'Ask me'
¿Quién no se ha llevado cuando se va del hotel, aunque sea por vicio, la botellita de jabón, el peine, el cepillo de dientes o uno de esos gorros de ducha precintados que luego nunca se usan? Incluso el cenicero o alguna de las botellas de la nevera. Hasta aquí no llega a robo y la dirección del hotel lo considera normal, pero la cosa cambia cuando el cliente se lleva las toallas, la alfombra de baño o incluso las sábanas. Las supuestas obras de arte que cuelgan de las paredes, como normalmente son litografías, no interesan a nadie. Una vez, uno de los responsables del Mas de Torrent -un hotel de lujo del Empordà- me contó que, cansados de que los clientes les quitaran las toallas, optaron por regalárselas y así evitaban sentirse robados. Un hotel de Barcelona ha tenido otra idea: si alguien está interesado en cualquiera de los objetos que llenan su establecimiento, puede comprarlo. Incluso la cama.
El servicio del hotel puede conseguir para el cliente un abogado, entradas, un traje a medida, que conozca a un actor o la compra de un ático
Nada hacía pronosticar hace apenas tres meses que un hotel de nombre Prestige se hiciera tan famoso. Lo cierto es que los directivos, que tuvieron la idea mucho antes del desastre, están encantados con el nombre porque, dicen, atrae clientela. El Prestige está situado en pleno paseo de Gràcia y no rezuma chapapote, sino mucho lujo. Aunque, por cierto, la decoración juega con tonos grises y negros; eso sí, combinados con el rojo de las alfombras y del uniforme de la señorita que, muy amablemente, atiende al cliente. Pero el Prestige no es un hotel convencional: no tiene servicio de restaurante, ni gimnasio, ni piscina, ni sala de convenciones; por tanto, algo tenían que inventar para que el cliente se sintiera cómodo. Solución: instalar un servicio de conserjería personalizada, algo así como un o una secretaria particular que soluciona cualquier problema y atiende cualquier demanda. Se trata de cuatro jóvenes que trabajan por turnos las 24 horas esperando que el cliente les formule su petición.
Nunca me había ocurrido antes no encontrar la puerta de un hotel, pero lo cierto es que ese Prestige es tan moderno que, más que una puerta, parece un búnker blindado. Busco desesperadamente una entrada palpando y empujando lo que parece una pared de acero. Nada. Opto por llamar a un timbre que encuentro a mi derecha y veo acercarse a un hombre increíblemente elegante. Acerté. Me indican el piso superior y también la presencia de la señorita vestida de rojo (me especifican el color). Dudo si coger el ascensor o continuar en mi papel de cateta escaleras arriba. Opto por lo primero. Una vez en el salón, la presencia de la joven de rojo es evidente. Está sentada ante un ordenador portátil y me atiende con amabilidad.
Cristina Lacida es una de las chicas que se esconden detrás de Ask me, el nombre del servicio. Pasa ocho horas atendiendo llamadas y consultas y dice estar muy familiarizada con Internet. "Es mi arma, sin esto no podríamos trabajar", comenta mirando la pantalla. Según Cristina, Ask me es algo totalmente nuevo dentro de los servicios que acostumbra a tener un hotel. "Cuando más trabajamos es a la hora del desayuno, cuando el cliente necesita organizarse el día". Un cartoncito de propaganda avisa que Ask me puede conseguir desde un abogado, entradas para el teatro, un cactus, un traductor o la posibilidad de conocer a tal artista, hasta información sobre cómo va la Bolsa o un traje a medida. Todo es posible. Aunque la demanda más usual son los trámites para encontrar las maletas extraviadas en el aeropuerto.
La sala superior del Prestige, la de tonos grises, se transforma en un bufé libre por la mañana y en un bar de copas por la noche. Mientras, los clientes pueden hojear libros como Conversaciones con Pedro Almodóvar, Mariano Fortuny y Barcelona, memoria desde el cielo. Esos libros también se pueden comprar, como todo lo que se ve. "Hace poco un señor compró el cabezal de la cama y las mesillas de noche", dice Cristina. Y un italiano se enamoró del bombín que usan los botones y a la mañana siguiente apareció él con uno en la cabeza. Cristina asegura que esperaba demandas más raras que las que normalmente atiende, pero no sé si será muy normal que alguien le pida un piso. Se trata de un americano que quedó prendado de la ciudad y le pidió que le buscara un apartamento. Ella, sin azorarse por nada, le preguntó con qué presupuesto debía contar. "Cualquiera", respondió cliente. La eficiente Cristina le encontró un ático en la plaza de Catalunya y parece que en breve volverá para disfrutar de su vivienda. Ahora los de Ask me andan preparando la petición de un grupo de paquistaníes que quieren comida halal en sus habitaciones. Para ello, Cristina se ha puesto en contacto con un restaurante que les suministrará la carta cada día y les llevará el menú que escojan al paseo de Gràcia.
A la hora de irme me pregunto si será tan complicado encontrar el mecanismo de la puerta desde dentro. Aprieto el botón del ascensor en el momento en que decido bajar por las escaleras. Los botones me miran con inquietud, como cuando, recelosa de la puerta, la empujo como si tuviera que salir de estampía. Pero cosas más raras habrán visto.
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