El artesano de la memoria
Un reportero malagueño jubilado recupera la historia de su barrio en un periódico que distribuye entre los vecinos
La pluma y la boca de Juan José Palop dibujan la intrahistoria del Barrio de la Victoria de Málaga con tal precisión que uno casi puede oír las voces de las vecinas de antaño llamando a los niños para darles de cenar pan con manojillos de boquerones y naranjas. Durante años cubrió para el Diario Sur, a lomos de una moto Guzzi, el esplendor turístico de Torremolinos.
Cuando vio aproximarse la jubilación montó para sus hijos un negocio de fotocopias cerca de la calle donde vive desde los 12 años. "Entonces pensé que tenía que hacer algo para mostrar mi agradecimiento al barrio que me había acogido, y se me ocurrió lanzar un boletín mensual para los vecinos, contando las historias de las calles, los cines y sobre todo la gente de aquí", explica.
Once años después, los 450 ejemplares de tirada de El Compás, que ya va por el número 136, se agotan casi sistemáticamente. El boletín, de confección artesanal, se compone como un mural y se fotocopia en color a dos caras. El contenido no tiene precio, porque, como indica el pintor Eugenio Chicano, también vecino y enamorado de La Victoria, "los barrios ya sólo existen en la memoria". Y la labor ingente y humilde de Palop es precisamente rescatar esa memoria.
A las hojas de El Compás -que se llama así en honor al atrio o compás que daba acceso al Santuario de la Victoria- se asoman candorosas muchachas que en los años veinte del siglo pasado llegaban a la institución benéfica del Servicio Doméstico, donde las acogían y las preparaban para servir; entrañables cines de barrio como el Excelsior, extinguido en 1969, o figuras del flamenco como El Cojo de Málaga, Pepe El Calderero o Miguel de los Reyes. Palop es una especie de Gepetto, capaz de dar vida a objetos inanimados como fotografías de seres anónimos, legajos y escrituras de propiedad. Los busca en el Archivo Municipal, en el de la Diputación de Málaga, en el de su antiguo periódico y en los arcones de la gente del barrio. Y les insufla vida acudiendo a los recuerdos de la gente antigua del barrio, a la que frecuenta en la Asociación de la Tercera Edad de La Victoria, de la que es secretario, o en sus apresuradas caminatas por el barrio.
"El boletín suele llevar en la primera cara una fotografía actual y en el reverso, la historia del lugar del que se habla", explica. Tampoco suele faltar una entrevista con algún personaje local. "Curiosamente, es la sección que tiene más éxito", reconoce. Palop no tiene miedo a quedarse sin historias. "Al contrario, cuanto más profundizas, más cosas interesantes aparecen", dice. Tampoco se aburre. Después de toda una vida a la caza de la noticia, no sabría hacer otra cosa. Ahora anda rumiando la posible publicación de un libro. No sería el primero. Como experto en turismo, escribió dos sobre Torremolinos y la primera guía de Málaga, editada por Everest.
El cronista engaña a la vejez con una vitalidad deslumbrante. Es una esponja que chupa la memoria de los otros y la devuelve convertida en mitología, merced a la fina prosa de sabor añejo que esculpe en las teclas del viejo ordenador de la trastienda del negocio de fotocopias. El cronista deja testimonio, pero no guarda luto al pasado. "¿El barrio era mejor antes? Muchos añoran los tiempos antiguos, pero yo creo que lo que añoran realmente eran los 20 años que tenían entonces".
De los Reyes Católicos a Picasso
"El barrio", explica el cronista, "empieza a urbanizarse a partir de 1869, aunque las primeras casas surgieron alrededor del campamento que instalaron los Reyes Católicos para la conquista de la ciudad. Desde el principio atrajo a administrativos, empleados y gente de servicio. Lo que se llamaba el cuello duro, el quiero y no puedo. Personas con más apariencia que posibilidades. Por eso la gente de La Victoria todavía dice que es del barrio de chupa y tira, porque se aparentaba mucho pero luego se comía sopa de almejas con perejil, que era de lo más pobre. Las almejas tienen poca sustancia; se chupan y se tiran", cuenta con humor.
Junto al cuello duro convivía una importante población gitana, que se concentró en la calle de los Negros, hoy transformada. "La calle de los Negros se llamaba así porque en el siglo XVI había una lonja de esclavos en el puerto, y el obispo de Málaga, Fray Bernardo Manrique, que era rico, se dedicaba a comprarlos para manumitirlos. Mientras se buscaban la vida, los acomodaba en unas viviendas que tenía en la zona, y cuando llegaron los gitanos del este de Europa, se mezclaron con esa población, quizá porque vieron en ellos rasgos similares", explica Palop.
Aquel mestizaje dio origen a la Málaga cantaora, con personajes legendarios como El Piyayo, y cabarés como Los Chaves, El Almencino o La Alegría del Barrio, todos ellos ya desaparecidos, igual que las familias gitanas, en franca regresión en la zona. En la hoja mensual se pueden incluso rastrear curiosidades del más insigne vecino de La Victoria, el pintor Pablo Ruiz Picasso, cuya familia vivía en la Plaza de la Merced. "Cuando un grupo de pintores malagueños jóvenes fueron a visitar a Picasso en 1953, les preguntó si todavía seguían en La Merced unos bancos que había, con los que tropezaba mucho de pequeño", presume Palop, que como archivo viviente de La Victoria también está enterado del retorno de algunos descendientes del pintor. "Christine y Bernard Picasso están haciendo obras en un palacete, que antiguamente era sede del consulado alemán, para instalarse aquí", explica.
Los números de El Compás cuentan detalles de la familia del genio, como que su primo Ramón Blasco tenía una fábrica de muñecas en la otrora bulliciosa calle Lagunillas. Quizá contengan lo poco que se pueda rastrear de la fugaz infancia malagueña del pintor. O al menos, lo que a él le resultaría más familiar.
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