_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fábula

Leo en un periódico de Bilbao, El Correo, un reportaje de Íñigo Gurruchaga sobre quién puede ganar dinero con el petróleo hundido en Galicia: una empresa con sede fiscal internacional en Gibraltar que "extrae petróleo en Siberia y comercia en Londres, Lucerna, Caracas, Nueva York y Singapur", dice Gurruchaga. Es una empresa global, omnisciente, imperial, llamada Crown (en español, corona), dueña del petróleo que viajaba en el buque hundido más ominoso de España (no lo nombraré, trae mala suerte). Ahora protagoniza en Nueva York una trama novelesca o intriga judicial de altos vuelos económicos: exige a la aseguradora del armador una compensación de 11 millones de dólares por pérdida de carga. Puesto que la carga valía 10 millones, Crown saldría de la operación con un millón de ganancia.

Son asuntos fantásticos (Crown me suena a organización imaginada por Ian Fleming o Le Carré), que van muy bien con Gibraltar, lugar mítico, quizá porque, desde su conquista en 1704 por la flota anglo-holandesa, tenga el aura de las cosas perdidas o deseadas siempre en vano. Tiene, desde luego, un sabor a fábulas históricas: centro del espionaje en la Segunda Guerra Mundial, italianos y alemanes y españoles saboteando barcos en la Roca, a la espera del asalto de los paracaidistas alemanes, como ocurrió en Creta. Lo leo en las memorias del espía Desmond Bristow, con destino en Gibraltar, refugio para reparar barcos y beber mucho en bares de marinería y soldadesca. Contrabandistas de Cádiz y Sevilla guían a agentes secretos aliados que llegarán a Francia después de entrar por Gibraltar y atravesar España.

Gibraltar: bendito contrabando de tabaco, antibióticos, medias de cristal y chicle. Fue un país de libertad en mis adolescentes años sesenta: no queríamos que los gibraltareños fueran españoles, sino que los de aquí, a tan pocos kilómetros, fuéramos gibraltareños, es decir, más libres. En una novela de espías de Len Deighton leí que Gibraltar seguía siendo la misma ciudad escuálida de siempre, y Deighton citaba al médico de un carguero: el secreto para disfrutar de Gibraltar está en no bajar del barco. A mí Gibraltar me sonaba a maravilla: para romper la cadena de oro de los Beatles John Lennon se casó con Yoko Ono en Gibraltar, como el gran poeta catalán Gabriel Ferrater se casó en Gibraltar con la americana Jill Jarrell, para poder divorciarse si así lo querían (España, entonces, incluso era indisoluble desde el punto de vista matrimonial).

Pero el nuevo mundo fabuloso trata de dinero puro, suavizado con unas gotas de juego político. Íñigo Gurruchaga se sorprende en su reportaje de la indiferencia de Crown hacia los daños que causa su petróleo, y recuerda otros desastres en Alaska y Bretaña, donde las petroleras contribuyen a la limpieza y recuperación de las comarcas infectadas. Crown sólo pleitea por sus dólares. El ministro gibraltareño Peter Caruana defiende a Crown ante la opinión pública, pues Crown no tiene ninguna obligación ni responsabilidad legal hacia los damnificados. Gurruchaga informa: Caruana es cuñado del abogado gibraltareño de Crown, felices todos, los reyes del limbo fiscal. ¡Qué novela!

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_