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Columna
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Lesbianas

Desde hace más de un año, y cada primer jueves del mes, se celebra en Madrid una fiesta que lleva por título Rave de las Supernenas. Se trata de fiestas de, por y para mujeres. Sólo mujeres. Lesbianas. Son fiestas para lesbianas impulsadas y organizadas por la abogada canaria Desiré Chacón, majorera de Fuerteventura (¿qué tienen las islas canarias que dan tantos y tan buenos líderes homosexuales: el también abogado e incansable luchador Pedro Zerolo, que sólo ha abandonado la presidencia de la Felgt -Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales- para aceptar la propuesta de Trinidad Jiménez de ocupar el número seis en su lista a la candidatura a la alcaldía de Madrid; el veterano y respetado político Jerónimo Saavedra, ex ministro de Educación y de Administraciones Públicas, cuyo outing o salida del armario supuso un paso adelante sin precedentes en la historia de la liberación gay en nuestro país; la admirable Carla Antonelli, transexual cuya conciencia política y de género le hace mantener en Internet un periódico diario (www.carlaantonelli.com) de noticias e información transexual y general cuyos contenidos son de sorprendente interés).

Con el apoyo de Boti García Rodrigo, presidenta de Cogam (Colectivo Gay de Madrid), y el entusiasmo de personas como Lola, Desiré Chacón decidió llevar a cabo algo que en principio parecía discutible: ¿por qué celebrar fiestas sólo para mujeres, cuando la tendencia deseable y defendible era justamente la mezcla, la superación de las ya clásicas diferencias de género? La respuesta era que, así como los hombres homosexuales habían ido trazando con los años un espacio que se adaptara a sus reivindicaciones, a las lesbianas, eternas víctimas de la doble discriminación (como mujeres y como homosexuales), siempre detrás del carro de los hombres (aun de los más cercanos, por hacer un despectivo olvido de los misóginos), no les había llegado el momento para trazar su propio y necesario espacio.

Para comprender con cuántos obstáculos se han ido topando y han tenido que ir derribando las mujeres, basta remitirse a la vigencia de esa habitación propia que inspiraba y defendía Virginia Woolf, una necesidad que el tiempo y la experiencia no han podido superar del todo y que, curiosamente, las grandes pantallas de cine han actualizado a través de Las horas, esa película en la que Nicole Kidman da vida a la lesbiana que también fue la escritora inglesa.

Había que modernizar esa habitación, sacarla de un circuito aún casi clandestino, ventilarla, darle nuevos aires. En las raves de las Supernenas pinchan chicas, bailan chicas, ligan chicas. Nada nuevo, se puede pensar. Pero lo nuevo es la intención, la pretensión de que las lesbianas, poco a poco, vayan tomando unas posiciones que les corresponden por derecho propio y desde las cuales puedan gestionar mejor su liberación y su normalización social. En este sentido, y en contra de ciertas opiniones, casi todo vale: no comprendo, por ejemplo, por qué hay que pinchar mala música sólo porque esté compuesta e interpretada por mujeres, pero si el Long Play, en la plaza de Vázquez de Mella, está cada vez más lleno de lesbianas el primer jueves de cada mes, la ñoña de Beth no dejará de ser un mal menor.

Lo mismo se puede decir de Raquel y Noemí, las dos lesbianas que han participado en ese infame producto televisivo que es Gran Hermano. Si algo se puede agradecer en este momento a semejante formato es que uno de sus contenidos (y, puesto que tanto desconfiamos ya de su verosimilitud, qué más da si real o virtual: sólo nos importa desde un punto de vista práctico, y no sólo a corto plazo) haya sido el outing o salida del armario de dos lesbianas. Porque a través de un medio tan poderoso como es la televisión, pues alcanza a una masa tantas veces ajena a situaciones problemáticas y sufrimientos, se puede empezar a hacer llegar un discurso que no debe esperar más para ser transmitido: que las lesbianas existen, que las lesbianas lo son por naturaleza, por gusto y por elección, que las lesbianas son guapas, que las lesbianas están orgullosas de serlo, y que tienen madre y padre y profesión, que las lesbianas tienen los mismos problemas que cualquiera. Y una doble dignidad: su sexo y su sexualidad.

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