Camps, el sacristán
Si el mismísimo Berlanga me encargase el cásting para una de sus películas, si tuviera que buscar a alguien de aire sacristanesco para representar el papel de rapavelas, de chupacirios de parroquia bien y no tuviese a mano al siempre resultón Agustín González, no lo dudaría. Podría ser el verdadero salto de Camps al estrellato.
Ya sé que esto de relacionar a Camps, incluso somáticamente, con la beatería gazmoña -con su ambiente en definitiva- no gusta nada a su equipo de campaña. Pero uno, como decía aquél, no puede cambiar su propia historia, aunque siempre es libre de contarla al revés. Cosa en lo cual los populares, como sabemos, son especialistas. En reescribir la historia de España y la suya propia.
Pero a lo que íbamos. La confesionalidad es absolutamente respetable siempre y cuando no interfiera en la acción política. Así pues la religiosidad de un político no pertenece, ni mucho menos, al ámbito íntimo e inviolable de la privacidad. Porque no es lo mismo ser, y vivir, como cristiano que ser miembro de una secta como los Legionarios de Cristo Rey o el Opus Dei, con sus propios intereses económicos, educativos, reaccionarios, que buscan en la política camino para realizarse.
¿Que no es éste el caso? Pues lo tiene muy fácil: que se pronuncie sobre la investigación con células madres, por ejemplo, y despeje las dudas sobre su subordinación eclesial que, sumada a su subordinación zaplanista, lo convierten en lo que es: sacristán de amén.
Segundo Bru es portavoz del PSOE en las comisiones de Economía y Presupuestos del Senado.
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