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Reportaje:

La alegría del cementerio

La Orden de los Fossores, religiosos dedicados a enterrar y orar por los muertos, cumple 50 años

Javier Arroyo

No hay duda, se puede ser feliz en un cementerio. Se puede vivir a unos metros de centenares de tumbas y considerar que "la muerte no tiene nada tétrico". Quien eso opina es una autoridad en la materia, una autoridad con treinta y cinco años de vida en cementerios dedicados íntegramente a enterrar, a rezar por los muertos, "y por los vivos" apostilla, y a adecentar los camposantos. Se trata de fray Alberto, superior general de la orden de los hermanos Fossores de la Misericordia, una congregación que estos días ha cumplido sus primeros 50 años de vida y que está dedicada precisamente a eso, a enterrar y rezar por los difuntos y que cuenta hoy con sólo dos comunidades, una de ellas en Guadix (Granada).

Fray Alberto es uno de los nueve miembros que la orden tiene en la actualidad. Cinco de ellos viven en el cementerio de Guadix y otros cuatro en el de Logroño. Han sido muchos más y han tenido comunidades en otros cementerios, pero la falta de vocaciones ha diezmado la comunidad y la ha reducido a la de Guadix, donde se fundó el 11 de febrero de 1953 y a la de Logroño. Uno de los frailes con los que cuenta la orden es el fundador, el padre José María, que cuenta hoy con más de 80 años.

La comunidad de hermanos fossores de Guadix en una vivienda excavada en la piedra en el cementerio de Guadix. Allí, el superior de la orden recibe con buen humor. Cuando se le pregunta si es el padre Alberto responde: "Servidor..., pero para servirte lo más tarde posible". El redactor y la fotógrafa agradecen, quede constancia pública, el interés del fraile en retrasar sus servicios, cada cosa a su debido tiempo. Otro rasgo de humor y esperanza aparece cuando, tras recordar el cierre de la mayoría de comunidades de su orden, y teniendo en cuenta los tiempos de guerra que corren, el padre Alberto sostiene que "el mejor tiempo posible es el que nos ha tocado vivir". ¿Motivos?. "Es el único sobre el que podemos actuar para intentar cambiarlo", dice el religioso.

La vida de los hermanos en Guadix comienza a las seis y media de la mañana. Tras el aseo y los maitines, tienen tiempo de meditación y una misa en la capilla de su cueva. Luego, desayuno y, a partir de ahí, viene el trabajo físico: entierros, si los hay, limpieza y organización del cementerio.

Todo esto, claro, puede quedar interrumpido por la urgencia de un entierro en cualquier momento. El padre Alberto insiste: "Nosotros no vemos muerte en todo esto; vemos vida y esperanza". El resultado de su trabajo, según el obispo de Guadix-Baza, Juan García-Santacruz, es la transformación de los cementerios que ellos cuidan, "tiñéndolos de un aspecto atrayente y esperanzador".

En los últimos meses, la comunidad, muy querida en su pueblo, tiene varios motivos de alegría, como la placa otorgada por unanimidad en el Ayuntamiento. !Uno de los escasos momentos de unanimidad municipal", refiere el superior que le dio el alcalde. Además, tras el descenso de frailes, han recibido a dos nuevos aspirantes, uno en cada comunidad. El padre Alberto se muestra muy cauto sobre si el aspirante conseguirá llegar a fraile. "Les quedan algunos años para eso", dice. Ahora, tiene que comprobar poco a poco si esa vida de fossor le gusta y demostrar si vale para eso.

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Los hermanos fossores, dicen, no aceptan limosna porque no quieren ser gravosos para nadie. Ni en la muerte.

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