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ANÁLISIS | NACIONAL
Columna
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El eje castizo del mal

CUANDO ESTA NOCHE se lleve a cabo el escrutinio de los votos (municipales en toda España, forales en el País Vasco y autonómicos en 13 comunidades), los portavoces de los partidos buscarán de inmediato los puntos de comparación más favorables a sus sesgadas interpretaciones. A menos que se produjese un movimiento tectónico inadvertido por los sondeos, los encargados de consolar a los militantes si las cosas no les rodaran demasiado bien encontrarían la manera de abultar los éxitos o disimular los fracasos. El PP presentaría como una hazaña cualquier reducción de la distancia que le separaba en las encuestas hace dos meses del PSOE, especialmente si logra conservar plazas simbólicas como Madrid. Para los socialistas, que no han ganado unas elecciones nacionales agregadas (europeas, legislativas o municipales) desde 1993, superar al PP, aunque fuese por la mínima, en la suma total de los votos de los ayuntamientos constituiría una victoria.

Las dificultades del PP para gobernar en coalición con otras fuerzas políticas los ayuntamientos y las comunidades autónomas se hallan en el origen del tono apocalíptico de su campaña electoral

La omnipresencia de Aznar y Zapatero en la campaña electoral y el tono generalista de sus discursos invitarán esta noche a leer el veredicto de las urnas como la primera vuelta de las elecciones generales de la primavera de 2004. Sin embargo, será precisa cierta cautela -sean cuales sean los resultados- a la hora de avanzar proyecciones de alcance nacional: el componente territorial de los comicios, incluida la popularidad personal y la gestión eficaz de algunos alcaldes y presidentes (abstracción hecha de su ideología), deberá ser tomado en cuenta para tales extrapolaciones. Los votos de las agrupaciones independientes en el ámbito municipal y de los grupos regionalistas en el marco autonómico suelen beneficiar a los partidos estatales en las elecciones generales. Es cierto que los comicios locales previos a las legislativas han venido señalando hasta ahora la dirección del viento: antes de ganar las generales de 1996 y 2000, el PP lo había hecho en las muncipales de 1995 y 1999. Sin embargo, los resultados globales en las urnas y los porcentajes de votos variaron considerablemente entre ambos tipos de convocatorias: en tanto que los 981.000 sufragios de ventaja de los populares en 1995 quedaron reducidos a 290.000 papeletas en 1996, la victoria del PP por 37.000 votos en 1999 se amplió hasta 2.400.000 en 2000.

El presidente del Gobierno se ha dedicado durante la campaña a profetizar las terribles desgracias que se abatirían sobre el país si los socialistas llegaran algún día al poder: desde el hundimiento del sistema de pensiones y el desempleo galopante hasta la ruptura de la unidad estatal y el aislamiento internacional, pasando por una invasión de inmigrantes delincuentes. La coalición Llamazares-Zapatero (la maliciosa rotulación del tándem no pretende respetar el orden alfabético, sino denunciar la subordinación del PSOE a IU) es la forma castiza que adopta en España el eje del mal, reforzado por nacionalistas y compañeros de viaje del terrorismo en la variante de la conjura rojo-separatista. Pero esos apocalípticos sermones sobre el horrible futuro que nos aguarda si gana el PSOE no son fruto del fanatismo de la virtud, sino de la frescura del oportunismo.

Aznar logró la investidura en 1996 con los votos de los nacionalistas catalanes, vascos y canarios: los piropos que se cruzaron entonces Arzalluz y el presidente del Gobierno podrían formar parte de una selecta antología de requiebros políticos. Aunque los comunistas sean ahora expulsados del cielo democrático como hijos de Belcebú, Aznar organizó una eficaz pinza estratégica con el anterior secretario general del PCE y coordinador de IU, Julio Anguita, para desgastar al PSOE desde flancos opuestos en las elecciones legislativas y para formar en 1995 una coalición negativa de ámbito municipal y autonómico que permitió al PP conquistar importantes parcelas de poder local. Y los socialistas son ahora invitados a renovar los pactos que les unen con los populares en el País Vasco desde 1999. Así pues, la fuente inspiradora de las paranoicas denuncias de Aznar contra el eje del mal y la conjura rojo-separatista no son los principios ideológicos del PP, sino sus actuales dificultades prácticas para formar alianzas.

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