El toro artista, por los suelos
La ganadería de Juan Pedro Domeq es el orgullo de ganaderos, toreros y nuevos ricos. En este país, cualquiera que hace dinero compra una finca de matojos y una punta de vacas de juampedro para presumir en los tentaderos, donde se bebe y a los animales no se les hace ni caso.
Es el orgullo de ganaderos, porque son toros exigidos por las figuras en las grandes ferias. El propietario mismo canta a los cuatro vientos las cualidades de sus toros artistas.
Y el orgullo de los toreros. Todo el que se ve vestido de luces sueña con torear un día un juampedro. Y el que un año triunfa en una plaza importante -tal es el caso de Dávila en la feria pasada- se muestra implacable: "Yo, juampedro".
Domecq / Finito, Dávila, El Juli
Toros de Juan Pedro Domecq (dos fueron rechazados en el reconocimiento), desiguales de presentación, absolutamente inválidos, nobles y descastados; el sexto fue devuelto y sustituído por otro del mismo hierro, inválido también. Finito de Córdoba: casi entera atravesada y cinco descabellos (silencio); pinchazo y metisaca (palmas). Dávila Miura: pinchazo y estocada trasera y caída (ovación); cuatro pinchazos -aviso- pinchazo y el toro se echa (silencio). El Juli: pinchazo y estocada (ovación); media perpendicular y un descabello (palmas). Plaza de la Maestranza. 25 de abril. 6ª corrida de feria. Lleno.
Pues ésta es una de las grandes mentiras de nuestro tiempo. Esta ganadería, con su propietario a la cabeza, es uno de los exponentes más claros de la decadencia del toro bravo.
Y para muestra, un botón: los de ayer, de bonita cara, rodaron por el albero como una pelota, presos de una total invalidez, sin casta, sin bravura, sin nada. Sólo el sobrero empujó con genio en un puyazo; el resto prácticamente no notó ni el picotazo de la vara. El primero era un armario sin sangre; el segundo aguantó dos tandas en la muleta y Dávila las aprovechó para dar pases acelerados y de escasa factura; el tercero embistió otras dos y El Juli, fuera de cacho, trazó muletazos insulsos; el cuarto se echó a mitad de faena; el quinto, sin fijeza, anduvo como alma en pena, y el sexto permitió que El Juli diera toda una lección del pegapasismo moderno.
Y se acabó el arte. Seis toros, seis, para la basura. Salían de chiqueros con alegría y veinte segundos más tarde doblaban pezuñas, manos y panza al completo. Estarán drogados, apuntó alguien en el tendido. Hombre, por favor, como mucho estarán borrachos, le espetó otro. Y el interpelado contestó: ¿Y el alcohol qué es lo que es?
Qué sabe nadie lo que le ocurre a estos toros. Y quien lo sepa seguro que no va a decir ni pío. Mientras tanto, los aficionados se desesperan y los toreros fracasan. Porque los tres de ayer fracasaron en toda regla. Para empezar, la tristeza se contagia, y después, ninguno fue capaz de aprovechar las escasísimas embestidas de sus oponentes. Finito intentó justificarse con unas verónicas aceleradas y se estrelló con dos mulos. El segundo se echó descaradamente en la arena cuando intentaba estirarse con la derecha. Dávila Miura quería juampedro y comprobó que su pases no dicen nada cuando el toro no tiene casta. Su toreo careció de alegría y del arrebato que demostró en la feria pasada. En el quinto, pasó un quinario con la espada, lo que es un borrón importante para quien viene con aires de figura. Y El Juli, que tampoco es un dechado de arte, puso un buen par de banderillas a su primero y dio muchos pases a su lote sin hondura ni dominio. Quizá le tocaron en suerte los dos toros que más aguantaron en pie, pero sólo le sirvió para evidenciar sus carencias.
Pero juampedro seguirá mandando. Y volverá el próximo año a la feria de Sevilla, y se pelearán las figuras y los nuevos ricos seguirán comprando puntas de vacas. Así es la vida...
Babelia
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