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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

'Entente cordiale'

El futuro de Europa depende de que el Reino Unido y Francia se entiendan

Timothy Garton Ash

El Reino Unido y Francia son los polos magnéticos de una Europa dividida. Por eso deben unir sus esfuerzos para reflexionar. Necesitamos una nueva entente cordiale. Y debería firmarse el 8 de abril de 2004, cuando se cumpla el centenario de la anterior.

Si pensamos en lo que ha ocurrido desde que empezó el año, puede parecer una propuesta ridícula. El martes, por ejemplo, Jacques Chirac intentaba construir el núcleo de una unión militar europea en unión de Alemania, Bélgica y Luxemburgo, mientras Tony Blair estaba en Moscú con la esperanza de apartar a Vladímir Putin del eje eurasiático en el que está con Francia y Alemania. El neogaullismo de Chirac y el neoatlantismo de Blair chocan a cada instante. Francia y el Reino Unido son los polos magnéticos de una Europa cada vez más dividida.

Las discrepancias entre el Reino Unido y Francia hacen que la brecha entre los EE UU de Bush y Europa sea una grieta que atraviesa el corazón europeo
Francia y el Reino Unido son como Walter Matthau y Jack Lemmon en el filme 'Dos viejos gruñones': un par de viejos ridículos que se gastan bromas estúpidas
El Reino Unido cree que hay que construir una Europa fuerte para que sea socia de EE UU; Francia sabe que no se puede hacer nada en contra de EE UU

Sin embargo, ésa es precisamente la razón por la que necesitamos una nueva entente cordiale. Mucha gente piensa que Francia y el Reino Unido tuvieron una entente cordiale a principios del siglo pasado porque se llevaban muy bien; la verdad es que fue porque se llevaban muy mal. Cinco años antes, sus tropas habían llegado casi al enfrentamiento en Fashoda, Sudán. La Declaración franco-británica del 8 de abril de 1904 fue consecuencia de una reconciliación diplomática lograda tras duras negociaciones. No contenía ninguna florida proclamación de amistad eterna. El lenguaje de los artículos que se hicieron públicos, y aún más el de los secretos, indicaba exactamente lo que era: un duro acuerdo entre las dos grandes potencias imperiales de Europa. "Acordamos", se lee en el artículo 1, "que el puesto de Director General de Antigüedades en Egipto seguirá confiándose, como en el pasado, a un sabio francés". A diferencia del ejército estadounidense en Irak, los viejos imperialistas europeos creían que las antigüedades eran importantes. El artículo 2, secreto, acordaba dar trozos de "territorio moro" a España, "cuando el sultán deje de ejercer autoridad sobre él".

Por supuesto, no estoy sugiriendo que debamos tener hoy una entente cordiale imperialista. Pero sí necesitamos un compromiso serio y realista entre las concepciones francesa y británica del futuro de Europa. En la actualidad, las discrepancias entre los dos países hacen que la brecha entre los EE UU de Bush y Europa se haya convertido en una grieta que atraviesa el corazón europeo. Esto, a su vez, anima al Gobierno de Bush a utilizar la división para gobernar. Hace poco, un alto cargo de Washington calificó su política en relación con Europa como una política de "desagregación". EE UU tiene la tentación de comportarse respecto a Europa como hizo el Reino Unido durante la mayor parte de nuestro periodo como isla imperial: enfrentando a unas potencias europeas contra otras.

Donald Rumsfeld, como es sabido, definió la división como una brecha entre la "vieja Europa" (que incluye Francia, Alemania, Bélgica, Luxemburgo) y la "nueva Europa" (Reino Unido, España, Italia, Polonia y los demás Estados del centro y el este de Europa). La verdad es que estamos retrocediento todos hacia la vieja Europa: un continente de alianzas cambiantes, con Estados que llevaban a cabo una diplomacia, tanto pública como secreta, en contra de otros Estados, que el historiador A. J. P. Taylor llamó The Struggle for Mastery in Europe (La lucha por el dominio en Europa). Es decir, el mundo de 1903, más que el de 1983. Existía el peligro de que cayéramos en esto desde que el final de la URSS hizo que desapareciera el enemigo común que nos mantenía unidos. Un historiador podía preverlo. Ahora bien, el sentido de esa nueva Europa que se supone que estamos construyendo los viejos europeos es, precisamente, hacer algo nuevo.

