Han desfigurado a Gaudí
Los sabios llegaban de todas partes del mundo a visitar la cripta de la Colonia Güell, la mejor obra de Gaudí, la más auténtica y original, la que culmina su trayectoria, la que sirve de precedente a la Sagrada Familia, la que hubiera querido el maestro que continuase pero no pudo ser pues llegó la Gran Guerra y los tiempos no eran proclives a esos excesos. También llegaron los comisarios para comprobar in situ el estado del monumento e incluirlo en el catálogo del Patrimonio de la Humanidad. Ellos lo conocían bien, mas querían reconocerlo. En su riqueza formal y estructural, en su maestría constructiva, en el sistema de cargas y descargas, en aquella compleja trama de entrecruzamientos y tensiones, en aquella piel tan expresiva de ese tiempo convulso y calcinado, la inmensa complejidad que le confería una fuerza jamás expresada. Ellos aún recordaban el impacto que les había causado aquella obra sublime que parecía brotar de las profundidades geológicas, y aún se hallaban bajo el influjo de encontrarse ante lo nunca visto, aun quizá soñado: un espacio telúrico, sagrado, que les abrió a la auténtica arquitectura, la arquitectura con mayúsculas.
Algo había cambiado desde entonces: una mano negra había intervenido. Una mano enfática y pedante, pretenciosa y fuera de su tiempo ha osado intervenir en el monumento y proceder a un cambio de piel que ha dado al traste con aquella expresión efusiva y desinhibida, neutralizando el lenguaje exuberante y delirante de aquella obra que se encontraba entre las intocables. Sólo comparable a la capilla de Ronchamp o al Parlamento de Chandigarh, de Le Corbusier. Mas una conjura de necios de las más altas instancias ha vulnerado aquella obra de arte total en la que estructura, construcción y forma se estrechan fuertemente en un movido abrazo.
De entrada, el monumento se halla aislado de su entorno natural, separado por una valla de hierro, y visiblemente afectado por lo que parece una operación de cirugía plástica de considerable importancia. La piel de una parte del edificio aparece tan estirada que se ha llevado la escalera por la que se accedía a la techumbre. Una superficie lisa y ordenadamente cosida suplanta la escalinata de acceso a la cubierta, y una lápida mortuoria intercepta su paso: sobre ella, unas inscripciones dan a entender que la obra de Gaudí se da por terminada y el paso queda vedado. Y ya te puedes olvidar de subir por allí por expreso deseo del arquitecto interventor, que ha decidido succionar la escalera mediante un lifting tan agresivo y excesivo que, además de suplantarlo por losas de piedra, se ha llevado por delante aquel pino que había tratado el maestro de esquivar con tanta maestría que incluso se podía llegar a confundir con las columnas inclinadas que sostienen el atrio. En su lugar, un ridículo pino estorba con sus ramas la visión de aquel espacio que se organiza alrededor de la vibrante secuencia de pilares retorcidos, que parece un bosque encantado.
Lo que el párroco de Santa Coloma de Cervelló había acabado poco a poco y con escasos medios y materiales del lugar, sin pretensiones, debido a un purismo mal entendido se ha destruido. La obra anónima con la que se habían acabado provisional pero definitivamente los trabajos de la cripta después de la paralización de las obras, a base de soluciones sencillas, se ha sustituido por otra firmada y con materiales ajenos al espíritu gaudiniano. Aquel recorrido tan genuinamente modernista y que Gaudí había llevado con notable intensidad, del doble uso de las cosas, del tejado escalera en este caso, la idea de subir por la cubierta muy trabajada por él, por donde generaciones han estado subiendo sobre aquel atrio de la cripta, ha sido eliminada.
La prótesis no acaba allí, se prolonga en un pavimento escalonado, que todavía aísla y desfigura más esta obra que surgía tan aferrada a la tierra y semiescondida en el bosque de pinos, confundiéndose con ellos. La intención de Gaudí de hacer surgir el monumento de las entrañas de la tierra ha sido suplantada por una suerte de bandeja higiénicamente pavimentada que avanza, envuelve y desarraiga al cuerpo y lo divide. Basándose en un concepto intervencionista totalmente anticuado y superado, y con la excusa de solucionar unas vulgares goteras, el arquitecto ha utilizado esta obra universal para dejar su propia impronta, que a la postre es equivocada, porque ha desfigurado a Gaudí.
La mirada de los inspectores se negaba a reconocer aquello que veía. Los semblantes atónitos iban degenerando en indignación ante semejante dislate. Fueron bordeando el recinto y se encontraron con unos pliegues que venían a recoger esa piel sobrante, cosidos con tal desfachatez que uno no podía por menos que fijar la vista en esos relamidos dobladillos que venían a romper la cubierta camuflada con la naturaleza. Y como remate, una barandilla estilo art déco aparece bordeando el caparazón de la cripta y definiendo la cubierta, encorsetándola, con elementos opuestos al espíritu de la obra.
¿Cómo es posible que se haya permitido semejante desaguisado? ¿Cómo dieron las instituciones el visto bueno para que se interveniera en uno de los monumentos más importantes de este país? En el más genuino, el único que expresa con vehemencia la sacudida del arte del siglo XX, y en el que el artista manifiesta una libertad creadora ilimitada.
Los comisarios se fueron derrotados, pero volvieron otros y otros, y últimamente se ha formado una plataforma que exige su restitución al estado anterior y el derribo de estos añadidos que banalizan y congelan el sentido original de esta obra de Gaudí, reducida ahora a un accidente. Hay una web para el que se quiera sumar a esta exigencia: Disbarat_Colonia_Guell@ Yahoo.es. Y así termina este Año Internacional Gaudí, conducido por un excelente relaciones institucionales que se ha visto impotente ante la manipulación de la obra de Gaudí, llevada hasta límites insospechados, como la última foto del Monarca en los periódicos frente a la falsa e inventada fachada de la Sagrada Familia que nada tiene de Gaudí, cuyo pie reza: "El rey se rinde ante Gaudí".
María del Mar Arnús es autora de Comillas, preludio de la modernidad. Editorial Electa.
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