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Respeto entre civilizaciones

Conocí a Hassan en Valencia, hace años, cuando realizaba el doctorado en la Facultad de Económicas y trabajaba en la Feria de Muestras. Más tarde conocí a Akbal, su esposa, doctora en Farmacia por la universidad de Bagdad, y a sus hijos. Celebré en su casa la fiesta del cordero sintiéndome tratado como de la familia y con la misma consideración compartimos con Hassan y Akbal la celebración de nuestro aniversario de bodas.

Mientras transcurría el embargo, amigos comunes como el doctor López Casquero, se trasladaron a su país para auxiliar en las necesidades más urgentes, y resulta terrorífico el relato que transmitía sobre las condiciones, peor que precarias, en las asistían a la población.

Bagdad, con la Universidad más antigua del mundo, capital de la antigua Mesopotamia, donde la cultura sumeria de Ur, la asiría de Nínive, y la bíblica de Babilonia, enseñó leyes al mundo, como el Código de Hammurabi, se encuentra hoy asediada por la coalición anglo-americana, y el apoyo logístico español. ¿Dónde quedan pues, ante tanta humanidad y cultura masacrada, las lágrimas de la coalición atacante?

Numerosos amigos de Hassan y Akbal, que recientemente nos reunimos en la mezquita y el cementerio islámico de Valencia, para acompañarles en el dolor por la muerte de su hijo Mohammed, hoy nos resistimos ante su nuevo sufrimiento, que en esta ocasión no es inevitable, sino causado por la confrontación entre civilizaciones como excusa para arbitrar decisiones bélicas, posiciones geopolíticas y saqueos económicos, que causan miles de muertos.

Ante la justificación derivada del posible armamento en disposición de Iraq, facilitado por los occidentales, sólo cabía asumir la legislación internacional. Nadie debe en nuestro nombre atacar a Iraq. Nunca más víctimas por la guerra. No más desplazamientos de población. No más refugiados. Basta de embargos. Basta ya de hinchar el conflicto entre civilizaciones.

Desde el mundo árabe se preguntan cómo España, por qué precisamente España, se alinea con los atacantes. Sólo la respuesta unánime en la calle del pueblo español calma los ánimos del sorprendido amigo musulmán. Nunca hasta ahora el movimiento civil había estado tan generalizado.

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Me resisto a creer que pueda vencer la imposición de la fuerza. Me cuesta creer que el territorio de Iraq pueda continuar siendo distribuido en cuadrículas, bombardeado y arrasado, mientras la población hambrienta huye despavorida.

No compensa la seguridad a este precio. No con esta impunidad. No caben nuevas excusas. Con el embargo, los niños iraquíes continúan careciendo hasta del grafito para los lápices. La incultura propiciada favorece los integrismos y la confrontación de civilizaciones.

La mortalidad infantil se ha disparado y la vida carece de fundamento. La muertes occidentales son ponderadas debidamente mientras la población bombardeada es ignorada. Nunca el miedo puede justificar tal catástrofe. El peligro lo tenemos dentro. Se deben buscar las causas, no combatir los efectos. Hassan, Akbal, sus hijos Zara, Alí y Fátima, nacida en Valencia, su familia, sus amigos, el pueblo iraquí, ningún pueblo merece que nosotros no asumamos el riesgo, el riesgo del entendimiento, el del respeto entre las civilizaciones.

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