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EL CISMA EUROPEO ANTE LA GUERRA EN IRAK

¿Cuándo podremos actuar juntos?

Más divididos que nunca, sumidos en la más grave crisis de la historia de la Unión Europea, los líderes de la UE se aprestan a encontrar una base mínima común sobre la que reconstruir un espíritu de familia que saltó por los aires mucho antes de que en Irak hubiera caído la primera bomba, en la madrugada del jueves pasado. Europa como tal, el único bloque mundial con posibilidades de contrarrestar la nueva doctrina unilateral estadounidense, ha estado totalmente ausente en el desarrollo de la crisis debido a ese profundo cisma que la ha convertido en la primera víctima del conflicto por las irreconciliables posiciones lideradas por Francia y Alemania, de un lado, y por el Reino Unido y España, de otro.

"Europa ha demostrado como nunca que es un gigante económico, pero a la vez un enano político", acusa uno de los directores generales con mayor prestigio en la Comisión, cuyo presidente, Romano Prodi, repite una y otra vez sentirse "muy triste" por el espectáculo ofrecido por Europa. Horas después de lanzada la guerra, los líderes europeos seguían exhibiendo el jueves sus discrepancias poco antes de sentarse en Bruselas en torno a la misma mesa. El presidente francés, Jacques Chirac, lamentaba que el ataque se hubiera producido "sin el aval de la ONU".

Pero el eco de las bombas y los misiles puso en marcha inmediatamente algunos resortes para salvar los muebles, al menos en la posguerra. La consigna está lanzada: "Dejemos de hablar de lo que nos divide", ha suplicado Yorgos Papandreu, el ministro de Exteriores de Grecia, el país al que le ha correspondido presidir la UE en este complicado semestre de su historia. "Hay que encontrar un territorio común sobre el que podamos trabajar", insiste el secretario general del Consejo, Javier Solana. Y lo que los líderes interpretan que puede unirles algo es qué hacer en el periodo pos-Sadam. De inmediato, cómo participar en los programas de ayuda humanitaria en Irak (22 millones de euros ya prometidos, a los que pueden sumarse otros 100), el papel tradicional y secundario reservado a Europa en estos casos. Y además tratar de recuperar el perdido protagonismo de la ONU tanto en el futuro inmediato de Irak como en la reanudación del proceso de paz en Oriente Próximo.

Ya más adelante, recomponer las deterioradas relaciones con Washington en torno a esa lucha contra el terrorismo y las armas de destrucción masiva, convertidos en el principal objetivo de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos. En paralelo, recuperar en la Convención sobre el Futuro de Europa un espíritu constructivo que materialice la necesaria refundación de la UE. "Volveremos a estar en la foto en cuanto acabe la guerra", confía un alto diplomático del Consejo de la Unión, "pero necesitamos tiempo para reconstruir la familia".

"Sólo puede haber una eficaz posición europea en el mundo si Francia, el Reino Unido y Alemania, pero sobre todo Francia y el Reino Unido , trabajan juntos", advirtió Tony Blair el martes pasado. La aparente invitación al acercamiento con Francia fue acompañada, como reflejo de la tensión existente, de la acusación a París de practicar una política exterior "profundamente peligrosa" basada en su enfrentamiento a Washington. El comentario del primer ministro británico es quizá el que mejor refleja la doble tarea a la que Europa se enfrenta: recomponer su relación con EE UU y definir un nuevo reparto de poder tras la ampliación de la UE.

Comienzo de la crisis

Europa, mantienen fuentes del Consejo y de la Comisión, empezó a resquebrajarse internamente hace dos años y medio por su incapacidad para pactar su transformación antes de acoger, dentro de un año, a 10 nuevos Estados en el club (Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Hungría, Eslovaquia, Eslovenia, Chipre y Malta), pero las diferencias más graves se fraguaron tras el discurso de George W. Bush en enero de 2002, cuando el presidente estadounidense explicó su teoría del eje del mal (Irak, Corea del Norte e Irán) y afirmó: "América hará todo lo necesario para garantizar su seguridad".

