Por la trastienda valenciana
De las sierras de Calderona y Espadán a los naranjales de la llanura
La envidia es uno de los peores pecados capitales. Eso lo deben saber muy bien los monjes de la cartuja de Porta Coeli. Sin embargo, eso es lo que uno siente sin poderlo remediar -de poco sirven aquí los argumentos mentales- cuando llega caminando y se encuentra de golpe con la cartuja. La impresión es rotunda. Entre pinares que se frotan contra la brisa de la tarde, campos de naranjos de un verde coriáceo y tenaz, y rocas calcáreas pintadas de naranja-atardecer, surge el conjunto de esta cartuja medieval, que respira belleza y paz desde la distancia. Aislada del resto del mundo mediante un viaducto medieval que sobrevuela un profundo horizonte de naranjos, y de un portón cerrado que invita a no entrometerse en la vida monacal, el lugar destila misterio y buenos oficios. La conservación es aparentemente perfecta; la labor agrícola, cuidada en extremo. Sin embargo, sólo los monjes y Dios conocen la realidad de un universo vetado al resto de los mortales que patean humildemente por los senderos de la sierra Calderona en busca de impregnarse del cálido aroma mediterráneo.
Cultivos cuidados, naturaleza intacta y un patrimonio singular. Esta zona de Castellón y Valencia ofrece pequeños reductos de calma, entre los que sobresale la cartuja de Porta Coeli.
El conjunto está compuesto de una armoniosa combinación de volúmenes de piedra y tejados a cuatro aguas, que se mimetizan con el entorno y que se rodean de arcadas abiertas a un paisaje que desemboca a lo lejos en el mar, y de una muralla de cipreses que trepan por la colina sobre la que se asienta, en el más puro estilo centroitaliano. Un campanario de discreto acabado barroco y una portada neoclásica que da acceso al recinto son algunos de los elementos posteriores de esta ciudadela del siglo XIII fundada por el obispo de Valencia, el dominico Andreu d'Albalat.
Siempre mimado por la Corona catalano-aragonesa, el conjunto creció y evolucionó a lo largo de los siglos, hasta que la desamortización de Mendizábal, en 1835, lo dejó expuesto a la rapiña vecinal. En 1942, la Diputación Provincial de Valencia lo donaba de nuevo a una comunidad de cartujos procedentes de Miraflores, que se comprometieron a restaurarlo.
Habrá que dar un salto cuantitativo hacia la antigüedad y recorrer unos cuantos kilómetros hacia el norte para visitar otro de los atractivos patrimoniales de la zona: el castillo de Sagunto. Para llegar hasta allí, la Nacional 221 recorre un trecho de litoral aún no excesivamente urbanizado. A un lado de la carretera se extiende el Mediterráneo; al otro, la feraz huerta valenciana con sus pequeñas parcelas de colores, cultivadas como un damero.
Cuando se llega a Sagunto sorprende esa roída osamenta arqueológica que corona un cerro que se eleva sobre el mar. Allí permanecen los restos del que fuera un asentamiento ibero, una gran fortaleza romana y más tarde islámica. Extramuros, pueblo abajo, se extiende en cambio la judería medieval, en un apretado dédalo de callejas blancas.
La vibrante luz levantina
El yacimiento ofrece un aspecto abandonado. Las malas hierbas y las chumberas se han ido tragando la piedra. La falta de indicaciones no ayuda a hacerse una idea de la plaza ni de la constitución del castillo, entre cuyos cimientos se adivina el paso de distintas civilizaciones. Para los profanos, solamente los perímetros de los recintos amurallados y sus características morfológicas revelan dos etapas diferenciadas: la romana y la medieval. Desde el castillo de Sagunto, la vista se derrama por las estribaciones de las sierras de Calderona y Espadán, la llanura costera sembrada de naranjos y un hilo azul de mar que se entrelaza con el cielo. En los días claros, la luz levantina vibra y parece sacudir cada uno de los átomos y las moléculas del aire.
A los pies del castillo se alza el teatro romano. O más bien, lo que queda de él, porque una serie de intervenciones impiden apreciar su antigua fisonomía. Las primeras datan de principios de siglo XX. En 1993 dos reconocidos arquitectos se encargaron del proyecto de reconstrucción: Giorgio Grassi y Manuel Portaceli, arquitecto valenciano y autor, entre otras cosas, de la rehabilitación de las atarazanas del puerto de Valencia y el almudín de Xátiva. Este currículo y el de Grassi no han impedido la enorme polémica desatada en torno al proyecto, cuya estética no todos comparten, aunque sí reconozcan sus logros técnicos. El abogado Marco Molines, del Partido Popular, lo denunció ante los tribunales, y este verano fue declarado ilegal. Ahora se prevé demoler el nuevo teatro.
