reconocimiento público de Trinidad Jiménez, que dio un auténtico recital de juego limpio. Un momento del que quiso participar entusiastamente en el balcón de Génova José María Aznar, lo que probablemente no hubiera sido posible de haber constatado a esa hora que la sobresaliente reválida en el gobierno municipal iba acompañada de la pérdida de la Comunidad Autónoma. Es cierto que el triunfo de la izquierda en el Parlamento regional fue muy ajustado y que la candidata popular Esperanza Aguirre cosechó unos resultados de los que puede estar orgullosa teniendo en cuenta los vientos adversos que soplaron para las siglas que representaba, pero ninguna de esas circunstancias justificaría el hurtar su parte de gloria a Rafael Simancas.

El todavía inexplicado e inexplicable parón en el recuento de los votos cuando sólo faltaban por escrutar el 6% de las papeletas mandó a los madrileños a la cama sin saber quién gobernaría la Comunidad de Madrid. Con los medios técnicos de que ahora se disponen y la experiencia acumulada en procesos electorales, resulta bastante increíble que unas cuantas mesas en Perales de Tajuña o Alpedrete puedan retrasar cinco horas un recuento que no ha de durar en su conjunto más de dos o tres. Así lo debieron pensar Alfredo Pérez Rubalcaba y Antonio Romero cuando se presentaron sobre las cuatro de la mañana en la Delegación del Gobierno para intentar enterarse de qué estaba pasando. Ansuátegui no pudo más que invitarles amablemente a una cerveza porque nadie parecía saber a ciencia cierto lo que ocurría. Sea como fuere, lo cierto es que en esa noche en que la inmensa mayoría de los ciudadanos están pegados a los medios de comunicación no hubo focos ni altavoces más que para los vencedores en el Ayuntamiento de la capital. Simancas , que llegó a la presidencia de la Federación Socialista Madrileña ofreciendo un proyecto socialista sin apellidos y que fue designado por su partido como candidato a la Comunidad de Madrid desde el convencimiento de que no tenía nada que hacer porque Gallardón era entonces candidato a la reelección, ha protagonizado el más discreto y a la vez espectacular ascenso que cabe imaginar. La suya, desde el nacimiento en el seno de una familia de inmigrantes, parece ser la historia de un hombre sencillo al que las circunstancias convierten sin alharacas en presidente de todos los madrileños.

Muchos aún se preguntan cómo es posible que ese tipo bajito y aparentemente insignificante le haya arrebatado la Comunidad de Madrid al Partido Popular. La respuesta probablemente esté en que Rafael Simancas nunca ha tratado de ser ni aparentar nada que no sea. Hizo una campaña inteligente en la que en todo momento se mostró como una persona normal sin otras ambiciones personales que las de trabajar por su región, y la gente ha terminado apreciando ese toque de humildad. Paradójicamente ahora, y a pesar de ese Gallardón arrollador, que demuestra ser con diferencia el político mas carismático y completo con que cuenta el Partido Popular para sustituir a Aznar, Simancas tendrá sobre el papel mayor poder en Madrid. Gestionará cinco veces más presupuesto que el Ayuntamiento de la capital y el alcalde deberá contar con él para sus proyectos estrella porque, siendo presidente regional, rebajó las competencia municipales en favor de la Comunidad autónoma. Rafael Simancas es, en términos operativos, el nuevo hombre fuerte de Madrid, aunque un extraño escrutinio le arrebatara su gran noche.

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