Estímulo económico
La constatación por el Grupo de los Siete (G-7) del deterioro experimentado por la economía mundial no se ha traducido en la adopción de decisiones conjuntas tendentes a hacerle frente. Y ello pese a que no se descarta un agravamiento si la incertidumbre política actual se prolonga o si el desarrollo de la probable guerra no se aproxima al modelo de contienda breve que gobiernos, agencias multilaterales y otros analistas manejan estos días. En la declaración final de los ministros de Finanzas se hace el tradicional brindis al sol en torno a las políticas estructurales necesarias para aumentar la productividad y el crecimiento, sanear las finanzas públicas y mantener la estabilidad de precios. Todo al mismo tiempo.
Que el G-7 sea incapaz de arbitrar la cooperación mínima para que el deterioro económico diagnosticado vaya a más no es algo sorprendente. Más preocupante es que las instituciones europeas reproduzcan un comportamiento similar, distante del necesario estímulo que la totalidad de las economías precisan. En particular la principal de la zona, Alemania, que se mantiene estancada, si no en recesión, con una tasa de desempleo históricamente elevada, sin tensiones inflacionistas, un sistema bancario seriamente dañado y un déficit público del 3,7% del PIB. Que la locomotora del área monetaria común (responsable del 30% del PIB conjunto) y principal contribuyente al presupuesto comunitario de la UE no encuentre en las instancias comunitarias más que reproches a sus ineficiencias estructurales es un verdadero despropósito.
El contraste con la decisión de la Administración estadounidense de orientar las políticas monetaria y presupuestaria al estímulo de la demanda es notorio. La lenta revisión de las condiciones que han de propiciar una rápida y profunda revisión del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, en la dirección de una mayor flexibilidad y particularización en el corto plazo sin menoscabar la necesaria sostenibilidad a largo plazo, coexiste con la actitud no menos indecisa del Banco Central Europeo, que mantiene tipos de interés significativamente superiores a los estadounidenses.
Claro que son necesarias reformas, no sólo en los países que hoy mantienen déficit públicos superiores a ese umbral del 3% del PIB. Pero, lejos de ser incompatibles con las políticas tendentes al alejamiento de las amenazas recesivas, pueden encontrar una mejor concreción en un escenario más propicio al crecimiento. El estímulo de los grandes depende ahora de Europa.
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