A partir de ese discurso, y con otras discrepancias que debilitaban el cierre de filas con EE UU tras el 11-S -como el rechazo estadounidense a un Tribunal Penal Internacional nacido bajo el paraguas europeo-, Bush lanzó la primera advertencia a los países de la UE: "La historia nos ha dado una oportunidad de defender la libertad y combatir la tiranía, y es exactamente lo que vamos a hacer. No bajaremos la guardia hasta terminar. Algunos se relajarán, otros se cansarán, pero no será mi caso, ni el del Gobierno de EE UU, ni el de mi país".

Las inmediatas acusaciones de "simplismo" y "unilateralismo" lanzadas desde Europa, y especialmente desde París, fueron también respondidas primero por el secretario de Estado, Colin Powell , y meses más tarde por el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, al referirse a la "vieja Europa" representada por Alemania y Francia.

Hasta febrero del año pasado, la Unión Europea había mantenido oficialmente que la operación militar en Afganistán no podía verse seguida por otra en Irak porque supondría una preocupante ampliación internacional del conflicto y un debilitamiento de la coalición formada tras el 11-S para luchar contra el terrorismo y las armas de destrucción masiva. Pero ese mes, cuando la UE estaba presidida por España, todo empezó a cambiar, y ya entonces se dibujó la posición que el Gobierno español ha mantenido hasta el final.

En una intervención ante la Eurocámara, el entonces ministro español de Exteriores, Josep Piqué, anunció por sorpresa que, de producirse un ataque norteamericano a Irak, "que no deseamos", "ya se verá" cuál será la posición europea, que dependerá "de las circunstancias y condiciones". Y anticipándose a lo que luego ha ocurrido, Piqué añadió: "Soy un gran defensor del discurso propio de la UE, pero para la seguridad europea es absolutamente indispensable no debilitar esa relación. Nadie con sentido común puede pedirle a la UE que debilite o rompa las relaciones con EE UU. Que nadie espere de la presidencia española que tenga un discurso que nos aleje de la necesaria colaboración con EE UU".

A partir de ese momento, y puesta en marcha la estrategia norteamericana en el terreno militar y en el diplomático en el Consejo de Seguridad, los países europeos han ido alineándose a favor de Estados Unidos (Reino Unido, España, Portugal, Italia, Dinamarca y Holanda) o en contra (Francia, Alemania, Bélgica, Finlandia, Grecia, Irlanda, Austria y Luxemburgo). Lo que ha sido calificado como una gran "frustración" por Javier Solana, alto representante para la Política Exterior de la Unión, o como "el mayor fracaso de la política exterior y de seguridad" de la UE, en palabras del comisario de Exteriores, el británico Chris Patten.

El mínimo consenso logrado en la cumbre extraordinaria en Bruselas del pasado 17 de febrero ("la guerra no es inevitable", "nos comprometemos a que la ONU siga siendo el centro del orden internacional" y "debe darse tiempo" a los inspectores) sólo fue un parche para paliar los efectos de la difusión de dos cartas abiertas. Primero fue la del Club de los Ocho (Reino Unido, España, Portugal, Italia, Dinamarca, Polonia, Hungría y República Checa) y luego la de los Diez del Grupo de Vilnius (Bulgaria, Rumania, Estonia, Lituania, Letonia, Eslovaquia, Eslovenia, Albania, Croacia y Macedonia), que cerraban filas con las tesis norteamericanas.

Pero, previamente, en París y Berlín, el presidente francés, Jacques Chirac, y el canciller alemán, Gerhard Schröder, habían suscrito un pacto antibélico que, en contra de todos los augurios, han mantenido hasta el último momento. Las graves discrepancias en la OTAN, con la consiguiente "crisis de credibilidad" de la que habló su secretario general, George Robertson, fue sólo un reflejo más de lo que estaba ocurriendo.

Dos frentes

En paralelo, la Convención sobre el Futuro de Europa, presidida por el francés Giscard d'Estaing, ha reflejado, desde que echó a andar en marzo pasado, los dos mismos frentes existentes en la Unión. Mientras Chirac y Schröder han presentado por su cuenta propuestas conjuntas sobre asuntos básicos como la reforma de las instituciones europeas o la política exterior y de seguridad común, Blair y José María Aznar han planteado también a dúo las suyas.

