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Otra vez la responsabilidad social

Los que nos dedicamos a hablar y escribir sobre la ética y la responsabilidad social de las empresas estábamos muy contentos porque, poco a poco, esos temas han ido calando en el mundo de los negocios. Ahora ya es habitual considerar que no todo acaba en la cuenta de resultados, que los beneficios son importantes pero no son todo y que las empresas deben aprender a ejercer su responsabilidad social, es decir, "su capacidad para suscitar nuevas realidades que promuevan una mejor calidad de vida en su entorno social", como decía hace unos meses el profesor Alejandro Llano, de la Universidad de Navarra, a los antiguos alumnos del IESE.

Pero hace pocos días leí en un periódico inglés un artículo que me dejó preocupado. Ése ya no es al objetivo de algunos de los que luchan por una nueva marca de responsabilidad social de las empresas: es -dicen- la hora del Estado. "La regulación", decía Steve Tibbett, director de campañas de War on Want, una ONG británica, "está ahora firmemente establecida en la agenda internacional".

La responsabilidad social de una compañía no es algo moralmente voluntario, sino una exigencia del comportamiento de una buena empresa en una economía eficiente y libre

No niego que ése sea el objetivo de muchos. Pero eso no será la responsabilidad social corporativa, tal como la hemos visto surgir en las últimas décadas, sino, en todo caso, una nueva forma de intervencionismo estatal. Practicado, eso sí, con muy buena voluntad, pero con escaso acierto.

"Los países en vías de desarrollo", explica el directivo de War on Want citado antes, "no pueden confiar en las empresas para acabar con la pobreza". Y es verdad. Pero esa afirmación se basa en dos supuestos de partida erróneos. Primero, la pobreza se corrige con donaciones. Esto es lo que sabe hacer War on Want, y es lógico que lo promuevan. Pero ya está muy comprobado que la ayuda no ha sacado a ningún país de la pobreza, sino que, en no pocos casos, ha contribuido a hacerla endémica.

Y segundo, es responsabilidad de las empresas acabar con la pobreza en el Tercer Mundo. También es lógico que algunas organizaciones no gubernamentales apoyen este argumento, porque son las empresas, sobre todo las grandes, las que les proporcionan los medios para sus campañas. Por eso querrían obligar a las empresas a volcarse más generosamente en sus acciones solidarias.

Me parece que en el fondo de esas actitudes lo que hay es una idea equivocada de la responsabilidad social de las empresas. Como decía el profesor Llano en la conferencia antes apuntada, "la responsabilidad es una dimensión constitutiva de la libertad". Ser responsable a la fuerza es una contradicción, algo así como una piedra de madera o un círculo cuadrado. "La libertad humana es un dinamismo básico, de cuya fuerza creadora surge la propia empresa (...). Y la responsabilidad es (...) su resello ético, que no es algo que se le añade, sino que forma parte de su propia esencia".

"Pues así no iremos a ningún lado", protesta el lector. "Si pretendes que las empresas cojan el toro por los cuernos, se decidan a ser éticas y a ejercer su responsabilidad, vas apañado".

No lo niego. Pero es la única manera de que las empresas se comporten éticamente: porque ellas se decidan libremente a serlo. Y lo mismo ocurre con las personas. La ley puede restringir nuestras conductas inadecuadas, pero nadie se hace ético observando las leyes, sino que el que es ético se mejora a sí mismo observando las leyes, cuando las hay, y siguiendo la responsabilidad de su conciencia, cuando no hay una ley que le obligue.

"Pero", continúa el lector, "esto resultará enormemente lento. Y caótico, porque cada uno decidirá por su cuenta cuál es su responsabilidad. Y a los demás, sobre todo a los más desprotegidos, sólo les quedará aguantarse".

No necesariamente lento, sobre todo si las empresas se toman en serio su libertad y su consiguiente responsabilidad social. Y tampoco caótico, porque -y vuelvo a citar a Alejandro Llano- "la ética no es algo que esté exclusivamente enclavado en la intención subjetiva, sino que incluye necesariamente responsabilidades sociales objetivas". La idea de que la ética es algo privado, de puertas adentro, y que en la vida social, económica y pública no hay lugar para la ética y la responsabilidad social puede ser atractiva para algunos, pero está muy lejos de ser una buena guía para la actuación, tanto personal como social.

La responsabilidad social corporativa no es algo moralmente voluntario, sino una exigencia del comportamiento de una buena empresa. Claro que las empresas pueden saltarse esa obligación, del mismo modo que las personas nos saltamos, quizá con demasiada frecuencia, nuestros deberes para con nosotros mismos y para con los demás. Pero esto no significa que el recurso a la ley y a la regulación sea la vía adecuada para tener empresas socialmente responsables en una economía eficiente y libre.

Antonio Argandoña es profesor de economía del IESE.

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