"Indultem el teatre", rezan numerosos carteles esparcidos por la población. Los saguntinos, acostumbrados a resistir desde tiempos de Aníbal, defienden mayoritariamente que se respete el edificio que da cabida en verano al festival Sagunt a Escena. "Ya que está construido y ha costado tanto, sería más razonable dejarlo como está. Cumple su función", opina Amparo Pérez, que regenta su estupendo restaurante, L'Armeler, no muy lejos del teatro.
Algarrobos y almendros
Abandonamos ahora la llanura y la costa valenciana para dirigirnos hacia Teruel y adentrarnos en la provincia de Castellón a través de la sierra de Espadán. Con suaves relieves de 500 y 600 metros, esta serranía, cubierta de una vegetación mediterránea fragante y de algún alcornocal, rodea un valle por el que circula el río Palancia, y en el que crecen algarrobos, almendros y olivos al abrigo de las poblaciones. La sierra, declarada parque natural, está repleta de cursos de agua y cuevas naturales, como las de San José, cerca de Vall d'Uixò. Entre los numerosos senderos que recorren la serranía se ha rehabilitado en Navajas una antigua vía de ferrocarril que transportaba carbón desde Teruel hasta esta comarca. La llamada vía verde de Ojos Negros tiene un recorrido total de 70 kilómetros a través de viaductos, túneles y áreas de descanso, que se pueden recorrer a pie o en bicicleta, y que, dado su escaso relieve y que ha sido asfaltada (lo que le resta parte del encanto), es apta para niños y mayores.
Queda Segorbe, capital del valle. Como la mayoría de las poblaciones levantinas, su estado de conservación es bastante penoso -en parte debido a la desertización del casco antiguo-, aunque muestra un puñado de monumentos tocados por la singularidad. Se levantaron amoldándose a las murallas y a los recodos ya existentes, y todos muestran trazados irregulares. Entre ellos, la catedral: un templo neoclásico de sobria fachada y perfectas proporciones, con una curiosa torre de planta trapezoidal. El claustro, lo único que conserva de su primitiva estructura gótica es también de planta irregular en forma de rombo.
Además es excepcional el conjunto del seminario, construido en el siglo XVII como sede de los jesuitas. Está rematado por la característica cúpula barroca de reminiscencias bizantinas vidriada en azul, pero su mayor particularidad reside en su fachada cóncava, que se adapta sin complejos a la curvatura de la calle. Y es que parece que todo Segorbe estuviese plegado a los caprichos de su estructura urbanística. Entre las calles despuntan también dos robustas y anacrónicas torres cilíndricas medievales y dos inmensos ojos ojivales (aunque suene a redundancia) de un atípico acueducto gótico. El museo arqueológico exhibe algunas piezas interesantes, como es la cerámica de la edad de bronce y unos restos de la necrópolis musulmana de Almudín. Cabe preguntarse, sin embargo, si no será un tanto irreverente dejar expuestos a la curiosidad del turista los tristes despojos de dos humanos. Desde el recinto del antiguo castillo de La Estrella se contempla de nuevo la campiña entre la sombra intermitente de una lánguida arboleda. Un cartel con un texto de Chateaubriand sobre las virtudes del árbol, que parece calcado de un proverbio tunecino referente a la palmera, reza así: "Yo soy la tabla de tu cuna, la madera de tu barca, la superficie de tu mesa, la puerta de tu casa. Yo soy el mango de tu herramienta, el bastón de tu vejez".
GUÍA PRÁCTICA
Dormir
- Hospedería El Palen (964 71 07 40). Franco Ricart, 9. Segorbe. En pleno centro y con una tasca muy popular. La doble con desayuno, 50 euros.
- Azahar (962 66 33 68). País Valencià, 8. Sagunto. Bien situado y confortable. La doble, 50 euros.
Comer
- María de Luna (964 71 36 01). Paseo de Romualdo Amigó, 9. Segorbe. Recetas locales; buenos arroces y platos de bacalao. Alrededor de 25 euros.
- Bernini (964 71 34 16). Obispo Canubio, 17. Segorbe. Local tranquilo con cocina mediterránea. Unos 25.
- L'Armeler (962 66 43 82). Subida del Castillo, 44. Sagunto. Buenos platos de caza y setas de temporada. Entre 25 y 30 euros.
Información
- Oficina de turismo de Segorbe (964 71 30 09).
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