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Reportaje:REPORTAJE

La amenaza invisible

La amenaza de las armas químicas y biológicas articula la filosofía política con la que George Bush hace retumbar los tambores de guerra contra Irak. Numerosos indicios y sospechas apuntan a que Sadam Husein tiene reservas de estas armas, que la URSS y EE UU desarrollaron y almacenaron a gran escala durante la guerra fría. Si la acusación es cierta, la clave será saber si el dictador de Bagdad está dispuesto a utilizarlas y si la guerra conjuraría el peligro o precipitaría la catástrofe.

La perspectiva de la guerra ha hecho sonar en EE UU las sirenas de alarma ante el riesgo de un ataque con armas químicas, biológicas o radiológicas. La alerta naranja (a sólo un grado de la máxima, la roja), que fue rebajada el jueves a amarilla, incluía la recomendación de que los ciudadanos activasen los mecanismos de autodefensa, por ejemplo, preparando una habitación para refugio, almacenando agua y alimentos para al menos tres días, y haciendo acopio de abrelatas, cuchillos, tijeras, linternas, aparatos de radio con baterías de repuesto y rollos de cinta aislante para sellar puertas y ventanas. Las unidades especializadas en la respuesta a la amenaza nuclear, química, biológica y radiológica (NBQR) se ponen a punto para actuar con urgencia apenas se concrete la amenaza.

La consigna en EE UU es que los ciudadanos se preparen para sobrevivir a un ataque terrorista con armas químicas o biológicas
El Instituto de Estudios Estratégicos de Londres sostiene que Irak ocultó gran parte de su programa militar químico tras la guerra del Golfo
Un fantasma recorre el mundo: la posibilidad de que un terrorista suicida infectado con el virus de la viruela resucite la temible y erradicada enfermedad

Imposible saber si estas advertencias responden a un peligro objetivo, a la necesidad política de concienciar a la opinión pública sobre el peligro potencial de Irak o a una combinación de ambos factores. En Europa, con excepción del Reino Unido, la psicosis no llega ni mucho menos a los niveles de EE UU, aunque se elaboran planes de emergencia y se almacenan vacunas, antídotos y medicamentos. No es fácil marcar la frontera entre alarmismo y prudencia, pero sí es muy notoria la diferencia de percepción a ambos lados del Atlántico, en consonancia con la brecha abierta a la hora de evaluar el peligro y la forma de conjurarlo.

El historial de crueldad y engaños de Sadam -verdugo de su pueblo antes que amenaza para sus vecinos o el mundo- le ha robado todo residuo de simpatía y pone en entredicho sus declaraciones de que destruyó, tras la guerra del Golfo (1991), sus arsenales químicos y biológicos, tal y como ordenó la ONU.

Doble rasero

No es Irak el único país con armas de destrucción masiva, ni siquiera en Oriente Próximo, donde el caso israelí resulta escandaloso, pero el doble rasero no es ya argumento que pueda salvar a Sadam. Lo que singulariza el caso de Irak, además de ser un país enemigo de EE UU, es que está obligado por la ONU a desarmarse. De hecho, la resolución 1.441, aprobada el 8 de noviembre de 2002, reconoce la "amenaza que el incumplimiento por Irak de las resoluciones del Consejo de Seguridad y la proliferación de armas de destrucción masiva y misiles de gran alcance plantean para la paz y la seguridad internacionales". Otra cosa es que sea correcta la interpretación norteamericana de que la 1.441 sea un pasaporte para la guerra.

Los informes presentados el 14 de febrero en el Consejo de Seguridad de la ONU por Hans Blix y Mohamed el Baradei, jefes de los equipos que durante meses han buscado pruebas del desarme iraquí, no despejaron las dudas, pero apostaron por dar más tiempo a las inspecciones. El secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, y los ministros de Exteriores británico (Jack Straw) y española (Ana Palacio) se quedaron prácticamente solos al defender la línea dura. Ese mismo día, el Parlamento de Bagdad aprobaba la ley que prohibía el comercio de armas de destrucción masiva, en un gesto más simbólico que otra cosa a esas alturas. Las manifestaciones masivas del día siguiente en medio mundo introdujeron un nuevo factor en el conflicto, el de la opinión pública, cuyo efecto se sumó a los que ya trabajaban para dar otra oportunidad (o algo más de tiempo) a la vía pacífica.

