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Columna
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Sin estruendo

La capital de La Plana es una ciudad discreta. Como normalita se podría calificar si a titulares y primeras planas de la actualidad se refiere. Hace un par de años saltó a las letras grandes y negras de las crónicas de sucesos, e incluso a la red informática a la que tantos acudimos, la noticia de crímenes y enterramientos múltiples en el jardín de una casa de la periferia de la ciudad, y el castellonense de la calle la consideró inverosímil más que extraña, y no le dio crédito. La noticia, desde luego, no fue tal, y la sensatez borró el nombre de la ciudad de las páginas negras. Si alguien hubiese indicado que la cuarta ciudad valenciana, por su número de habitantes, es un modelo de urbanismo y ejemplar el tráfico de sus calles, el castellonense de a pie habría indicado que los chistes son propios de los grupos humorísticos que cobran por ello en programas de televisión o radio. Aquí ni el más empedernido localista con apego al terruño es ciego o sordo. Ni lelos o simples que no se den cuenta de cuanto sucede a su alrededor, ni mojigatos que hacen imposible la visión de una pareja de jóvenes besándose en una calle estrecha, como escribió un día la divertida Maruja Torres. Tiempo hubo, eso sí, en que Castellón no aparecía apenas en el parte meteorológico de los servicios informativos y en las páginas especializadas de toros cuando llegaba la feria de la Magdalena.

Pero Castellón se mueve, aunque pase casi siempre desapercibido, y participa de esa globalización de la que tanto se habla. Los delirios épicos de los señores de la guerra pueden llegar a afectar más o menos a la industria cerámica, básica en estas comarcas valencianas norteñas. Y el rechazo a la sinrazón de los misiles tiene su reflejo aquí, bien que esporádicamente, hasta en el mismísimo pregó que anuncia sus fiestas. Aquí nos globalizan las historias del corazón, o chismorreo nacional carpetovetónico, que tienen como protagonistas a los Jesulín de Ubrique o a los Rivera Ordóñez, cuya actuación en el coso taurino ha despertado más curiosidad rosa de lo imaginable. Aquí, en fin, seremos conocidos por el hecho de que lindas damiselas de proporciones más que aceptables con ropa deportiva, en traje de baño o con vestido de gala, compitan por el título de Miss España en Oropesa, donde la especulación levantó ya un muro de cemento junto al mar y secó su albufera.

Sin duda es cuanto denominan modernidad y globalización; una modernidad y una globalización que nos invaden sin remedio como las tropas de Bush invaden la vieja Mesopotamia en busca de carburante. Por eso adquiere mayor relieve cualquier tendencia o comportamiento social que apunte en dirección contraria y refuerce la singularidad propia frente a la masificación gregaria. Y ese es el sentido que poseen algunas de las celebraciones o actos masivos durante las fiestas de la Magdalena que llenan estos días de jolgorio la ciudad. La romería de les canyes, por ejemplo, que fue en su origen una atávica costumbre cuaresmal, se ha convertido paulatinamente, y de forma paralela a los procesos de masificación o globalización, en referente de la identidad de los castellonenses; una identidad orientada más hacia ellos mismos, hacia los castellonenses de arraigo o los nuevos castellonenses, que frente a los demás. Ayer, el Camí dels Molins, invadido ya en su inicio por el asfalto urbano, era un mar de gente, mucha de ella preocupada por esa guerra que las televisiones e informativos hacen global. Y eso aquí es noticia, aunque pase desapercibida en esos mismos informativos.

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