Fabulaciones
A veces, si estoy muy aburrido, acudo al baúl de los recuerdos y rescato algo; si bien mi memoria no es buena porque lo vivido nunca me ha inspirado interés. Soy de los que olvidan ofensas no por magnanimidad, sino porque la mente las imprime con trazos muy débiles. Con todo, algo queda.
Hace muchos años, de paso por la Universidad de Nebraska, un profesor quiso que le describiera las emociones que despertaba en mí una corrida de toros. Le dije que no había visto ninguna y aquel individuo, incrédulo, me replicó que no había querido ofenderme. También entre el gremio universitario es bastante fácil encontrar gente receptiva a los tópicos. Admito, sin embargo, que ciertas generalizaciones me parecen válidas. La izquierda, se dice, es humanitaria y humanista, crítica y rebelde, generosa, con tendencia a la comprensión e indulgencia excesivas, desdeñosa del lujo, idealista hasta la ingenuidad, tolerante, más propensa al desaliño que a la corbata, más amiga del organismo que de la organización. Etcétera. La derecha, por otra parte, es cálculo y previsión, es astucia, contención, memoria, contabilidad; es lo tuyo y lo mío, los "nuestros", es organización y orden formal, es pesimismo y recelo...
Naturalmente, abunda el tipo mixto, el que está parte en Pinto y parte en Valdemoro, así como no hay supermacho que no tenga algo de mujer ni mujer tan femenina que no tenga algo de varón; o eso dicen. De izquierdas es la duda, pero el ministro Trillo, el del puede que sí, puede que no, así es de izquierdas como nuestro rácano y dulce Turia es el Amazonas. De modo que ojo con el etiquetaje fulminante, que igual un individuo grita no a la guerra y es descendiente espiritual de Max Stirner. No sospecharse o sospecharse mal, es otro dato a tener en cuenta. Quizá el más importante de todos.
Si el estudio de un solo individuo plantea problemas (salvo casos amebianos, no tan excepcionales) el de las colectividades siempre ha inspirado y sigue inspirando mucha merecida desconfianza. Las identidades colectivas son producto de la propaganda, es decir, de la forma más exacerbada de publicidad. Así que con esta confusión en ristre se glorifica una cosa y a la vez la contraria. La diferencia y la uniformidad. El mismo perfume, el mismo automóvil, se publicitan con el mismo texto y las mismas imágenes, en castellano por aquí, en catalán, algo más arriba. De este modo, todos o casi todos contentos mientras la homogeneización no se harta de fabricar réplicas de sí misma. No igual de tontos sino tontos iguales.
El presidente del Ateneo de Madrid, señor Abellán, es autor de libros y artículos y en su obra defiende una visión de España que ya creíamos extinta. A los periféricos, el olvido de esa interpretación tópica nos parece un gran paso para reconciliarnos con nuestra condición de españoles, pues la mayoría no somos "anti" por principio. Pero no aceptamos la identificación de España con Castilla ni tampoco la falsificación literaria de la misma Castilla. Pues si ella fuera tal como nos la han pintado, entonces la diferencia con el resto sería tanta que reclamaríamos el divorcio "por incompatibilidad de caracteres". "Nadie vale más que nadie", dicen en Castilla y nos lo recuerda el señor Abellán. Y enlaza con Antonio Machado: "Por mucho que valga un hombre nadie tiene valor más alto que el de ser hombre". Esto entraña, al parecer, una "negación de la religión del éxito". Citas como éstas las encontramos en profusión en bocas marxistas y capitalistas. En Estados Unidos cualquier fulano te suelta que vale tanto como tú a poco que le pinches y así ocupes la posición que ocupes en la escala. Y dicho sea porque conviene recordarlo, este país es presa del consumo febril, del afán de posesión y de la carrera de ratas. Va a resultar ahora que, gracias a la herencia católica y mística, aquí no somos tan materialistas como el que más. Nadie tiene valor más alto que el de ser hombre. O mujer, con perdón. Pero ¿quién quiere salirse de la familia humana? No los calvinistas ni menos Calvino, cuya teología, por cierto, encaja muy bien en los cánones medievales. En suma, si lo que se defiende es el concepto de "dignidad humana" estaremos de acuerdo con eso y recordaremos que no es privativo de Iberia, ni siquiera oriundo. Por Dios, que el tópico deje de tener cabida en las grandes urdimbres intelectuales.
Decir que Aznar ha traicionado la tradición espiritual española con su adhesión a la guerra es afirmación tan rebuscada que pierde toda eficacia e invita al "ahí me las den todas". Según el señor Abellán el pueblo se ha sublevado y se ha echado a la calle porque ha sentido vulnerada su identidad; la voluntad popular "ha sentido en lo profundo de su ser que algo suyo se le arrebataba con esta decisión de entrar en una guerra que no es la nuestra". Diablos, eso es freudiano. Aquí la gente se ha manifestado porque reverbera desde lo más hondo el europeismo de Carlos V y de Andrés Laguna, el hispanoamericanismo, el arabismo y la "interpretación evangélica de la pobreza". De ser eso cierto, habría que excluir a Aznar y a todo el Gobierno español de esta tradición identitaria; e incluir en la misma a los manifestantes chinos, coreanos y de todas partes, así tantos de ellos no sepan por dónde cae España y no despierten en ellos resonancia alguna hechos tales como la Escuela de Traductores de Toledo. Interpretación evangélica de la pobreza, átenme esa mosca por el rabo.
Por supuesto, quien esto escribe se apresura a autoexcluirse, pues no sé en qué consiste la identidad española; ni siquiera la valenciana, que me cae más cerca. La identidad es un galimatías en el que entran a saco multitud de indoctos y un puñado de doctos, duchos en el oficio de elevar la anécdota al rango de categoría por senderos que no entenderá Satanás, pero sí quienes están en el ajo. No juraría nada sobre mi propia identidad.
En cuanto al capitalismo es anterior al espíritu protestante. Y a Adam Smith le disgustaría tanto Max Weber como le disgustaban las grandes corporaciones de su época. Y "Poderoso caballero/ es don Dinero", escribían nuestros clásicos.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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