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Columna
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Elecciones municipales

Desde el 14 de abril de 1931 a las elecciones municipales se les ha tenido mucho respeto en España. Tanto se le tenía en el momento en que se inició la transición tras la muerte del general Franco, que únicamente se celebraron las primeras elecciones municipales después de que se hubieran celebrado cuatro consultas nacionales: el referéndum de la Ley para la Reforma Política el 15 de diciembre de 1976, las elecciones de las Cortes constituyentes de 15 de junio de 1977, el referéndum de aprobación de la Constitución el 6 de diciembre de 1978 y las primeras elecciones generales constitucionales el 3 de abril de 1979. Hasta mayo de 1979, tres años y medio después de la muerte de Franco, no se procedería a la primera renovación democrática de los ayuntamientos.

La guerra no puede estar ausente de la campaña, pero no debe ser un elemento dominante en la misma

El Gobierno de UCD, con buen criterio en mi opinión, entendió que el complicadísimo diseño de la transición no podía someterse al riesgo de consultas que no fueran nacionales. Los españoles teníamos que ser conscientes en el momento del ejercicio del derecho de sufragio de qué es lo que nos estábamos jugando, sin que hubiera distracciones locales de ningún tipo.

Desde entonces, las cosas han cambiado mucho y para bien. Se han celebrado seis elecciones municipales desde 1979 con absoluta normalidad y sin que, salvo en las de 1995, se haya pretendido extraer de ellas otra consecuencia que la relativa al ejercicio del poder municipal. Los ciudadanos hemos aprendido a distinguir lo que está en juego en cada consulta y a no mezclar los resultados de unas elecciones con las de otras. Únicamente en 1995 se hizo una lectura de los resultados en clave de elecciones generales y se intentó hacer uso de dichos resultados con la finalidad de forzar la disolución de las Cortes Generales y la de anticipar la convocatoria de elecciones. Pero en las demás, las elecciones municipales han sido lo que tiene que ser, unas elecciones en las que no hay un cuerpo electoral único como en las elecciones generales, sino varios miles de cuerpos electorales, tantos como municipios, que deciden cada uno de ello simultáneamente pero de manera independiente el ejercicio del poder municipal.

El ejercicio simultáneo del sufragio hace que los resultados de las elecciones municipales no agoten sus efectos en el poder municipal. Son expresivos de el estado de la opinión pública y suelen anticipar lo que puede ocurrir en las próximas elecciones generales, bien confirmando la presencia del partido en el Gobierno de la nación, como ocurrió con las elecciones de 1983 y 1987, bien avisando del cambio, como ocurrió en 1991 y 1995. Únicamente las elecciones municipales de 1999 se desviaron de esta pauta, ya que en ellas se produjo una recuperación significativa del PSOE y una disminución de la ventaja del PP y, sin embargo, al año siguiente llegaría la mayoría absoluta de este último en las elecciones generales de 12 de marzo.

Pero, en general las elecciones municipales han sido municipales y el peso de la campaña ha estado en los candidatos locales, sin que se produjera una implicación significativa del presidente del Gobierno en la campaña. En ninguna de las elecciones municipales desde 1979 ha sido el presidente del Gobierno protagonista destacado en las mismas.

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Da la impresión de que las que se van a celebrar el próximo 25 de mayo van a ser diferentes. Como consecuencia de la guerra, se está configurando un escenario en el que José María Aznar va a ser el protagonista de la campaña, dejando no en un segundo sino en un quinto o sexto plano a los candidatos locales. De esta manera se corre el riesgo de que las elecciones municipales se conviertan en una suerte de plebiscito sobre la conducta del presidente del Gobierno, en lugar de lo que deben ser.

No sé si va a ser posible corregir el rumbo, porque una vez que se pone en marcha una maquinaria electoral y se definen los mensajes, queda muy poco margen de maniobra. Y lo que hemos visto y oído estas dos últimas semanas, con los actos públicos de Galicia y Segovia, parece indicar que la campaña electoral está decidida. Pero sería bueno que se corrigiera el rumbo y que las elecciones municipales fueran nada más que elecciones municipales. Sadam Husein, como dijo José María Aznar en Galicia el fin de semana pasado, no puede ser el "Gran Elector" del 25 de mayo, pero él tampoco debería serlo. Las elecciones municipales no deberían girar en torno a la guerra y a la conducta del presidente del Gobierno en ella. Lo único que conseguiríamos con ello, es aumentar la contaminación y hacer todavía más dificílmente respirable el aire.

Es lo que está ocurriendo ya en casi todas partes y especialmente en Andalucía, donde el enfrentamiento político siempre tiende a ser un poco más agrio. Las palabras de Teófila Martínez en todos los foros en que ha intervenido esta semana son un buen indicador de por dónde van a ir los tiros.

Los partidos de la oposición harían bien en no caer en la trampa y en no dejarse arrastrar a un terreno que no deben pisar. No tiene sentido aceptar que el debate de las elecciones municipales lo defina un presidente del Gobierno que va a dejar de estar en activo en la política española en unos cuantos meses. El énfasis hay que ponerlo en la política municipal y no caer en la estrategia de la agresión permanente. Es obvio que la guerra no puede estar ausente de la campaña, pero no debe ser un elemento dominante en la misma. El 26 de mayo el único acto político que le queda a José María Aznar es participar en la designación de su sucesor. Pero el sistema político sigue su curso. Y es importante que siga con las piezas en su sitio, es decir, con las elecciones municipales cumpliendo la función que tienen que cumplir.

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