"Mi padre siempre ha sido un aventurero a la antigua"
Sir George Everest, gobernador general para India del imperio británico, descubre en 1841 la existencia de una mole inmensa de 8.848 metros coronada por nieves perpetuas llamada Chomolugna, en tibetano, y Sagarmatha, en nepalí. Como no dominan ninguno de estos dos idiomas, sus sucesores en el cargo deciden en 1865 que tome su propio apellido. Mucho tiempo después, en 1921, una expedición británica intenta subir a la cima. No lo consigue. Ese mismo año, siete sherpas mueren sepultados por un alud de nieve. Son las primeras víctimas de la mítica montaña. Otro inglés, Maurice Wilson, intentó subir en 1934. Años más tarde, su cuerpo, congelado, fue encontrado a 6.400 metros de altitud.Finalmente, el 29 de mayo de 1953, casi un siglo después del descubrimiento de sir George, un neozelandés, Edmund Percival Hillary (Auckland, 20 de julio de 1919), a sus 33 años, y el sherpa Tensing Norgay (Tsa-chu, Nepal; 1914) posan las plantas de sus pies en la cumbre. Cuando bajan, Hillary ya se ha convertido, a través de una misiva de la corona británica, en sir Edmund. Era la primera vez que un hombre llegaba tan alto. Peter Hillary, su hijo, emula a sir Edmund en 1990. Es el primer descendiente directo de alguien que ha hecho cumbre que, a su vez, llega a la cúspide. El heredero de Hillary repite la experiencia este mismo 2003 imitando en todos sus detalles la primera expedición exitosa.
La regla de oro de sir Edmund Hillary al afrontar una ascensión es muy simple: "Volver"
"Lo de mi padre fue una lucha contra lo desconocido", dice hoy Peter, con la cara curtida por mil estrías de sol; "siempre ha sido un aventurero a la antigua, un tipo dispuesto a abrir brechas inexistentes, a afrontar nuevos retos".
El Everest era entonces una montaña solitaria que Norgay, fallecido en 1986, calificaba de "espacio sagrado". Ahora es un vertedero con toneladas de basura en el campo base, sobre todo botellas de oxígeno olvidadas. Del silencio helado de hace medio siglo a las melodías de los teléfonos móviles que ahora retumban por todas las laderas. "Es extraño ver a tanta gente por el Chomolugna con sus celulares", se lamenta Peter.
Es algo que molesta enormemente a los sherpas, cuya creencia es que hay que "tratar a la montaña con respeto porque, si no lo haces, la montaña te devolverá el daño tarde o temprano", recuerda precisamente Jamling Norgay, el hijo de Tensing.
Peter describe desapasionadamente lo que es una ascensión al techo del planeta: "Una tremenda soledad en la que cualquier error es como si te dispararas un tiro en la cabeza a bocajarro". Y sigue: "No importa que seas muy bueno escalando porque, un día, el tiempo o las condiciones de la subida pueden jugarte una mala pasada. Depende de ti que lo interpretes como una manifestación divina o, simplemente, como la mala suerte de que un águila gigantesca se cruce en tu camino".
Su padre, Edmund, que estos días es objeto, a sus 83 años, de múltiples homenajes, se apunta a las tesis místicas y ha creado una fundación para la recuperación de ciertas áreas de Nepal. Por ejemplo, financia colegios y hospitales.
Tras la primera ascensión, los hitos en la gran mole se han ido sucediendo. En 1960, un grupo de alpinistas chinos abrió la vía Norte. En 1975, la tibetana Junko Tabei, se convirtió en la primera mujer en la cima. En 1978 se logró la primera escalada a pulmón libre, sin la ayuda de las botellas de oxígeno. Sus protgaonistas fueron el austriaco Peter Habeler y el italiano Reinhold Meissner. Suma y sigue... En este mes tres expediciones han hollado el Everest a la vez. Una multitud pululando por la última planta del edificio natural más alto. Entre ellos, Juan Castillo, un guardia civil español.
