Normalidad
Quienes alcanzaron su mayoría de edad para acudir a las urnas cuando ya había desaparecido el tardofranquismo, quizás no lo recuerden. Pero Franco tuvo sus adeptos. A los adolescentes de entonces, que ahora ya peinan canas o calvas, les comentaban, de vez en cuando, los partidarios del general africanista y devoto cuán nefasta era la política y, sobre todo, la política plural de partidos y elecciones democráticas. Ridiculizaban estas últimas con el manido y ancestral chiste del candidato que, el mitin del villorrio les promete a los aldeanos la construcción de un puente, y cuando el rústico de la boina le indica que en el pueblo no hay río, les promete la construcción del río. La posible moraleja política del chiste fácil y malintencionado no cuajaba demasiado en los jóvenes de aquella época, que ya intuían que los Pirineos no separaban a los demócratas de la península de Francia ni del resto de países de nuestro entorno. Aquellos jóvenes saludaron con alborozo la pluralidad de partidos, los mítines y las urnas cuando finalizaron los tiempos de la tranca y el silencio. De esa experiencia les queda ahora casi la obligación moral de acudir a las urnas y de testar el absentismo político de los indiferentes o descontentos con las actuaciones concretas del partido que nos gobierna o el que pueda gobernarnos. Una cosa es el desacuerdo o el descontento y otra muy diferente la nada recomendable abstención.
Como muy diferentes son el sentido o la intención del voto, que casi toda la ciudadanía tiene decidida y configurada, y los cuatro días y medio de campaña electoral oficial, plagada de reuniones multitudinarias, a las que acude o acudimos los ya convencidos a oír promesas y palabras reiteradas. Muy normal todo ello, aunque en ocasiones producen un aturdimiento semejante al que causan las tertulias de los programas rosa o de chismorreo en la televisión, cuando todos los tertulianos intervienen a gritos y a un tiempo.
Esa normalidad, que discurre entre promesas y palabras, tiene también en ocasiones un componente gastronómico para animar el cotarro. En la Vall D'Uxó degustan los asistentes al mitin del PP un sabroso tombet de bou; en Poble Nou sirven Rita Barberá y Francesc Camps una bien condimentada paella, y hasta los patriotas moderados del Bloc reparten en Benicàssim horchata y fartons. Aunque esa normalidad que representan las paellas, las promesas y los discursos reiterados, podría tener otro signo. En plan gastronómico comentaba un grupo de labriegos de La Plana, durante el atávico almuerzo del sábado y a penas iniciada la campaña electoral oficial, que ellos más o menos tenían ya decidido desde hace tiempo el voto, pero que lo cambiarían gustosamente en el caso de que cualquiera de los candidatos en liza les hiciese llegar un discurso en el que se detallase no las promesas de futuro, sino cuanto no se hizo como alcalde o presidente de la Generalitat, o se hizo mal y había que rectificar. Claro que exigirle a nuestra clase política un gesto de ese tipo es como soñar un mundo al revés, y más cuando se está en una reunión multitudinaria a la que acuden, o acudimos, los fieles de la misma parroquia. Con todo, la propuesta de los labriegos, fruto de la imaginación huertana, sería un hito democrático en un hipotético debate televisivo entre los candidatos; debate que no veremos. Y como la democracia debe tener un carácter dinámico y no estático muchos votantes no verían con malos ojos ese debate y que la normalidad de las anodinas campañas evolucionasen.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.