Blix llegó a decir: "¿Cuánto queda, si es que queda algo, de las armas de destrucción masiva de Irak?". Aunque expresó dudas sobre la suerte de algunas partidas anteriormente contabilizadas, no dio por supuesto que el régimen de Sadam Husein conserve o siga produciendo armas químicas y biológicas. Transmitió, en fin, el mensaje de que las inspecciones eran útiles y debían proseguir.

Para EE UU, sinembargo, nada ha cambiado desde que, el 5 de febrero, Colin Powell presentó en el Consejo de Seguridad una demoledora acta de acusación contra Sadam que, más que pruebas en sentido estricto, consistió en una apabullante colección de indicios. De sobra para convencer a los convencidos, pero no para disminuir el elenco de los más escépticos, aunque incluso en el bando (nutrido en Europa) de los opositores a la guerra, abundan quienes piensan que Sadam se ha burlado de la prohibición de la ONU, sobre todo desde que en 1998 fueron expulsados los inspectores.

Una línea de pensamiento muy extendida es que Sadam, que no tiene madera de suicida y que no utilizó las armas invisibles durante la primera guerra del Golfo (cuando George Bush padre le permitió sobrevivir), sólo recurriría a ellas, si realmente las tiene, en una situación desesperada. Precisamente en la que George Bush hijo quiere colocarle ahora. Si se le atacase, y ya sin nada que perder, podría decidir morir matando, ya fuese utilizando sus presuntas conexiones con Al Qaeda (la línea más frágil de la acusación de Powell), recurriendo a comandos terroristas suicidas (infectados tal vez con gérmenes capaces de resucitar pesadillas como la de la viruela) o cargando de armas químicas o biológicas lo que le quedase de su fuerza de misiles, cuyo alcance está limitado por la ONU a 150 kilómetros, aunque los inspectores han descubierto algunos que sobrepasan esa cota. La destrucción o no de los cohetes Al Samud 2 ha llegado incluso a convertirse en uno de los ejes de la crisis.

Para Bush y sus aliados, como José María Aznar, dar una tregua al tirano de Bagdad sólo permitiría que éste se fortaleciese, aumentase sus arsenales químicos y biológicos, e incluso terminase fabricando bombas atómicas. Lo único que le queda por hacer al líder iraquí, sostienen, es desarmarse y demostrar que lo ha hecho. El anuncio reciente de Blix de que Irak había entregado nuevos documentos sobre sus arsenales y reconocido el hallazgo de una bomba "llena de un líquido" en un lugar en el que antes hubo armas biológicas no despejó ninguna duda. "Señal positiva", según el jefe de inspectores. Prueba de que Sadam no se había desarmado, para EE UU.

El alegato de Powell dibujó un sombrío panorama de la capacidad iraquí en armas no convencionales. Bagdad -señaló como ejemplo- declaró haber producido 8.500 litros de ántrax (carbunco), aunque probablemente tiene 25.000. Unos pocos gramos bastaron en 2001, poco después del 11-S, para que un escalofrío de terror recorriese Estados Unidos.

Según el secretario de Estado, Irak no ha justificado la destrucción de estas reservas ni de las 400 bombas supuestamente cargadas con estos y otros gérmenes letales, como la toxina del botulismo, la aflatoxina y la ricina. Sostiene Powell que los iraquíes disponen de laboratorios o fábricas móviles en camiones y vagones de ferrocarril casi imposibles de descubrir por los inspectores, y que han investigado docenas de agentes biológicos que causan enfermedades como la peste, el tifus, el tétanos, el cólera y las fiebres hemorrágicas, así como que "tienen medios para desarrollar la viruela".

¿Vuelve la viruela?

He aquí una palabra cuya sola mención infunde pavor y retrotrae a epidemias devastadoras. La enfermedad fue erradicada en los años setenta y sólo quedan, oficialmente, cepas del virus en un laboratorio de Atlanta (EE UU) y otro de Koltsovo (Rusia). El pasado noviembre, sin embargo, The Washington Post aseguraba que, según la CIA, hay fuertes indicios de que otros tres países disponen del virus de la viruela: uno, sorprendente (Francia), y dos del eje del mal: Corea del Norte y, cómo no, Irak, donde hubo una de las últimas epidemias conocidas, en 1971 y 1972.

Fuentes de la CIA sospechan que Bagdad retuvo algunas muestras. Tras la guerra del Golfo se descubrió una sospechosa inmunidad a la enfermedad en ocho prisioneros de guerra iraquíes. La perspectiva de kamikazes infectados de viruela o misiles con esta temible carga no es ajena a la compra masiva de vacunas por muchos países, entre ellos España.