A pesar de la superpoblación del Chomolugna, Peter lo describe con las palabras mimosas de la reverencia: "Lo primero que se me viene a la cabeza es emoción y quizás también miedo. Cuando estás escalando una montaña, es muy importante saber controlar tus miedos y tus emociones y también aprovechar al máximo tus habilidades y tu confianza en ti mismo porque son herramientas que vas a necesitar".
El peligro es una constante en la boca de un alpinista. La regla de oro de sir Edmund Hillary, el gran aventurero, es muy simple: "Volver". Y es que subir 8.848 metros de escarpadas paredes, a temperaturas inalcanzables incluso por los frigoríficos más avanzados del mercado, con 20 horas de sol diarias, sin oxígeno casi en los pulmones y con una permanente sensación de fatiga, con pasadizos de hielo y vientos atroces, no es una tarea sencilla. Sin embargo, los Hillary creen que "es parte de la atracción de este deporte": "En esos momentos, el rescate es imposible. Los helicópteros no pueden llegar hasta allí y el equipo de rescate está en el campamento base y necesita al menos dos meses para aclimatarse. Así que te sientes muy solo y tienes que arreglártelas. Esa es una de las sensaciones más increíbles que te proporciona escalar: la necesidad de autorrelajarte".
Y es que los Hillary no son precisamente gente del montón. Junto a Neil Armstrong, el primer hombre que pisó el irregular suelo de la luna, pusieron la primera bandera neozelandesa en la Antártida, además de ascender el Malaku o el Baruntse, otros colosos del Himalaya. La experiencia de charlar bajo el cielo raso del Polo Norte con Armstrong marcó a los Hillary. Peter rememora su relación con el astronauta: "Eran conversaciones interminables, mientras esperábamos a que mejorara el tiempo, sobre sus viajes al espacio, sus experiencias... Al final de la expedición, terminé pensando que tenía que ir a la Luna".
Sin embargo, ni Peter ni su padre son ascetas: "Me encanta el contraste entre lo urbano y la montaña. En la ciudad puedo ir a bares, cafés, restaurantes fabulosos, en los que te sirven una comida estupenda, y eso resulta muy agradable después de haber pasado meses de esfuerzo, en soledad, y comiendo nada más que arroz y lentejas. Ese contraste es lo que de verdad se disfruta".
Y, si eso es lo que más le gusta, lo que menos es una realidad casi cotidiana. El número de muertos en actividades de montaña es muy elevado: sólo en el Everest han fallecido 175 personas: "Escalar es como conducir. Tiene un potencial de riesgo grande. En Nueva Zelanda, en España o en cualquier parte y, aunque no lo pensemos mucho, todos sabemos que alguna vez podemos perder un amigo o un familiar, pero en la montaña la posibilidad es mucho mayor... Esto es lo peor". Hillary reconoce que es "muy consciente" de su fragilidad: "La montaña me puede jugar una mala pasada fácilmente y en cualquier momento. Por las rocas, por el hielo, por un error mío...".
Ya no quedan casi retos deportivos en el Everest. Para Peter, "el mayor es ahora que cada persona sea capaz de desarrollar un sistema para frenar el deterioro de rutas como las del Everest o las de los Alpes, en Europa, y acabar con la contaminación". Un propósito para el que los Hillary tratan de reunir dinero. La última idea para financiarse ha sido la de subastar réplicas de los utensilios que sirvieron a sir Edmund para alzanzar la cumbre. La del pico, por ejemplo, es un capricho tasado en unos 2.000 euros.
Hoy en día subir al Everest no es barato. La ascensión puede costar cerca del millón de euros, entre otras razones por los carísimos permisos del Gobierno nepalí. Una expedición barata, que incluya un equipo mínimo de siete personas, cuesta alrededor de los 70.000 euros.
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