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Columna
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Los 'apestados'

Hasta que la vida de tantos inocentes deje de ser cortada, antes de tiempo y casi en flor cortada, que diría Garcilaso de la Vega, vamos a llamar a los líderes del PP los apestados; pero que nadie se ofenda, se trata de una mera descripción, no de un insulto, por eso lo hemos escrito en letra cursiva; y, en cualquier caso, no es más que una manera de hablar y entenderse, un modo de echarle un par de palabras más al fuego de este mundo hoy demoníaco donde el lenguaje, que es democrático como ninguna otra cosa, no sabe de justicias e injusticias y sirve tanto para los cínicos como para quienes dicen la verdad. Por poner un ejemplo, cuando hablan los políticos del Partido Popular, que andan buscando con desesperación algo lo suficientemente grande como para que haga de contrapeso al asesinato en masa que se está cometiendo en Bagdad, Nasiriya o Basora y del que ellos son, en mayor o menor medida, cómplices o, como mínimo, compañeros de viaje; cuando hablan ellos sin piedad y sin vergüenza, resulta que tirarle un huevo al alcalde de Madrid es un acto de terrorismo callejero y asesinar a cincuenta iraquíes en un mercado es sólo un daño colateral, lo dicen siguiendo la doctrina de sus hermanos de sangre, sus aliados estadounidenses y británicos, pero qué descripción más pequeña, que insuficiente e hipócrita parece la palabra colateral cuando se pone al lado de las mujeres caídas en una cuneta, de los niños mutilados y los hombres partidos por la mitad. ¿Se dan cuenta? Para algunos, un huevo es lo que tiran los canallas, los cobardes y los intransigentes; una bomba es lo que dejan caer por error los salvadores de la libertad. Vamos a hablar de los apestados.

Hace unos días, los actores que iban a recibir unos premios de teatro y a cenar con Alberto Ruiz-Gallardón, le dieron la espalda, pero antes de eso le dieron otra oportunidad: manifiéstese contra esta guerra, váyase de su partido como han hecho ya tantos correligionarios suyos o coma solo. Y Alberto, de nuevo, no dijo nada de lo que esperábamos de él todos los que siempre lo hemos respetado. Cenó solo con Alicia Moreno, que sí ha alzado su voz contra esta barbarie. Cenó solo, al lado de la silla vacía de Fernando Fernán Gómez, de Pilar Bardem, Francisco Nieva, Josep María Flotats, José Luis Gómez y un etcétera con el que se podría llenar el Santiago Bernabéu. Alberto cenó solo, como un apestado.

Lo siento por él, como lo sienten muchos de los actores que salían en las fotos abandonándolo a él y a su lealtad al lidercito del partido, sí señor, con usted hasta el fin. Lealtad es una palabra complicada, a veces describe a los valientes, pero otras veces describe a los cobardes. Alberto Ruiz-Gallardón ha dicho que nunca le va a negar la palabra a nadie, que frente a él podrá expresar cualquiera su punto de vista sobre la invasión de Irak o sobre cualquier otro asunto. No lo dudamos ninguna de las personas que conocemos su talante, pero tampoco ignoramos el drama personal que esconde la frase solemne del presidente de la Comunidad de Madrid: no le voy a negar a nadie que exprese su opinión, excepto a mí mismo. Lealtad, obediencia, fidelidad: palabras oscuras como madrigueras y pesadas como lápidas, términos siempre buenos para los epitafios y, a menudo, malos para la razón.

También se le veía apesadumbrado al propio Ruiz-Gallardón en las fotos de aquel no acto, aquella no cena, aquel no encuentro de amigos que, en muchos casos, lo aprecian de verdad y por muchas razones. ¿Qué esperaba? ¿Que los actores hicieran un paréntesis, que mirasen para otro lado durante cinco horas? ¿Qué esperan los políticos del PP, después de utilizar los votos de la gente para ignorarla? Los votos de su propia gente, porque no puede ser de otro modo cuando nueve de cada diez españoles están contra esta guerra. Es tan poco seria la demagogia a la desesperada de los líderes del PP, ese intento de equiparar un misil con un huevo mezclado con pintura roja o convertir las atrocidades y actos vandálicos de los cuatro imbéciles que van a todas las manifestaciones a apedrear escaparates, en algo que se pueda comparar con la matanza de Irak. Alberto Ruiz Gallardón cenando solo como un apestado, quizá no sea nada más que un hecho concreto. Quizá sea una metáfora de lo que va a pasarle al PP en las próximas autonómicas, municipales y, quizá, generales. No hay tumba más honda que la que uno cava para sí mismo.

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