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Columna
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Mayores

Los candidatos que concurren a las próximas elecciones municipales y autonómicas deberían hablar más de la gente mayor. Y no sólo con la legítima intención de seducirles e inclinar su voto hacia la opción que representan, sino con la de hacer justicia. Esta extraña sociedad que nos hemos montado tiene a los abuelos como un colectivo residual, unos seres en retirada a los que no hay más remedio que aguantar. Digo lo de extraña porque no parece muy inteligente considerar a los viejos como si fueran una carga inútil cuando la inmensa mayoría aspiramos a la longevidad. Lo lógico sería organizar las cosas para que cuando alcanzáramos esas edades pudiéramos disfrutar de cierta deferencia social y que nadie nos tratara como una zapatilla usada. La hipervaloración que, conceptualmente, tiene en la actualidad todo lo que huele a juventud causa auténticos estragos en la conciencia colectiva. Es evidente que los chavales son el motor del futuro, pero no dar a los mayores el respeto y la atención que merecen es condenar nuestro propio devenir y, a largo plazo, también el de ellos.

En esto deberíamos aprender de las sociedades primitivas, que saben poner en valor el temple y la experiencia de los ancianos y tratarles como personas venerables hasta el fin de sus días. Aquí, en Madrid, las proyecciones demográficas anuncian un marcado envejecimiento de la población. Según prevén, el estancamiento de la natalidad, unido al incremento de la esperanza de vida, provocará, en las próximas décadas, un progresivo aumento de la población mayor de 65 años. Es una escalada imparable para la que hay que prepararse cuanto antes si no queremos encontrarnos en pocos años con un problema de magnitudes insospechadas.

El pasado miércoles, Ana Botella presentaba públicamente el plan de medidas del PP en favor de los mayores. Sobre el papel, son medidas realmente importantes que no harían sino abundar en lo que sus predecesores han intentado hasta ahora animosamente, aunque, lamentablemente, sin mayor respaldo presupuestario. Con alguna digna excepción, los responsables de Servicios Sociales en el Gobierno autonómico y de los municipios de la región han tenido que hacer siempre auténticas virguerías para sacar lucimiento a los escasos recursos que les asignan. Gracias a ellos ha habido ciertos avances que apuntan, al menos, el camino a seguir. Un ejemplo notable es la progresión experimentada en las residencias públicas y la mejora en el control de los centros privados. El Gobierno regional ha perseguido sin cuartel a los piratas que desprestigiaban un sector empresarial que ahora se esfuerza por ofrecer un retiro más próximo al de unas vacaciones en un buen hotel que al de aquellos sórdidos asilos de antaño. Las residencias, en cualquier caso, nunca deberían ser una alternativa obligada, y lo deseable es que los ancianos que quieran permanecer en sus casas puedan hacerlo el mayor tiempo posible. En este sentido, es imprescindible propiciar todas aquellas fórmulas encaminadas a prestar ayuda domiciliaria. Hay que extender la utilización de los sistemas de telealarma que permiten una intervención rápida en caso de emergencia y ampliar la atención de asistentes sociales que asean y echan una mano en el hogar a quienes viven solos.

Igualmente importantes son los centros de día que se ocupan de recoger al anciano en su domicilio y prestarle la atención sanitaria que requiere. Resulta necesario progresar en aquellos programas que contribuyan a aliviar a las familias. Uno de los más novedosos y prometedores es el de las llamadas guarderías para abuelos. Se trata de centros donde, desde primera hora de la mañana y hasta última hora de la tarde, pueden recibir cuidados, hacer ejercicio y, también, divertirse. A diferencia de las guarderías infantiles, estos centros permanecen abiertos sábados y domingos, y en ellos se puede desayunar, comer y cenar por un precio módico. Es una forma de permitir a sus familiares salir de fin de semana y que los mayores tengan una vida compartida sin renunciar a la propia. Son, en definitiva, buenas recetas, pero que únicamente funcionan si cuentan de verdad con recursos económicos suficientes para extenderlas a todos los que las demandan. Las promesas que ahora se hacen hay que cumplirlas después, y con la gente mayor hay deudas pendientes. Necesitan atención y respeto, no sólo caramelos electorales.

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