Producción de servicios en nombre del arte
Durante una semana y con un horario de jornada completa, una caravana, habilitada como locutorio móvil, ha circulado recientemente por la ciudad de Barcelona ofreciendo la posibilidad de llamar gratuitamente allá donde el transeúnte de turno quisiera. Este peculiar servicio, bajo el enunciado ¿De parte de quién?, ha sido el proyecto ideado por el artista Josep Maria Martín en el marco de la exposición El Banquete, que se presentó en el Palau de la Virreina. Es muy probable que el lector no se percatara de la presencia en la ciudad de tan singular mobile-home y, más probable todavía, que tampoco tuviera conocimiento ni del artista ni de su línea habitual de trabajo. Al fin y al cabo, de lo que se trataba era de prestar en verdad un servicio y, sólo en menor medida, de insuflar el pertinente debate sobre los nuevos papeles que el arte y la cultura contemporánea pueden desempeñar en el horizonte del presente. Desde aquí, nosotros creemos plausible decir algo al respecto, ya sea para defender estos nuevos planteamientos o para contribuir a ensanchar las discusiones sobre el arte contemporáneo más allá de la insulsa y crónica cuestión de si todo lo que se inventa es o no lícito en nombre del arte mismo. Lo que parece evidente es que quien prefiera detenerse en nociones cristalinas de lo artístico no tendrá muchos problemas para encontrar paladines que le orienten, así que, si se nos permite, vamos a apostar por ahondar en las confusiones.
El locutorio de Martín, pese a las críticas de los puristas del arte, cumple el requisito de ser un retrato de su tiempo
El locutorio ideado por Josep Maria Martín estaba en perfecta sintonía con su linea habitual de trabajo. Así, sin necesidad de remontarse muy allá en su trayectoria, su último proyecto había consistido en la construcción de una ludoteca permanente en el interior del albergue de los niños y jóvenes trabajadores de la central de abastecimientros en Ciudad de México. Este proyecto se ha realizado en el marco de un intercambio entre artistas vinculados a Barcelona y artistas procedentes de México, donde han participado numerosos artistas, muchos de los cuales nos servirían ahora de eficaz ejemplo para lo que queremos plantear. Para mencionar sólo uno, basta recordar que, entre los artistas mexicanos, Minerva Cuevas instaló el pasado otoño en La Capella una oficina de su proyecto Mejor vida corporación, una auténtica empresa dedicada a prestar gratuitamente pequeños servicios como la emisión de credenciales o la reproducción de códigos de barras que permitan pequeños sabotajes.
De la mano de los trabajos de Josep Maria Martín y Minerva Cuevas puede, pues, ejemplificarse este tipo de proyectos que se orientan en lo que llamamos producción de servicios y que, claro está, puede ser objeto de una rápida reprimenda por parte de los puristas. Desde nuestro punto de vista, por el contrario, estas propuestas no sólo son de un interés indudable, sino que además cumplen los verdaderos requisitos que a nuestro entender ha de exigirse a la cultura contemporánea: que sea un retrato de su tiempo y, más importante todavía, que también contribuya de forma activa a definir cuál es el perfil que adquiere este mismo tiempo. La cultura no debe ser sólo un testimonio de las circunstancias en las que se produce, sino un agente activo en la transformación de esas mismas circunstancias.
En esta perspectiva, la producción de servicios no ha de interpretarse como una banal usurpación de las competencias de lo político desde la cultura, sino como una estridente demostración de la capacidad de la cultura para ejecutar ese compromiso con su tiempo, señalando de frente algunas de sus suturas. Sin ir más lejos, este tipo de proyectos, en primer lugar y en la medida en que no se ofrecen como meros objetos para la contemplación, sino como dispositivos que entran en juego por la aparición de usuarios reales, permiten rehabilitar algo tan denostado como la noción de valor de uso en oposición al triunfo imperial del valor de cambio. En la misma dirección, los servicios que pueden ofrecerse, con independencia de su calado, tienen el valor añadido de crear situaciones y experiencias reales en oposición a la inflación de ficción y espectáculo a la que estamos sometidos. Si hoy por hoy alguien entiende que adoptar un compromiso con este tipo de consideraciones supone una traición al espíritu artístico genuino, baste recordar que estas mismas contaminaciones, afortunadamente, afectan a los distintos ámbitos de la cultura. No es arbitrario que desde la arquitectura también se extienda la convicción de que es necesario descender al terreno de lo real y sus necesidades (véanse, por ejemplo, los suculentos debates iluminados por la iniciativa Barraca Barcelona), y que incluso el diseño -aquello que, por exceso de presunción, ha acabado más alejado del mundo real- ahora intente humanizarse (véase, por ejemplo, la exposición Objetar, en el Convent dels Àngels). Si la esfera institucional no nos brinda ya ninguna posibilidad de orientar nuestra identidad como sujetos políticos, ¿por qué no podemos inventar una micropolítica desde las estrategias culturales?
Martí Peran es profesor de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona.
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