Toreo solidario

El primer festejo de la temporada fue un festival en pro de los damnificados del Prestige, caso nacional que todavía mancha las costas del norte de las Españas. Al que acudió poco público, el cual se divirtió lo suficiente como para quitarse de encima la pereza invernal.

Un festival benéfico al que las primeras figuras del escalafón decidieron no acudir, pues son muy suyas, y miden, cada paseíllo que hacen en Las Ventas, grano a grano de albero. Ese que ayer domingo se pudo comprobar estaba demasiado blando para andarle al toro y practicar la lidia con fundamento. La afición protestó y el primer espada, maestro Luis Francisco Esplá, apuntó la arena hoyada al llegarle el turno de prender banderillas, que parte del público le demandó, y declinó la amable oferta.

Esplá lanceó limpio y ceñido en el saludo, y construyó una aseada faena de muleta en la que no hubo muletazos de más ni de menos, muy lógico en un diestro que siempre desprende torería.

Julio Aparicio puede decirse que se tapó, al quedar inédito, tras el decorado de una ruina de toro inválido de Daniel Ruiz.

Manuel Caballero estuvo sereno y templado con un ejemplar encastadillo de Alcurrucén al que planteó una faena de muleta en los medios que, sin ser ligada, alcanzó instantes de especial despaciosidad en ayudados, cambios de mano y pases de pecho bien rematados.

Rivera Ordóñez, con otro toro encastado, realizó una faena de muleta que fue a más, desigual pero con pasajes de buen hacer cuando remató el redondo por bajo y detrás de la cadera. El toreo a dos manos lo dijo con buena letra, clara y moviendo bien el compás.

Uceda Leal hizo lo mejor de la tarde, en verónicas recogidas de mentón inclinado, y derechazos largos, con gusto y empaque en la composición. Un farol perfectamente ligado con el de pecho, para rematar una tanda, le quedaron prestos para un cartel. Muletazos que tuvieron solera.

Alberto Aguilar, novillero, cortó la única oreja del festejo, después de salir prendido sin consecuencias al entrar a herir en la suerte suprema. Su labor fue irregular, más presidida por el entusiasmo y la variedad. Puso banderillas con garbo y poderío, y manejó percal y muleta sin descanso ni dudas, siempre en busca del santo grial del toreo. Ese temple.