Paula Radcliffe se agiganta
La británica gana el maratón de Londres en 2h 15m 25s y recorta su propio récord mundial en casi dos minutos

Las calles de Londres con su público familiar, una ligera brisa favorable, 10 grados de temperatura y un par de liebres kenianas pusieron las condiciones indispensables para acelerar la historia del atletismo. Paula Radcliffe, la campeona europea de los 10.000 metros, nacida en la ciudad inglesa de Bedford en 1973, hija de un ejecutivo de la industria cervecera, batió el récord mundial del maratón con una marca asombrosa: 2 horas, 15 minutos y 25 segundos. Radcliffe recortó la anterior plusmarca en casi dos minutos. La había establecido ella misma en Chicago, el año pasado, con 2h 17m 18s.
No había dudas en Londres sobre quién llegaría la primera a la meta de Saint James's Park. Cinco veces más votada que David Beckham en la encuesta anual del Personaje Deportivo del Año, de la BBC, Radcliffe era desde mucho antes de ayer una heroína para los aficionados británicos.
La atleta rubia de la cola de caballo encarna valores siempre venerados por los británicos. Radclif-fe es al atletismo lo que el honest working man a la clase trabajadora. Una chica esforzada y paciente que se pronuncia contra el dopaje con virulencia juvenil. Una aficionada que desde los 11 años se empeñó en correr campo a través y que no tardó en apuntarse a cuanta prueba se le pasó por delante. Entusiasta del barro y las sendas mojadas, se labró desde la adolescencia un espíritu resistente. Consiguió los récords insulares de los 3.000, los 5.000 y los 10.000 metros y en los últimos nueve años ningún atleta británico la pudo derrotar en distancias superiores a los 3.000.
A nadie sorprendió que en Londres atacara desde el primer kilómetro. Es su estilo. ¡Pero cómo lo hizo! En los primeros 1.609 metros, la milla, le cronometraron 5m 10s. Desde la primera medición, superó el parcial de todas las carreras de plusmarca. Siempre precedida de dos liebres kenianas, alcanzó la media maratón cuando el cronómetro marcó 1h 8m 2s. Radcliffe daba zancadas a ritmo sostenido, sola por las calles de la City, en el corazón financiero de Londres. El tiempo que estaba logrando no tenía precedentes. La seguía la rumana Dita Contanstinba a 1m 19s.
Al llegar al kilómetro 30, en Ferry Road, junto al río Támesis, su perseguidora más próxima era la ex plusmarquista mundial Catherine Ndereba. Radcliffe la aventajaba en tres minutos. Un tiempo insalvable que, al llegar a la meta, se prolongaría en un minuto más. Un buen colchón para una corredora como ella, sin sprint final.
En Londres esperaban ver a Radcliffe atravesar la meta invicta y así ocurrió. Lo que fue sorpendente fue el modo. Quizás a la atleta le pesaban todavía las viejas frustraciones. Porque a sus buenas condiciones morfológicas se unía la sospecha sobre su carácter competitivo. Porque hasta los Campeonatos de Europa de Múnich, el año pasado, cuando ganó el oro en los 10.000 metros, en las grandes pruebas rendía por debajo del nivel esperado. Porque sus seguidores todavía pensaban en ella como en una mediofondista sin toque ganador. Un puñado de finales mundiales al borde de la gloria, un puñado de finales olímpicas de 5.000 y 10.000, en Atlanta y en Sydney, cuando no pasaba del cuarto puesto, le pesaban en el prestigio.
Imbatible en las Islas, Radcliffe inspiró suspicacias cuando se midió a los mejores del mundo. Hasta que se pasó al maratón, en Londres, hace un año. Entonces se lanzó a una empresa de dimensiones todavía no calibradas. Logró el mejor tiempo femenino de la historia de la carrera con 2h 18m 56s y luego su primera plusmarca mundial, en Chicago, en octubre.
Sólo tres carreras, pues, y Rad-cliffe ya ocupa un lugar entre los gigantes del maratón.

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