Las franco-alemanas "reflejan más un concepto de autonomía europea", aseguran en la Convención, "mientras las hispano-británicas insisten una vez más en la conveniencia de mantener el peso de los Gobiernos".

En los dos frentes, en el de la propia UE y en el internacional, Alemania y Francia están dispuestas a mantener su arriesgado pacto. En el primer caso, el ministro alemán de Exteriores, Joschka Fischer, ha sido el encargado de transmitir a varios de sus homólogos, entre otros la española Ana Palacio y a media docena de los países candidatos, que París y Berlín pondrán en marcha la Europa de dos velocidades. Alemania y Francia encabezarán el grupo de países que deseen avanzar más rápidamente en la construcción europea. Cuentan entre sus aliados con Bélgica, Holanda y Luxemburgo, y probablemente con Italia. "Francia no se resigna a que Europa quede inacabada", afirmó Chirac el jueves, sólo ocho horas después de iniciada la guerra.

En ese terreno, los avances en política exterior común y en política de seguridad y defensa son la clave. En política exterior, donde París y Berlín proponen la adopción de decisiones por mayoría, "será imposible hacerlo con 25 Gobiernos", aseguran fuentes oficiales francesas, que recuerdan las duras críticas de Chirac -"han perdido una buena oportunidad de callarse"- cuando el Grupo de Vilnius se alineó con Washington.

En defensa y seguridad, "aún habrá menos socios dispuestos", añaden. Pero a nadie le pasa por la cabeza que Alemania y Francia, y especialmente este último país, no vayan a contar con Londres en el área de la defensa.

"Necesitamos un profundo debate para conseguir una Europa más fuerte", ha alertado esta semana pasada en Bruselas Joschka Fischer. De ser así, los países europeos tendrán que aumentar sus presupuestos de defensa si Europa quiere dejar de ser "un pigmeo" en asuntos de seguridad, como le gusta repetir a George Robertson. "Europa debe tomar conciencia de la necesidad de expresar su propia visión de los problemas del mundo y de apoyar esta visión con una defensa común creíble", ha dicho Chirac después de que EE UU lanzara el ataque sobre Irak.

Pero en el terreno internacional es donde la UE tiene el mayor reto. En estos meses, Francia y Alemania, en este caso junto a Rusia, han encabezado la oposición a lo que Washington entiende por el "nuevo orden mundial". Jacques Chirac ha hecho hincapié en la necesidad de "un mundo multipolar". "Estamos a punto de definir la organización del mundo en el que queremos que vivan nuestros hijos", ha advertido el ministro francés de Exteriores, Dominique de Villepin.

Vínculo indispensable

En esa línea, Fischer explica que no es el vínculo entre EE UU y Europa el que está en juego porque sigue siendo "indispensable" para hacer frente al terrorismo y a las armas de destrucción masiva, sino la propia relación de respeto entre ambos aliados. Para el ministro alemán, ese vínculo transatlántico necesita una Europa fuerte a ambos lados del Rin, con una política exterior y de seguridad propias, para que la alianza con Washington sea más sólida.

"Hay un resentimiento ante el predominio estadounidense. Lo sé. Pero la forma para gestionar eso no es la rivalidad, sino la asociación", comenta Tony Blair. En tono bien distinto, De Villepin lanzó en Bruselas el pasado martes el siguiente comentario: "Hay que hablar seriamente con EE UU y dejar claro que apostamos por el multilateralismo, y no por fórmulas como los ataques preventivos al margen de la ONU".

Pero antes de intentar recomponer los nexos con Washington, Europa se apresta a poner su casa en orden. En sus últimos contactos, los jefes de Estado y de Gobierno, aseguran en el Consejo, han hablado ya de poner en marcha un tácito "pacto de no agresión en la familia". Es el primer paso para poder "estar otra vez en la foto".

El canciller Schröder (sentado) conversa con el primer ministro Blair, mientras el ministro alemán de Exteriores, Fischer (sentado), lo hace con Solana. (Casino de Biarritz, octubre de 2000).
El canciller Schröder (sentado) conversa con el primer ministro Blair, mientras el ministro alemán de Exteriores, Fischer (sentado), lo hace con Solana. (Casino de Biarritz, octubre de 2000).REUTERS

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