Irak y el espacio global
Una de las (pocas) consecuencias positivas que puede acabar generando la crisis internacional relacionada con la más que probable intervención militar en Irak es el desarrollo de una esfera pública global sobre los asuntos de la gobernación mundial. Los sucesivos impactos del fin de la guerra fría en 1989 y de los atentados del 11 de septiembre de 2001, junto con las grandes facilidades de comunicación generadas en los últimos años, fueron poniendo las bases de un emergente espacio comunicativo compartido en todo el mundo. La intensidad y simultaneidad de los debates generados por la perspectiva de la guerra en Irak y la movilización concertada de millones de personas en todo el planeta contra la eventualidad de la conflagración demuestran que los precedentes de las cumbres y contracumbres de los últimos años no eran una simple anécdota ni tampoco cosa de unos cuantos iluminados.
Lo importante es que la legitimidad de los oponentes no sea puesta en cuestión, sino sus argumentos
Se viene hablando largamente de la necesidad de construir instituciones o espacios de gobernación de la globalización. Es bien conocida la tesis de que la mundialización económica y comercial habría dejado a la política (anclada en sus enclaves territoriales) en un mal lugar para poder regular o controlar los efectos benignos o perversos de esa globalización. Pero también sabemos que sin la existencia de un demos que de alguna manera se empiece a reconocer como tal y que pueda ir ejerciendo su papel de contraparte en el ejercicio de la autoridad, difícilmente se podrá recorrer ese nuevo camino de refundación política. ¿Estamos en esa línea? Es aún pronto para afirmarlo, pero es indudable que el entrecruzamiento de mensajes a ambos lados del Atlántico y en los cinco continentes (veáse la posición contraria a la guerra del movimiento de Países no Alineados en Kuala Lumpur), la intensidad y simultaneidad de los debates, la constante evidencia de presiones internacionales que se entrecruzan y el uso de ejemplos que se manejan como argumentos comunes desde cualquier lugar del planeta no tienen parangón histórico alguno.
Evidentemente, los medios de comunicación juegan en ese terreno un papel esencial, pero no único. La Red está siendo puesta a prueba estos días, y está demostrando que las potencialidades ya demostradas en la organización de manifestaciones y reuniones antiglobalización están siendo ampliamente superadas. Como ponía de manifiesto hace unos días The New York Times, la gestación del movimiento opositor a la guerra se ha hecho con una celeridad y con una capacidad de modulación del timing y de las formas de movilización que tampoco resiste comparación alguna con anteriores conflictos. Las cadenas de mensajes en Internet tienen mucho que ver con la incorporación de multitud de movimientos y organizaciones sociales muy dispares que se han ido sumando a la movilización. Las réplicas y contrarréplicas en los periódicos, los debates con presencia de personajes de cualquier lugar del globo, las tomas de posición de figuras mundialmente conocidas o la propia carta remitida a Aznar por 1.200 personas de todo el mundo demuestran cada día que el espacio en el que se construye la opinión pública es cada vez más universal.
Es cierto que para que exista un espacio comunicativo compartido han de existir unos marcos de referencia, unas estructuras cognitivas mínimamente coincidentes. Sin ello, las palabras de uno y otro lado resuenan sin alcanzar el efecto de diálogo, de comunicación efectiva. No estamos hablando de que exista una coincidencia de puntos de vista. Al contrario, la capacidad de polémica, la puesta en cuestión de los argumentos de los demás, la contradictoriedad en los términos del debate es más bien un signo de que existe una esfera pública, un espacio público y comunicativo compartido. Si discutimos de un mismo tema, si lo hacemos al mismo tiempo, y si los criterios de relevancia que utilizamos son significativamente los mismos, estamos debatiendo en un mismo espacio comunicativo. Lo importante es que la legitimidad de los oponentes no sea puesta en cuestión, sino que lo que se discuta sean sus argumentos. ¿Está ocurriendo algo de ello en el debate internacional sobre la posible intervención militar en Irak?
Algunos elementos así lo indican. Otras evidencias nos obligarían a ser más cautelosos. De alguna manera se está discutiendo si nosotros tenemos derecho y suficientes argumentos para iniciar un conflicto armado cuyas consecuencias son imprevisibles. Ese nosotros para algunos es la humanidad, para otros es el concierto internacional de naciones, para otros es la ONU, para otros, quizá, el mundo civilizado. Pero en pocos casos es un nosotros estrictamente confinado en los límites de un Estado. Y esa amplitud del sujeto colectivo que debate el alcance de sus decisiones es un escenario claramente universal, un espacio público globalmente compartido. En cambio, es cierto que el alcance y la importancia de ciertos valores y argumentos que se utilizan o esgrimen no tienen el mismo significado o importancia en cada caso. Unos insisten más en seguridad, en resultados a corto plazo ante las amenazas potenciales, en prevenir atacando, o se sienten agraviados ante lo que consideran la ingratitud de aquellos que fueron beneficiarios preferentes de sus esfuerzos bélicos anteriores. Los otros insisten en la consideración del proceso, en las consecuencias de la guerra, en evitar el hegemonismo unilateral, o en los dobles baremos utilizados para valorar la urgencia o la necesidad de la intervención en unos casos y en otros. Pero hemos de ser conscientes de que cuando hablamos de unos y otros no nos referimos estrictamente a las dos orillas del Atlántico, sino que ese tipo de argumentos se puede oír en cualquier lugar del mundo, dependiendo de la posición de cada quien. Es evidente que predominan más ciertas posiciones en unos lugares que en otros, pero no me atrevería a decir que esa división sea estrictamente nacional. Lo es cada vez menos.
Al margen del desenlace final de la crisis, parece cada vez más claro que no sólo se libran batallas en el terreno, sino que cada vez son más importantes las batallas que se libran en la opinión pública, y en ese sentido, alguna batalla se está ganando, obligando a buscar nuevos argumentos morales para iniciar la guerra, o aumentando notablemente los costes políticos de la decisión para sus principales impulsores (Bush, Blair, Aznar...). Lo cierto es que podemos estar entrando en un escenario en el que se vaya forjando un espacio comunicativo global, una esfera pública universal, que permita avanzar en la construcción de mecanismos e instituciones de gobernabilidad mundial desde un nosotros crecientemente compartido. Es ingenuo imaginar que la confusión mundial pueda resolverse desde lógicas de concentración de poder. Los expertos hablan de construir espacios de gobernación universal desde la aceptación de la pluralidad de sujetos, de organizaciones y de legitimidades implicadas en ello. El lado positivo de la actual crisis sería imaginar que de manera embrionaria algo de ello se está forjando.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente ocupa la Cátedra Príncipe de Asturias en Georgetown University (EE UU).
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