El 11 de septiembre de 2001, justo el día en que las Torres Gemelas se derrumbaban con un estrépito que conmocionó al mundo, se publicaba en Estados Unidos el libro Guerra bacteriológica, de los periodistas de The New York Times Judith Miller, Stephen Engelberg y William Broad. Un documental emitido por la televisión pública estadounidense (y recientemente por TVE) recogía alguno de sus hallazgos más sorprendentes, como que el Gobierno iraquí adquirió en EE UU, entre 1985 y 1993, de forma totalmente legal, un germen denominado Bacillus antracis 11966, variedad de carbunco desarrollada inicialmente en un laboratorio del Ejército norteamericano. Como en tantas otras ocasiones, EE UU contribuyó a crear el monstruo que, posteriormente fuera de todo control, pretende liquidar.

El libro documenta cómo a partir de 1953, y durante 26 años, científicos norteamericanos a sueldo del Departamento de Defensa desarrollaron un pavoroso arsenal de armas biológicas, capaces de propagar las más letales enfermedades conocidas y algunas de nueva creación. Una carrera en la que la URSS no fue a la zaga. Incluso siguió produciendo armas de este tipo después del tratado de 1972 que lo prohibía expresamente.

No hay pruebas de que las dos superpotencias utilizasen estas armas, pero sí declaraciones de un responsable norteamericano de que en los peores momentos de la crisis de Cuba, a comienzos de los años sesenta, se fabricaron 13.000 litros de gérmenes de una denominada fiebre Q y 10.000 de encefalitis equina venezolana que, combinados, habrían podido incapacitar a la población de la isla caribeña durante un periodo de tres a 14 días, más que suficiente para una invasión de coste mínimo en bajas norteamericanas.

Finalmente, las dos superpotencias, con bombas atómicas de sobra para destruir varias veces el planeta, decidieron frenar la propagación de las armas químicas y biológicas. Demasiado tarde. Los esfuerzos de control de los últimos 30 años han sido insuficientes, y, para más inri, la ruina económica y social que trajo consigo la descomposición del imperio soviético impidió el control de las armas biológicas de Rusia y otras repúblicas de la antigua URSS, así como de los científicos que dominaban las artes para desarrollarlas.

Comparadas con las nucleares, estas armas invisibles son infinitamente más baratas, exigen una tecnología civil sin demasiados secretos y materias primas mucho más accesibles que el plutonio o el uranio y que se pueden obtener en laboratorios de universidades, empresas farmacéuticas y en algunos casos, por insólito que parezca, a través de las ventas por catálogo, tan extendidas en EE UU. Para colmo, muchas de ellas se pueden utilizar sin necesidad de tener el soporte de una industria militar potente accesible sólo a los Estados. Las cartas con carbunco del otoño de 2001 (que apuntaron a una pista norteamericana más que islamista) mostraron la vulnerabilidad incluso de un gran país a un ataque bioterrorista.

En su exposición ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Powell se refirió también a las armas químicas, de las que supuestamente dispone Sadam, que no dudó en utilizarlas en los años ochenta contra sus enemigos iraníes y kurdos (causando miles de muertos), sin que, por cierto, Estados Unidos, por entonces un aliado, levantase ni un decibelio su voz en señal de protesta. Según el secretario de Estado, una "estimación conservadora" evalúa estos arsenales iraquíes entre 100 y 500 toneladas de productos químicos, suficientes para cargar 16.000 proyectiles. Su desarrollo, añadió, incluyó la utilización como conejillos de Indias de 1.600 condenados a muerte, transferidos en 1995 a una siniestra unidad especial.

La ténica del engaño

Desde una perspectiva más independiente, el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres (IISS), que lleva décadas investigando las capacidades militares de los diferentes países, llegó en septiembre de 2002 a la conclusión de que Irak salió de la guerra con Irán con la mayor fuerza bélica química de todo Oriente Próximo, que incluía gases abrasivos y nerviosos y el desarrollo de municiones químicas binarias.

La primera guerra del Golfo (1991) destruyó gran parte de ese potencial, un proceso que continuó bajo supervisión de la ONU. Pero, señala el informe, "Irak fue capaz, con casi total certeza, de ocultar gran parte de su programa militar químico, incluyendo municiones, agentes y precursores".

