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Crítica:CLÁSICA | SINFÓNICA DE LONDRES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La apoteosis del decibelio

El ciclo Orquestas del Mundo nos propuso esta semana una nueva visita de la Sinfónica de Londres, una de las formaciones que más veces ha actuado en Madrid, de la mano de Ibermúsica, desde 1974, cuando se presentó con Leindsprf. Después la hemos tenido con maestros de la talla de Celibidache, Abbado, Maazel, Boulez, Tilson Thomas, Previn, Chailly, Colin Davis, Zubin Mehta, Bernard Haitink y los españoles Frühbeck de Burgos y Jesús López Cobos, entre otros. La Sinfónica londinense, que el año próximo cumplirá 100 años de existencia, llega en esta ocasión con el maestro sir John Eliot Gardiner; nombre no sólo prestigioso, sino casi mítico en el dominio de la música pretérita. Nacido en 1942, se formó en el Royal College con el histórico Thurston Dart y completó sus estudios con Nadia Boulanger en París, mientras recibe enseñanzas de dirección de George Hurst, un edimburgués descendiente de rusos y rumanos.

Ibermúsica /Orquestas del Mundo

Orquesta Sinfónica de Londres. Director: J. E. Gardiner. Obras de Britten, Debussy y Prokofiev. Auditorio Nacional. Madrid, 7 de abril.

La primera hazaña de Gardiner va unida al Coro Monteverdi, al que añade pronto la orquesta del mismo nombre y con los que registra las Vísperas de la Virgen, antes de presentar en la English Opera Orfeo, del "divino Claudio". Una especial atención a la obra de Rameau (Les boréades, Darnaus, Hippolute et Aricie), que estudia, edita e interpreta, más el gran barroco alemán de Bach (Pasión, según San Mateo) y Haendel (Acis y Galatea), instalan el nombre y la figura de Gardiner en el Altar Mayor de la corriente historicista y, sin embargo, viva y operante.

Se trataba el lunes de contrastar esas calidades con las propias del director sinfónico habitual, ante un repertorio que desde los interludios de Peter Grimes (1945) de Britten nos llevaría a la Quinta sinfonía, de Prokofiev (1945), pasando por La mer, de Debussy, estrenada en París por la Orquesta de los Conciertos Lamoureux, dirigida por Chevillard en octubre de 1905 y hecha "cuadros realistas" por Gardiner.

Al hilo de las versiones de Gardiner, seguidas con enfervorecida pasión sonora por el formidable instrumento que es la orquesta londinense, me vinieron a la memoria aquellos títulos de Couperin: Apoteosis de Corelli o Apoteosis de Lully, pero en este caso, el moderno conductor Gardiner instaló todo el programa -sobre todo, Prokofiev- en una suerte de apoteosis del decibelio. Resultaba curioso recibir tan ensordecedores mensajes de un artista que ha recreado tantas maravillas del pasado. Y entre el maestro de la música "antigua" y el de la moderna, me quedo con el primero. Quizá Gardiner, de talento demostrado, no tarde en conquistar la mesura en todo el repertorio de la historia musical, desde el más lejano ayer hasta el más próximo, no reñido con la llaneza cervantina.

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