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25 años de nostalgia por Jacques Brel

El cantante belga, autor de 'Ne me quitte pas', recibe el homenaje de su país y su público

Guapo y mujeriego, nómada y quijote, piloto de avión y barco, padre (golfo) de tres hijas, actor y director de cine, mezcla irresistible de romántico y rebelde, compositor prolífico y elegante, hombre tabernario y soñador, cantante de una técnica muy personal y gran jugador de las palabras de amor, Jacques Brel sigue vivo a los 25 años de su muerte.

El cantante belga que parecía francés (ese talento galo para adoptarlo todo le convirtió en el lado tierno del 68) continúa metido en el corazón de su público, y en este momento en que gran parte de la cultura (y sobre todo la música) es puro revival, un continuo regreso a la nostalgia, el autor de Ne me quitte pas, símbolo de la chanson de los sesenta y setenta, vuelve a ese primer plano que tanto amó y tanto odió.

2003 es el Año Brel en Bélgica, y todas sus canciones, más de un centenar, y sus secretos, sus viajes, sus películas y su voz y su imagen de hombre duro pero digno de compasión reciben un gran homenaje en su país.

Brel es protagonista de diversas exposiciones. La más importante la ha montado la Fundación Brel en Bruselas (Espace Dexia), se titula Brel, le droit de rêver (El derecho a soñar, reservas en el 00327025111020 o en www.jacquesbrel.be) y dura hasta enero de 2004. Organizada por su hija segunda, France, es un recorrido sentimental por la vida y las pasiones de este inquieto poeta con guitarra que siempre militó por la fantasía.

Brel nació en Bruselas el 8 de abril de 1929 y murió en Bobigny (suburbios de París) 49 años después, el 9 de octubre de 1978, pero fue enterrado en Hiva Oa, Islas Marquesas, a pocos metros de la tumba de Paul Gauguin. Allí se recluyó Brel durante cuatro años, tras saber que tenía un cáncer de pulmón.

La exposición es un paseo de 90 minutos que se inspira en la idea de que Brel no pertenece a nadie salvo a su público. Y por eso su voz acompaña al visitante por los diferentes momentos de su vida y al ritmo de sus canciones, empezando por su infancia en una familia burguesa de industriales, su viaje definitivo de Bruselas a París en 1953, su amor precoz por las palabras y la gente, sus primeros pasos como chansonier de cabaret; su primer éxito, en 1957, con Quand on n'a que l'amour, y la lenta explosión de Ne me quitte pas, en 1959...

Amistad y amor

En esa primera época, cuenta su biografía, Brel era un joven católico de base, cuyo público se identificaba con el espíritu de unas canciones que ensalzaban la amistad, la fraternidad y el amor idealizado, a veces cursi sin remisión. Pero poco a poco fue abriéndose a nuevas ideas, a veces contradictorias, y aunque siguió cantando a la amistad (Jef), combinó la pasión con una sólida misoginia (Les Biches), pasó del deísmo al anticlericalismo rampante de Les Bigotes o À mon dernier repas, y cambió la afectación por un inconformismo que iría a más (Les Bourgeois, Le Moribond).

Luego vendrían otros grandes éxitos, como La Valse à mille temps (1959), Les Bourgeois (1961) o Amsterdam (1965), para dar forma a una obra que nunca se preocupó excesivamente de la melodía, pero que investigó mucho en los textos, con juegos de palabras y conceptos opuestos que alcanzaban toda su plenitud en directo. Como muestran los vídeos de sus conciertos en el Olympia, en vivo Brel daba a las canciones otra dimensión, las convertía en gesto, en teatro, en vida dulce y desgarrada a la vez.

Gran parte de su fascinación estriba, casi seguro, en su carácter cambiante. Brel deja los escenarios en 1967, aunque en el 69 interpreta su adaptación musical del Quijote (L'Homme de La Mancha). Decide dedicarse al cine, aunque continúa construyendo una discografía caótica, a caballo de su inspiración y del capricho de sus editores (Philips, Barclay, Polygram), que no dejan de publicar recopilaciones, experimentos, canciones sueltas. Brel se hace incatalogable, e incluso se da a las canciones infantiles (La historia de Babar).

En paralelo, construye una breve carrera de actor, con Molinaro, Fourastié, Marcel Carné o Claude Lelouch, y de director: Franz (1971), Le Far West (1972) y L'emmerdeur (1973).

Pero un día de 1974, decide dejarlo todo, coge su velero Askoy II y se va Polinesia. El derecho a soñar. Tras cuatro años de retiro en las Islas Marquesas, graba en 1977 un nuevo álbum, Brel, en el que recupera las obsesiones de su obra: el amor, la generosidad, la muerte,

Hoy, su influjo ha llegado a artistas tan dispares como el cantaor Juañares, que adaptó Ne me quitte pas en el disco La chanson flamenca, o a Paloma Berganza, sobrina de Teresa Berganza, que en Avec le temps hace un viaje sentimental por temas de Piaf, Brel, Yves Montand o Brassens con guiños de jazz y bossanova.

Jacques Brel, en un retrato de 1972.
Jacques Brel, en un retrato de 1972.

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