El IISS, según su director, John Chipman, estima que Irak dispone de cientos de toneladas de gas mostaza y de precursores estables para cantidades similares de gas sarín (el utilizado en 1995 por la secta de la Verdad Suprema en el metro de Tokio, con el resultado de 12 muertos) y ciclosarín, así como una cantidad significativa de agente nervioso VX. En cuanto a las armas biológicas, el IISS cree que Irak tiene miles de litros de carbunco, de toxina del botulismo y otros gérmenes producidos antes de 1991, y es probable que haya aumentado sus reservas desde 1998. Los inspectores de la ONU que han peinado Irak durante meses no han sido capaces de llegar a resultados tan concluyentes. Para EE UU, eso sólo prueba que Sadam ha perfeccionado hasta el virtuosismo las técnicas del engaño.

Empleados municipales de Antibes, en la Costa Azul francesa, se descontaminan tras un simulacro de respuesta a un ataque con ántrax, en octubre de 2001.
Empleados municipales de Antibes, en la Costa Azul francesa, se descontaminan tras un simulacro de respuesta a un ataque con ántrax, en octubre de 2001.AP

Quimio-bio-terrorismo, manual de defensa

¿CÓMO DETECTAR Y DEFENDERSE de un ataque bioterrorista? Amy Smithson, directora del proyecto del Centro Stimson sobre No Proliferación de Armas Químicas y Biológicas, ha entrevistado durante años en Estados Unidos a químicos, físicos, biólogos, médicos y otros expertos para obtener la respuesta. Sus conclusiones, muy resumidas, se recogen en la siguiente guía básica.

Pregunta. ¿Qué hacer si recibe una carta o paquete sospechoso?

Respuesta. Si lo abre y contiene polvo, evite dispersarlo en el aire. No lo manipule. Aísle la zona y evite que nadie entre en contacto con la sustancia. Lávese a fondo con jabón la cara y las manos. Llame a la policía.

P. ¿Cómo reaccionar ante un accidente químico o un ataque con gas?

R. Muchos agentes químicos son incoloros e inodoros. Si ve a varias personas en el suelo, con síntomas de ahogo, vomitando o con convulsiones, evacue la zona y llame a la policía. Si está en un lugar cerrado, salga rápidamente, quítese la ropa exterior y lave rápidamente cada porción de piel expuesta. Si está en la calle y ve caer al suelo muchos pájaros, intente establecer una barrera física con su supuesto agente tóxico. Enciérrese rápidamente en una casa o un coche. Cierre todas las ventanas, selle rendijas, apague el aire acondicionado, llame a la policía y ponga la radio o la televisión para seguir las instrucciones de las autoridades.

P. ¿Cómo protegerse de un posible desastre biológico?

R. Es difícil ver los efectos de un ataque con armas biológicas hasta que, pasados varios días, se manifiesten los síntomas de las enfermedades que provocan, que, inicialmente, pueden ser similares a los de la gripe o el resfriado. Cuidado con las falsas alarmas. Con frecuencia estos agentes se propagan con el uso de aerosoles. Si tiene sospechas fundadas, o las autoridades informan de un riesgo elevado, intente crear una barrera física; por ejemplo, sellando puertas y ventanas de su vivienda.

P. ¿Conviene comprar máscaras?

R. Las posibilidades de un ataque bioterrorista son bastante remotas. Las máscaras antigás ofrecen protección respiratoria, pero para que la garantía sea total deben utilizarse 24 horas al día. La protección frente a gérmenes es aún más difícil, ante la dificultad de identificar al agente tóxico inicialmente. El único país que proporcionó máscaras antigás a todos sus ciudadanos en la historia reciente fue Israel durante la guerra del

Golfo. Murió más gente por problemas derivados de su uso que por el efecto de los misiles Scud iraquíes.

P. ¿Hay que almacenar antibióticos?

R. No. Se desaconseja la automedicación. Hay que confiar en que las autoridades serán capaces de garantizar el suministro en caso de emergencia.

P. ¿Hay que tomar precauciones al consumir agua?

R. Envenenar el agua de una ciudad es muy difícil. La píldora asesina es un mito. El agua de consumo humano está sometida a numerosos filtros. Pequeñas cantidades de veneno serían inofensivas. Pese a todo, hervir el agua o utilizar filtros reduciría el riesgo en caso de emergencia.

P. ¿Qué objetivos son los más probables en un ataque químico o biológico?

R. La lógica terrorista de causar el mayor número de víctimas posible hace que habitualmente se consideren más vulnerables los grandes edificios, estadios deportivos y medios de transporte. Pero no hasta el extremo de desaconsejar que se utilicen.

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