_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tontos

Manuel Fraga debe pensar que Alberto Ruiz-Gallardón es tonto. En esa gran cabeza que en términos volumétricos posee el Presidente de la Xunta de Galicia no cabe el patrocinar una entrega de premios donde él no sea debidamente pelotilleado. Con ese tacto para las relaciones públicas que le caracteriza, negó a la Sociedad General de Autores el escenario y el apoyo previsto para la entrega de los Premios Max de las Artes escénicas. "Pagar para que le insulten a uno, no lo hace mas que un tonto" argumentó don Manuel. Alberto Ruiz Gallardón prestó la Casa del Reloj, sede de la Presidencia del Gobierno Regional, para los "maximinos" de las Artes Escénicas a sabiendas de que en el acto habría alguna "sorpresa desagradable" para él. Los actores hablaron contra la guerra, algunos le pidieron su dimisión y otros le dejaron plantado. Es decir que, tal y como lo vería Fraga, Gallardón quedó como un idiota y encima pagó el festival. Sin embargo, cualquiera que conozca un mínimo al personaje sabe que puede ser todo menos idiota. Desde que tomó la decisión táctica de apoyar la postura de Aznar a favor de la guerra, el presidente regional trata de mantener dignamente su contestada posición presentándose a un tiempo como adalid de la tolerancia ante quienes opinan lo contrario. Algo así como lo de Churchill cuando, parafraseando a Voltaire, afirmaba que no estaba en absoluto de acuerdo con las ideas de sus rivales políticos pero que daría la vida por que pudieran manifestarlas. Su actitud en los actos públicos es siempre la del demócrata dialogante que deja hablar a todos, aunque le critiquen. Aguanta estoicamente el chaparrón en la confianza de que el electorado sepa apreciar su integridad.

Aunque sufra, a Ruiz-Gallardón dar la cara le crece. Sabe que pocos políticos tienen las facultades que él exhibe para afrontar en público situaciones conflictivas e imprevisibles. Superarlas con su timidez oculta y casi patológica, constituye una especie de reto personal. Para completar la faena, maneja hábilmente la política de gestos ante la galería y rentabiliza los titubeos éticos de la Consejera Alicia Moreno persuadiéndola para que le acompañe en su candidatura. Falta saber si toda esa fortaleza escénica, que adereza con un toque de victimismo en línea con las últimas consignas del partido, es suficiente para compensar el clima de indignación imperante en la opinión pública ante los horrores de la intervención bélica.

Son muchos los que creen que, en este asunto, Ruiz- Gallardón carece de convicciones. Que es un animal político químicamente puro que ha tenido que asumir lo inasumible en el marco de un compromiso interno cuyos riesgos fueron mal calculados. "La guerra era evitable y usted lo sabe", le decía uno de los actores que intervino en el acto del pasado lunes. Una buena parte del electorado que le apoyó en anteriores comicios y muchos de los que militan y ocupan cargos en el Partido Popular de Madrid opinan lo mismo. Por anecdótico que pueda parecer, el caso de Bustarviejo es sintomático. Tengo la absoluta seguridad de que la moción contra la guerra promovida por el Grupo Popular en ese Ayuntamiento y asumida de forma unánime por la Corporación sería suscrita por centenares de cargos de esta formación en toda España, de tener la conciencia prioridad sobre la disciplina. Una disciplina fundamentada en el miedo a las represalias que empobrece la calidad intelectual y la democracia interna de una formación carente de válvulas de escape para la disidencia. En este sentido, la normalidad con que los diputados laboristas votaron contra su propio líder Tony Blair en el Parlamento británico constituye un ejemplo de vigor democrático a imitar. Lo cierto es que, según las encuestas, el PP está en Madrid a un paso de perder las elecciones municipales y autonómicas, arrastrado por una posición inexplicada e inexplicable que, a tenor de los sondeos del CIS, rechaza el 91 por ciento de la ciudadanía. Huérfanos de fe, los populares que se la juegan el 25 de Mayo conjugan en la intimidad sus oraciones en favor de una pronta conclusión de la contienda que les permita remontar, con los reproches a Aznar por conducirles al desastre. Cada día son más conscientes de que los gritos contra la guerra ahogan su mensaje electoral y que inmolarse por un credo que ni siquiera comparten es de tontos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_