La oreja o la vida
Serafín Marín llegó a Madrid dispuesto a dejarse matar antes de que se le escapara el triunfo.Y se jugó la vida sin cuento, con un valor seco que daba miedo. Y triunfó. Arrancó una oreja de oro puro a un toro astifino, manso y peligrosísimo de Palomo Linares, -el maestro puede ir pensando en cambiar de ocupación-, sorteó con impasible frialdad las oleadas del burel con las zapatillas asentadas en la arena, asustó al público, sometió con autoridad al toro e, incluso, le robó unos derechazos muy estimables. Y el manso no era mentiroso: de salida se coló hasta el punto que quitarle limpiamente el capote, huyó de los caballos, persiguió a la cuadrilla en banderillas, y llegó a la muleta engallado y queriendo imponer su ley. Pero, amigo, se encontró con un chaval de Montcada que quiere ser torero y que le plantó cara de qué manera. Se equivocó, quizá, al no doblarlo por bajo, pero le puso la tela en la cara, se cruzó como mandan los cánones y la que se impuso fue la ley del valor serio y cabal. La gente se emocionó porque la cosa no era para menos, y elevó a los altares a quien vino dispuesto a dejarse la vida para triunfar.
Sepúlveda / De Julia, Vicente, Marín
Toros de Sepúlveda (tres fueron rechazados en el reconocimiento), 4º y 6º devueltos por inválidos, justos de presentación, inválidos, mansos y descastados; primer sobrero de Navalrosal, manso y deslucido; segundo sobrero de Palomo Linares, manso y muy peligroso. Rafael de Julia: dos pinchazos -aviso-, pinchazo y un descabello (silencio); media contraria y dos descabellos (silencio). Iván Vicente: dos pinchazos -aviso-, estocada y un descabello (silencio); pinchazo y estocada trasera (ovación). Serafín Marín: un pinchazo -aviso-, dos pinchazos, cinco descabellos -segundo aviso- y dos descabellos (silencio); estocada (oreja). Plaza de Las Ventas, 13 de mayo. 3ª corrida de feria. Algo más de tres cuartos de entrada.
De todos modos, el triunfo indiscutible de Marín no puede hacer olvidar la insufrible corrida de Sepúlveda.
Si se es bien pensado, se puede concluir que hubo un error en el embarque. Estos toros eran los bueyes para la próxima romería salmantina y no la corrida para Madrid. Una confusión la tiene cualquiera.
Claro que puede ser que no hubiera error y, entonces, el asunto es más grave. Entonces, es un fraude porque te venden una corrida de toros, -bravos, se entiende-, y te ofrecen una bueyada. La gente se aburre y aplaude a la banda de música, que es señal inequívoca de que el sopor se ha apoderado de la plaza.
Los toros de ayer no eran toros, sino un sucedáneo degenerado de lo que en su día dicen que fue un animal poderoso. Lo de ayer fue una vergüenza. La suerte de los taurinos es que la afición está desaparecida en combate, y los pocos que pretenden preservar la esencia perdida son tachados de alborotadores, cuando no de borrachos. Y así nos luce el pelo: toros inválidos, descastados, sosos y de mala clase. Bueyes, y, encima, con ideas perversas. El colmo.
Con suerte tan negra se encontraron tres jóvenes que atesoran buenas maneras, pero que sólo pudieron apuntar detalles, bien es cierto que de calidad.
De Julia es torero de corte artista y un fino estilista, y así lo esbozó cuando las circunstancias se lo permitieron. Un poco pesado, eso sí, ante su moribundo primero, y descorazonado ante el parado cuarto, que, en lugar de embestir, topada. Iván Vicente también maneja con soltura los engaños. Se dejó ir a su primero, el de más movilidad, al que no consiguió doblegar, y trazó buenos muletazos ante el inválido quinto. Y Marín quitó por gaoneras ceñidísimas, aguantó lo inaguantable ante el deslucido tercero, y, lo dicho, se jugó la vida en el sexto: la oreja o la vida.
Babelia
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