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¿Un nuevo capitalismo?

Después de la conquista viene un nuevo orden. Muy nuevo y muy positivamente revolucionario tendrá que ser para llamarlo orden, pues desde siempre y hasta nuestros días, la humanidad ha vivido, si no en pleno desorden, sí más cerca de ello que de lo contrario. Y de paso: cuando Goethe escribió su célebre "prefiero la injusticia al desorden", a renglón seguido matizó, pero sin resultar del todo persuasivo. Uno prefiere la injusticia al desorden, pero. Pues no hay pero que valga. La injusticia es un desorden, así que sustituyamos: "Prefiero la injusticia a la injusticia". Este absurdo vino a decir el gran Goethe, confirmando que de vez en cuando no es sólo Homero el único en dormitar y hasta en echarse una siesta.

El iluminado que, en nuestros días, proclamó el fin de la historia, se pasó todo el libro durmiendo como un tronco. Lo de Irak no es lo único que está ocurriendo y probablemente ni siquiera tiene la exclusiva del devenir de la historia. Pero es que además, y en pocos años, este episodio puede bifurcarse en tantos caminos que el origen se desdibuje y no lo reconozca la madre que lo parió. Al menos, no con toda nitidez. Podría ocurrrir, por ejemplo, que queriéndolo o sin quererlo, esta guerra haya significado un turning point en el sistema económico prevalente. Intelectuales estadounidenses, como los economistas Heilbroner y Galbraith, y algo más lejanos, Burnham y el austriaco Schumpeter, podrían haber tenido razón en términos generales. Asistiríamos entonces al rápido crecimiento (pues nacida está la criatura) del híbrido capitalismo-socialismo. Si el Wall Street Journal pone a Alemania como ejemplo del estancamiento a que conducen las rigideces del capitalismo europeo, se olvida de que la Alemania Federal, próspera, pero con sólo sesenta millones de habitantes, espacio reducido y escasez de recursos naturales, fue capaz de absorber a una Alemania del Este depauperada y con diecisiete millones de bocas que alimentar. Este es el verdadero milagro alemán y el milagro de cualquier otra parte del globo. Verdad es que digestión tan traumática todavía causa serias molestias, pero ni en términos absolutos ni relativos admite comparación tal hazaña. Y eso con rigideces y en el marco de un Estado de Bienestar comparable con el sueco pero con menores cargas impositivas.

La humanidad ha conocido momentos históricos en los que parecía haber llegado un punto que enseguida desapareció del escenario y durante siglos estuvo perdido de vista y luego fue reapareciendo, si bien adaptándose a las nuevas circunstancias. Bien está especular sobre el día después, pues ese después, traiga lo que traiga consigo, puede acaso surtirse de algunas ideas lanzadas hoy. Pero nadie se las dé de profeta así se lo fiemos tan corto como un lustro. ¿Guerrillas y oleadas de atentados terroristas? Trillo podría repetir, sin provocar rechifla, la frase por la que pasará a la Historia: puede que sí, puede que no. De haber atentados, ¿qué efectos producirían? La bolsa es sumamente asustadiza y la mueve un suspiro, pero con todo, puede terminar pechando con casi cualquier cosa que le echen. Es un fiel reflejo de la condición humana, miren por dónde. Nos acostumbramos a todo y no infrecuentemente, el individuo teme más el desenlace final cuando está sano que cuando mortalmente enfermo. También aquí conviene el hipotético de Trillo, puede que sí, puede que no. El inversor, por fatalismo o por cansancio de sus propias dudas, puede terminar asumiendo que los atentados son un riesgo más de las reglas del juego.

Supongamos que por ahí van los tiros. Finalizada la contienda, ¿puede entonces retomar su rumbo esa médula del sistema económico que es la bolsa? (En el caso español, ¿se disiparán peligros tales como el estallido de la enorme burbuja inmobiliaria? Las consecuencias no serían precisamente una invitación al vals). Llegados a este punto se hace necesario recordar que el 11-S no fue el principio de la crisis económica que tiene en vilo al mundo. Es profetizable incluso que intelectuales de rompe y rasga salgan diciendo (si lo han hecho ya no me he enterado) que la guerra de Irak ha sido tapadera de las verdaderas causas del "fin de la afluencia", además de un intento (vano) de reanimar el cadáver a bombazos, como otras veces se ha hecho; olvidando que la reconstrucción de un país construido con barro y dotado de unas infraestructuras de la suerte se hace camino al andar, no es, ni de lejos, suficiente para despertar a un solo Lázaro.

Reventó la nueva economía llevándose tras sí ingentes capitales no amortizados; y como las cuentas de un rosario, fueron desgranándose fraudes empresariales en Estados Unidos, en Europa y no digamos en Japón porque allí la tapadera saltó hace una década y la segunda potencia del mundo sigue sin levantar cabeza; y hasta tal punto que si no la levanta pronto (y no se vislumbra) ese número dos que iba a ser el uno, peligra. Ejemplo muy preocupante para el sistema.

En efecto, con o sin Irak todo apunta a que el capitalismo tendrá que repensarse a sí mismo de la cabeza a los pies. Empieza a hacerlo en asuntos tan fundamentales como el medio ambiente y la acción social. Como no hay nada malo que no tenga algo bueno (y a la inversa, por desgracia) el 11-S y la guerra pueden haber apresurado esta evolución. En un punto de vida y muerte, y por lo tanto el de mayor importancia, el proceso se ha acelerado, pero aún lleva retraso en relación con los otros. Nos referimos al creciente intervencionismo estatal, pues se abre camino la idea de que la alternativa es la autoinmolación. ("¿Acabarán los capitalistas con el capitalismo?", rezaba un titular de El PAÍS). Con esta guerra, los Estados han adquirido protagonismo, pero la erradicación de los escándalos corporativos -la etiología del mal- exigirá un mayor esfuerzo e inventiva, pues las intentonas anteriores se cuentan por fracasos. Grandes burocracias no son el remedio, pero en vista de la tendencia al amancebamiento de controladores y controlados algo nuevo habrá que inventar y el inventor y vigilante será el Estado.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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