Esgrima verbal

Las diferencias actuales entre franceses y británicos no se plasman en un tenso enfrentamiento entre los soldados del general Kitchener y el capitán Marchand en Fashoda, sino en interminables asaltos de esgrima verbal a puerta cerrada, en Bruselas y otras capitales de Europa. A veces, la rivalidad produce resultados curiosos. En una reciente conferencia organizada por el Departamento de Estudios Europeos de Oxford, un miembro de la Convención sobre el Futuro de Europa, procedente de un país pequeño, ofreció un conciso análisis de la lucha existente dentro de la convención. Lo que les aguarda a la mayoría de los países pequeños en Europa, dijo, es una "alianza nefasta" entre Francia y el Reino Unido para inclinar la balanza del poder hacia los Estados grandes, en una UE controlada por una especie de politburó que obedecerá las órdenes de un nuevo presidente del Consejo Europeo intergubernamental. Sin embargo, explicó, los dos países lo hacen por distintos motivos. Francia quiere contribuir a que Europa sea un polo alternativo a EE UU; el Reino Unido desea la misma estructura, pero para impedirlo. Tal vez se mostraba un poco paranoico, pero los hechos fundamentales están ahí. Incluso cuando Francia y el Reino Unido colaboran estrechamente en la trastienda, lo hacen desde una perspectiva estratégica muy diferente.

A estas alturas resulta ridículo. Francia y el Reino Unido son como Walter Matthau y Jack Lemmon en la película Dos viejos gruñones, dos ancianos ridículos y truculentos que se intercambian insultos infantiles y se gastan bromas estúpidas. ¿No es hora ya de que maduremos? Existe una diferencia profunda de concepción estratégica, que Tony Blair y Jacques Chirac han expresado ya con mucha claridad. Chirac quiere que Europa sea un polo alternativo a EE UU; a eso se refiere cuando habla de un "mundo multipolar". Blair opina que Europa debe mantener una estrecha relación con los estadounidenses. En algunos momentos, incluso en la labor diplomática anterior a la guerra de Irak, parecía que se trataba de una mera división del trabajo: el poli malo y el poli bueno. Pero no era así, porque los dos polis no habían quedado antes en un bar irlandés para tomarse una cerveza y ponerse de acuerdo.

Las diferencias entre Francia y el Reino Unido no son enormes, pero sí profundas. El Reino Unido reconoce que hay que construir una Europa fuerte para que sea socia de EE UU; Francia sabe que no se puede hacer gran cosa en el mundo de hoy en contra de los norteamericanos. La brecha no tiene probablemente más que un par de metros de ancho, pero tiene 600 años de profundidad. Lo bueno, en cambio, es que la mayoría de los países europeos -incluida Alemania, con su importancia decisiva para el equilibrio de poder en la UE- se encuentran a mitad de camino entre las posiciones francesa y británica. En la reunión informal de los responsables europeos de Exteriores que se celebró ayer sábado para debatir las relaciones transatlánticas, los ministros, si tienen sentido común, habrán instado a Jack Straw y Dominique de Villepin a buscar juntos una solución.

Según A. J. P. Taylor, hicieron falta nueve meses para llegar a un acuerdo sobre la primera entente cordiale, de julio de 1903 a abril de 1904. Así que hay que comenzar ahora. El compromiso que se logre, si es que se logra, no satisfará ni al espíritu de Descartes ni al de Locke. Pero el futuro de una nueva Europa depende de él.

Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

El primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente francés, Jacques Chirac, en el palacio del Elíseo en 2001.
El primer ministro británico, Tony Blair, y el presidente francés, Jacques Chirac, en el palacio del Elíseo en 2001.AFP

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