La imagen fija
Ésta no es una primavera como las demás, y no porque el invierno haya alargado sus bajas temperaturas, y el azahar llegue con retraso al País Valenciano. Es que la primavera que, como imagen, es tanto como renacer del campo, se convierte en paradoja cuando nos bombardean a diario con explosiones, sangre, muerte, desolación y ceniza. Las fiestas de la Magdalena que conmemoran la fundación de la capital de La Plana, muy a pesar de la ciudadanía como indican las encuestas, se vieron empañadas por la zozobra, la inquietud en el ánimo que producen las imágenes que transmiten los medios. Es inevitable. Evitar se pueden, en ocasiones, las imágenes intrascendentes, aburridas y triviales de aquellos programas que se meten en nuestras casas en las horas de descanso. Es lo peor de nuestras cadenas de televisión, y pionera en la materia lo es la cadena autonómica valenciana que, si se privatiza, se privatizará ante la indiferencia de la mayoría de contribuyentes. Ayer y hoy, la política informativa seguida en la teórica televisión de los valencianos y su programación, con las excepciones que se quieran dignas de elogio, originan indiferencia más que otra cosa. Queda el recurso, claro, de enganchar la parabólica y disfrutar un sábado a la hora del café de los programas de las televisiones estatales de algunos de nuestros compatriotas europeos, digamos franceses o alemanes, cuyos gobiernos no practican el seguidismo bélico, es decir, sintonizan con la opinión y el sentir antibélico mayoritario de su ciudadanía. Si tal es el caso, y gracias a las parabólicas, entonces las imágenes descubren que todos, absolutamente todos los conflictos bélicos relacionados con el Próximo Oriente durante los últimos ochenta años, tuvieron como mecha y combustible el petróleo. Desde que la mal llamada civilización occidental necesitó el coche y el crudo como fuente de energía, sonaron la muerte y los fusiles en Irak, en Irán, durante los Seis Días, durante el Yon Kippur ; hubo golpes de estado sangrientos, fronteras más que ficticias y monarcas de nuevo cuño. Los programas son largos y atraen la atención de los telespectadores. Y, sobre todo, evitan la trivialidad en tiempos de zozobra en que aturden, por su proximidad, las imágenes bélicas. Esas imágenes bélicas que muestran a jóvenes norteamericanos, bien pelados, alimentados y pertrechados, a quienes les dijeron que estaban en medio de la tormenta de arena y la muerte para evitar las víctimas de otro 11 de Septiembre. Pero no les dijeron que estaban poniendo la levadura para que quizás fermente en el futuro la irracionalidad de los terroristas suicidas. A lo peor nadie les contó a esos reclutas que Abraham Lincoln, el capitán del bíblico poema de Walt Whitman, le indicó a uno de sus generales que le reprochaba no firmar dos docenas de penas de muerte por deserción: "Mi general, ya hay bastantes mujeres que lloran en los Estados Unidos, no me pida usted que aumente su número". Pero no es esta primavera propicia para la disertación lírica. Aunque alguna de las imágenes que llegaron a la privacidad doméstica no carezca de primavera y civismo en estos días aciagos. Las secuencias de esos estudiantes pacificistas que se manifestaban en Barcelona y que se dedicaron a recoger la basura y la miseria de los contenedores callejeros; unos contenedores vertidos y destrozados por cuatro descabezados que se confundieron con los manifestantes o se confundieron de manifestación. Una imagen doble de civismo que debería quedar fija en la pantalla de nuestros televisores.
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