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Columna
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El habano

Fue en la noche del domingo. Yo venía de los juzgados, de entregar las actas de mi mesa electoral y él, probablemente, venía de su casa, de ver la televisión y entristecerse. Yo viajaba en mi Opel y él en el suyo, aunque los modelos de los coches eran diferentes, también los tamaños y los colores. Él y yo, su coche y el mío, y otros automóviles, claro, rodando lentamente por la Alameda. Luego vinieron los Viveros, en la noche larga, y más adelante el museo de Bellas Artes, hasta que nos detuvimos en el semáforo del puente de la Trinidad: ese viejo paso que tan bellamente revive Manuel Vicent en su Tranvía a la Malvarrosa.

Él y yo en el semáforo. Él, que fuma un puro y que mira al fondo, a la noche difícil, a la lejanía de las farolas, y yo mirándole a él, casi de reojo, en cuanto supe quién era, casualmente. Él en el semáforo en rojo, muy rojo y allí al lado las monjitas de la Trinidad, las casas nuevas con aspecto antiguo, el pretil poderoso que irguiera la Junta de Murs i Valls hace tantos siglos, y ya el semáforo se pone verde, y entonces le vuelvo a ver, antes de arrancar. Lanza una bocanada de humo, y yo decido ir en paralelo con su coche, disimulando un poco, aunque en todo caso el viaje sería muy breve, porque los coches tendrían que separarse enseguida. El mío para continuar por la calle de Guadalaviar y el suyo para entrar en el puente de Serranos y enfilar la sede.

Guadalaviar, me dije, el nombre aragonés del alto Turia. Y luego reparé en la gran diferencia electoral entre Aragón y la Comunidad Valenciana, que la radio ya iba concretando. Allí los socialistas vencieron y aquí cayeron muy derrotados. Allí superaron la media nacional, de inequívoco y prometedor ascenso, y aquí sucumbieron. Fue entonces cuando pensé en el agua. En la del Ebro, que en Aragón regó de votos el PSOE y en Valencia dejó su cauce maltrecho. El agua, sin duda, fue una de las claves de los dolorosos guarismos de la noche de autos.

Eso también debía ir pensando Joan Lerma mientras apagaba el puro y yo aún le miraba por la ventanilla. A él, como a José Bono, a Manuel Chaves o a Rodríguez Ibarra, no le hubiera pasado lo mismo.

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