Una racha de novias gordas
EN LOS OCHENTA solía aumentarse la edad, estaba ansioso por llegar a los treinta y suicidarse como había prometido en una carta abierta al periódico local. Para entonces ya había dejado sus estudios de medicina y era el flamante bajista y compositor de la banda 7 Torpes (eran sólo tres). Su primera novela, Seis informes, la publicó en 1988 el padre de una de las tantas chicas a las que embaucó en Bogotá con su aire de poeta desvalido. Poco antes de que la novela saliera al mercado se peleó con la chica, se fue con otra a París y se olvidó por algún tiempo de la literatura. Después, la francesa lo mandó al infierno, pero él, que ama exagerar las cosas, regresó a Bogotá. Allí se enteró de que su novela andaba en negocios de libro de segunda mano y de que, a cambio de una revista, Vanidades o Cosmopolitan, daban tres ejemplares de su novela. Decidió regresar a Cartagena de Indias, su lugar de origen, y conseguir dinero para comprar toda la descarriada edición de su novela, pero jamás lo hizo. Lo que sí hizo fue fundar, en compañía de su entrañable amigo Ciro Díaz, la empresa Fracaso Ltda. El eslógan rezaba: "Donde se necesite un fracaso allí estaremos".
A propósito del "mejor escritor colombiano de las últimas generaciones"
Según sus biógrafos de las esquinas cartageneras, fue boxeador aficionado, futbolista de playa, dueño del Ratapeona (bar de rock nada recomendable), guionista y director de cine en vídeo, autor de 127 canciones, mujeriego empedernido, bebedor de ron casi invencible, bailador de salsa e ídolo intocable de 20 vagos del parque de San Diego en el centro histórico de su Cartagena. Según su madre fue un chico tímido, enfermizo e inteligente, que casi no necesitaba estudiar para obtener las mejores notas y que un día dejó una brillante carrera de medicina para encerrarse a escribir en una vieja máquina Olivetti hasta bien entrada la madrugada. Para su madre, sus tres hermanos y cinco sobrinos también es un ídolo. Lo curioso es que la admiración que despierta entre sus amigos y su familia no tiene relación alguna con el hecho de que escriba. Para sus amigos, es el rey de la rumba y eso basta; para su familia, es el apoyo espiritual y material que nunca ha faltado. En 1995 ganó el Premio Nacional de Literatura con el libro de relatos Cinema árbol y otros cuentos. En 1996, su amigo y socio de aventuras Ciro Díaz fue embestido por un auto fantasma y murió a las pocas horas. Esa muerte lo destrozó, seguro que le hizo pensar en otras muertes: su propio padre había muerto en circunstancias parecidas cuando él era un niño. Decidió entonces irse del todo a Bogotá (ya había estado allí un par de temporadas) y empezar otra vez de cero. Llevaba en el equipaje algunas de las mejores novelas jamás escritas en Colombia, pero no estaba pensando en ser escritor, sólo quería perderse por allí con su dolor y sus frustraciones. Trabajó en lo que pudo, bebió salvajemente y se enredó con tipas que le ayudaban a pagar el arriendo de un minúsculo apartamento en la fría capital andina. En 2000, una pequeña editorial le propuso publicar su novela Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, publicaron 500 ejemplares que esperaban vender en el curso del año, pero, para sorpresa de todos, cuatro días después la edición estaba agotada. Vinieron otras ediciones y luego la propuesta de una editorial grande como Planeta, que publicó en 2001 su novela Técnicas de masturbación entre Batman y Robin.
Mientras eso pasaba en Colombia, del otro lado del océano, la prestigiosa editorial Feltrinelli preparaba la versión italiana de Érase una vez el amor pero tuve que matarlo. Hoy ya ha vendido en Italia cerca de 30.000 ejemplares y, en muchos sitios de Internet de ese país, sus lectores le rinden culto. Ediciones francesas y portuguesas de sus obras están en camino y en Colombia su nombre es leyenda. También lo es su manía de salir desnudo en las portadas de sus libros, ufanarse de haber tenido a finales de 1989 una impresionante racha de novias gordas y quitarse los años, ahora nunca pasa de los 33. He leído sus dos novelas y no tengo dudas de que es el mejor escritor colombiano de las últimas generaciones. Su escritura es feroz, plena de vitalidad e inventiva. Tiene lo que le falta a tantos escritores de hoy: pasión y riesgo. Por eso leerlo conmueve, pone el hueso y el alma en lo que escribe, pero también divierte gracias a su corrosivo humor y a una afinada ironía. Y lo mejor, lo que tanto admiran sus amigos y parientes, es un tipo con cojones que no hace concesiones a nada ni a nadie y menos al pretencioso mundillo de los escritores, para él lo único sagrado es la amistad. Destino publicará en España, a mediados del próximo mes de septiembre, Técnicas de masturbación entre Batman y Robin. Ah, se me olvidaba, el tipo se llama Efraim Medina Reyes, mide 1,85, pesa 80 kilos y, según averigüé en los archivos de Cartagena, nació un 29 de junio de 1967. Cuando nos visite en septiembre tendrá 36 años, pero él quizá diga otra cosa.
Sergio Álvarez (Bogotá, 1965) ha publicado las novelas Mapaná (Espasa) y La lectora (RBA).
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