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Reportaje:

La felicidad del 'número uno'

Agassi rompe barreras al encabezar la clasificación de tenistas con 33 años

Enric González

Andre Agassi cumple hoy 33 años, y lo hace como número uno del mundo. Nunca antes un tenista tan veterano había encabezado la clasificación de la ATP. John Newcombe, Jimmy Connors e Ivan Lendl consiguieron mantenerse en la cumbre hasta los treinta, pero no más allá. En un deporte que consume tendones cada vez más jóvenes y brazos cada vez más potentes, el viejo Agassi disfruta de una impresionante segunda primavera.

El domingo, en Houston, el tenista de Las Vegas parecía derrotado en la final del campeonato estadounidense sobre tierra batida. Había perdido la primera manga y los dos primeros juegos de la segunda, y su rival, Andy Roddick, de 21 años, tenía el servicio y un 0-40 a favor. Roddick se encaminaba a su tercera victoria consecutiva en Houston. Y entonces Agassi obró un pequeño milagro, un profundísimo revés que dejó clavado al pobre Roddick y dio un vuelco al encuentro. Andre Agassi venció 3-6, 6-3 y 6-4 y alzó el torneo número 58 de su carrera. "He ganado por desesperación", dijo. Pura modestia, la que le faltaba años atrás y ahora derrocha: era su cuarta victoria del año, entre ellas la del Open de Australia, y su juego es cualquier cosa menos desesperado.

"Sé que las oportunidades serán cada vez más escasas. Eso hace que disfrute de cada instante."

Agassi ha cambiado mucho. "Nunca me he preparado más de dos horas diarias antes de un gran torneo", aseguraba en 1991. En aquella época nadie le pronosticaba una carrera larga. Al contrario. Su agitada vida sentimental, de la que formaban parte ilustrísimas como Barbra Streisand y Madonna, y el sobrepeso crónico causado por la afición a la pizza y las hamburguesas hacían pensar que Agassi tenía más futuro en las crónicas de sociedad que en la prensa deportiva. En 1990 había perdido miserablemente la final de Roland Garros contra Andrés Gómez. En 1991 volvió a perderla contra Jim Courier. Tenía 21 años, llevaba cuatro en el circuito profesional y empezaba a ser catalogado como un producto publicitario, una Anna Kournikova en masculino, un tipo atractivo y simpático, pero incapaz de ganar un torneo importante. Su cabello teñido de rubio y sus vaqueros cortos creaban moda; su juego, en cambio, era discutible.

Un mes más tarde, sin embargo, los críticos callaron. El chico de Las Vegas venció en Wimbledon, sobre un terreno, la hierba, que no le favorecía, y dominando a los más grandes campeones del momento: Boris Becker, John McEnroe y, en la final, a Goran Ivanisevic, cuyo brutal servicio le hacía casi irresistible en superficies rápidas.

La carrera de Agassi ha sido dada por concluida varias veces. En 1993, una tendinitis crónica le dejó casi en blanco. En 1994 dejó a su preparador de siempre, el polémico Nick Bollettieri, y contrató a Brad Gilbert. El 1995 fue un gran año: logró al fin superar en el Open de Australia a su bestia negra, Pete Sampras. En 1996, sólo su victoria en los Juegos Olímpicos de Atlanta le salvó de la mediocridad. En 1997, finalmente, el desastre: no ganó un solo título en toda la temporada y se hundió hasta el puesto 141º de la clasificación ATP. Se casó con la actriz Brooke Shields, volvió a Las Vegas y, junto a Gilbert y el preparador físico Gil Reyes, empezó de nuevo. "Fue salir desde cero, estaba en lo más bajo", dice ahora.

El hombre que salió de ese pozo no lucía mechas rubias ni atuendos coloristas. Llevaba la cabeza afeitada, vestía camiseta blanca, dedicaba al entrenamiento mucho más de dos horas diarias y no cedía al desánimo, como antes, en los momentos cruciales; al contrario, luchaba hasta el final. Era el Andre Agassi de ahora mismo.

En 1999 recuperó durante 52 semanas, hasta septiembre de 2000, el primer lugar en la lista de la ATP, y se divorció de Brooke Shields. El matrimonio con Steffi Graf, en 2001, y la paternidad le hicieron definitivamente sólido. "He descubierto que para ser el número

uno no es suficiente querer ganar los partidos; hay que desearlo cada vez que se pisa la pista, en cada movimiento, en cada golpe", explica. "Tengo 33 años, todo me cuesta mucho trabajo y sé que las oportunidades serán cada vez más escasas. Eso hace que disfrute de cada instante". El veterano de Las Vegas, el hijo de un boxeador iraní que no logró triunfar en Estados Unidos, nunca ha vivido un mejor momento: "Esto", afirma, "es la felicidad. No hay palabras para definirlo".

Andre Agassi lanza besos al público tras su victoria en Houston.
Andre Agassi lanza besos al público tras su victoria en Houston.AP

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