Un toro y un natural
Hubo un toro de puerta grande, ¡ya era hora!, bravo y encastado, el quinto de la tarde, de nombre Ca
nti
nero, de 531 kilos de peso, de la gandería de El Ventorrillo, al que se le dio la vuelta al ruedo con todo honor y merecimiento. Un toro codicioso y agresivo que acometió el capote con alegría, acudió al caballo a galope tendido y llegó a la muleta loco por embestir, incansable e inasequible al desaliento. Fue un torrente de bravura, ejemplo perfecto de que el toro existe, y ese toro da sentido y emoción a este espectáculo. Una suerte para la vista.
La mala suerte fue de Uceda Leal ("Pídele a Dios que no te toque un toro bravo", decía Juan Belmonte), que pasó fatiguitas de muerte de principio a fin. Ni él ni la mayoría de la torería andante está preparada para someter y torear a un toro bravo. Uceda lo intentó con su cuerpo y con su alma toda, pero comprobó desesperado cómo el toro lo desbordaba, no lo dejaba respirar y se lo comía literalmente en cada encuentro. Lo intentó con vergüenza torera por ambos lados, pero se colocaba mal, retrasaba la muleta y el toro siempre le ganó la partida.
Astolfi / Finito, Uceda, Morante
Rechazada la corrida anunciada de Núñez del Cuvillo. Cinco toros de Astolfi -el 6º, devuelto por inválido-, justos de presentación, astifinos y muy flojos; al 5º, de El Ventorrillo, bravo y encastado, se le dio la vuelta al ruedo; el sobrero, de la misma ganadería, bien presentado y descastado. Finito de Córdoba: bajonazo a paso de banderillas (bronca); pinchazo y casi entera (bronca). Uceda Leal: pinchazo y estocada caída (silencio); estocada trasera y desprendida y un descabello (división). Morante de la Puebla: dos pinchazos -aviso- y tres descabellos (ovación); pinchazo y casi entera perpendicular y caída (silencio). Plaza de Las Ventas, 26 de mayo, 15ª corrida de feria. Lleno.
Hubo también un natural largo, inconmensurable, profundo y bellísimo. Un natural que sólo puede firmar un artista. Fue al final de la faena, y la plaza entera crujió como sólo ocurre ante chispazos henchidos de emoción. La pena es que sólo fue uno, y la miel se quedó en los labios por lo que pudo haber sido y no fue.
Morante, el autor de tan artístico trazo, se presentó en Las Ventas en un duro examen consigo mismo, y quiso aprobarlo desde el principio. Para empezar, se abrió de capa con galanura, bajó las manos y alguna verónica desprendió el aroma de la belleza. Participó después en un quite con dos chicuelinas muy garbosas y una verónica honda; tomó la muleta con prontitud, la mojó con cuidado y ya se notaba en el ambiente el presagio de toreo grande. Comenzaba el examen final y definitivo entre un animal de escasísimas fuerzas y noble comportamiento y un torero con el ánimo renovado. El inicio por bajo, hondo, pero pronto comenzaron los enganches, la falta de mando y el lucimiento en los adornos más que en el toreo fundalmental. Hizo el torero un extraordinario esfuerzo, pero a su labor le faltó ligazón, temple, orden y quietud. Sólo al final llegó el milagro de ese natural largo para el recuerdo y otros dos más de bella factura. Fue un examen aprobado por los pelos.
El resto de la corrida careció de historia. Uceda Leal, en su primero, un manso inválido, se diluyó en una labor espesa y sin brillo, tan vulgar como la cansina embestida del toro. Morante devolvió la papeleta del examen en el sexto, un toro blando y poco claro que no le permitió la confianza necesaria para el aprobado. Tiró líneas, probó con precauciones y dijo a los cuatro vientos que su recuperación no está cercana. Y Finito parece irrecuperable. Su labor estuvo presidida por la inhibición y la ausencia de torería. Lo abroncaron con razón. Así no se puede ir a Madrid.
Babelia
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