Un espacio satírico de EE UU se atreve a criticar a Bush
El show diario de Jon Stewart, el espacio estrella de los canales de pago norteamericanos, es ya una cita de culto para los que no comulgan con las guerras de Bush y para los que protestan contra el conservadurismo de los republicanos y sus medios afines o para los que buscan el cobijo de una risa inteligente. En el marasmo de autocensura, presiones y hasta despidos en las principales cadenas, Stewart convoca cada noche a un informativo con afiladas sátiras hasta sobre el casi sagrado poder del presidente.
La primera guerra retransmitida en directo no ha sido precisamente un modelo de autocrítica e independencia. En ese contexto, tampoco han salido muy bien parados los tradicionales late nights y show humorísticos que cada noche inundan las cadenas nacionales y que son el mejor barómetro del sentido del humor de los norteamericanos. Las bromas y los chistes sobre cualquier cosa están minuciosamente trabajados en los guiones de los admirados espectáculos de Jay Leno, David Letterman o Conan O'Brien.
Muchos norteamericanos han mostrado una posición ambivalente y hasta de cierta ansiedad ante el peligroso concepto de guerra preventiva innovado por Bush. Algunos humoristas se han subido a ese carro como Craig Kilborn, en la CBS, cuando inició unos de sus monólogos antes de la invasión aventurando buenas noticias para Irak porque aún había "un 50% de posibilidades" de que Bush les confundiera con Irán.
Pero el punto más atrevido y no edulcorado durante el conflicto lo posee El show diario de Jon Stewart. El programa se emite en la cadena de cable Comedy Central, propiedad del imperio Viacom. Stewart, que acaba de renovar precisamente hasta las elecciones presidenciales de 2004, aparece a las 23.00, desde 1999, como una ventana de ideas frescas, agudas, cínicas pero sin estridencias, con argumentos racionales y hasta neutrales ideológicamente.
Pero sólo para apenas un millón de espectadores. Y se ha saltado algunas reglas que parecían intocables. Como bromear sobre la capacidad de Bush mientras caían las bombas, airear antes que nadie la extraña conexión entre el vicepresidente Dick Cheney y los sustanciosos contratos de rehabilitación de Irak de su antigua empresa (Halliburton) o arremeter contra la ultraconservadora Fox.
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