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Columna
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Intelectuales guiris

Éramos pocos y parió la abuela es una de esas frases, francamente fea (lo que tiene de feo imaginar abuelas pariendo), de las que el idioma español dispone para hacer gala de su ironía quevedesca y doméstica. Éramos pocos y se presentó el Papa, podría ser, siguiendo en la órbita latina, la aportación que el politólogo italiano Giovanni Sartori hiciera a nuestra hermandad idiomática. Este anciano que se desliza con la ligereza que proporciona un pensamiento en movimiento continuo, recaló en Madrid, sólo unos días después de que el Sumo Pontífice (aunque de la misma quinta, físicamente mucho más cascado), para presentar su ensayo sobre el futuro La tierra explota, publicado por Taurus, y señalar a Juan Pablo II como un "maníaco" e irresponsable apólogo de la reproducción humana, culpable de la tragedia del crecimiento demográfico por su condena del uso de anticonceptivos (por no hablar de la aberración sanitaria y humana que supone, especialmente en África, donde un considerable excedente de población muere de SIDA si no ha muerto antes de hambre). Muy en contra de lo que considera "esa absurda obstinación del Papa", Sartori aboga por detener ya esta "locura". Se puede decir más alto pero no más claro: "Anticonceptivos para todos".

Es lo bueno que tiene ser mayor, intelectual y, a ser posible, extranjero: te permiten decir lo que te dé la gana. Así que de lo que me dan ganas es de envejecer. Y, puestos a hacer ese trueque, ciertamente doloroso o, cuando menos, inquietante, entre la frescura de mi cuerpo y la de mi libertad de expresión, ojalá pudiera ser en la línea evolutiva de la lúcida (y guapa) Susan Sontag, flamante Premio Príncipe de Asturias: "El asesino en serie de Tejas", dice del emperador Bush la galardonada. Por aquí, sin embargo, la palabra asesino, aunque en boga natural, ha estado muy mal vista últimamente y, si se te ocurría tener el atrevimiento de llamar asesinos a los asesinos, te acusaban de radical, de agitador, de desestabilizador y hasta de terrorista. Así que, contra ello (y en contra de lo cree la propia autora de En América (Alfaguara 2000): "La oposición española ya goza de buena salud"; no sabe que este Gobierno llegó a redactar una propuesta de ley para llevar al talego a los que se manifestaran contrarios a la participación de España en una guerra, se ha practicado la censura y hasta la autocensura. Menos mal que el tiempo pone las palabras en su sitio y que nos quedaban los intelectuales mayores y extranjeros, como Sartori y la Sontag, para llamar a las cosas por su nombre, aunque las cosas sean el Papa de los condones y el Emperador del rifle.

Aplicando la línea no reproductora del italiano a esta fase electoral que, para nuestra exasperación, comienza (imaginar políticos en campaña me resulta tan desagradable como imaginar abuelas pariendo), comprobamos el gran error de apreciación del PP de haber añadido a Ana Botella como numeraria de su familia municipal. En términos de demografía política, ya tenían bastante con Ruiz Gallardón y con la Esperanza Aguirre de la "fórmula Aznar". Pues allá donde va Botella se encuentra con el abucheo, por la sencilla razón de que a los madrileños no les gusta nada esa mujer. Botella representa, en palabras del número 6 de la familia municipal socialista, Pedro Zerolo, "todo aquello contra lo que hemos luchado durante años".

Además, con muy mal criterio por parte de sus estrategas, Botella acaba siempre justo donde no debe (por no decir donde no la llaman, pues en Chueca se acopló casi sin previo aviso a la concejal de Asuntos Sociales). Ahora se mete en la boca del lobo de la Feria de la Solidaridad, donde debieran haberle informado de que, muy probablemente, y dada la naturaleza del encuentro, se iba a topar con bastantes jóvenes tipo la Sontag, es decir, de los que creen que Bush es un asesino de Tejas y Aznar un cómplice de Valladolid. Porque la Feria de la Solidaridad reúne a 262 asociaciones y ONG's que, en su mayoría, se dedican, precisamente, a defender a todos aquellos, como inmigrantes o animales, a los que el partido de Ana Botella da la espalda a la hora de la verdad, que es la de legislar, así como a palestinos o civiles y niños víctimas de la guerra. A lo mejor Ana Botella creía que la guerra ya se habría olvidado. Yo también. Por eso, en la línea de las intelectuales premiadas, me reconforta comprobar que nuestra sociedad está infestada de pacifistas que no olvidan los crímenes.

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